El corazón de un poeta no envejece, como si le fuera natural un pacto lírico con la vida, y Crucelia Hernández Hernández lo sabe. Su alma palpita en la eternidad de cada poema que refugia en su cuaderno rojo, escrito con letra impecable, donde confluyen disímiles motivos: Patria, héroes, recuerdos, penas que inspiran su espíritu sensibilísimo.
La memoria de la poetisa se desentiende de los 95 años cumplidos el 7 de noviembre, en cambio ella escoge un recuerdo cualquiera, regresa a la infancia en la casona natal de la finca Santa Julia, enciende la vitrola del 1800 y repasa un danzón, un vals o un bolero de Barbarito Diez, acompañada de su padre o de su tío.
¿Cómo usted descubrió sus inquietudes poéticas?
“Mi mamá hacía versitos, y comencé a hacer lo mismo cuando tenía unos 12 años en días de los padres, madres o cumpleaños, éramos siete hermanos. La escuela pública en el campo era hasta sexto grado y hasta ahí llegué yo, pero cuando salí, ya sabía muchos poquitos. Porque tuvimos una maestra tan buena, Maria Luisa, que en aquel tiempo habló de los cambios climáticos y mira cuándo aparecieron los cambios climáticos. Además, yo leía, porque en el campo se recibían a veces revistas que llevaban poesía y las recortaba”.
De brazos de su esposo, el único amor, y con dos hijos adorados en su regazo, partió Crucelia de Taguasco para comenzar una nueva vida a finales de los años 40 en Guayos, el terruño que idolatra y el pueblo que la convirtió en un ícono de su cultura.
“A los dos o tres días de haberme mudado sentí que hablaban de poesía y era Fayad Jamís con otras personas buscando el dinero para pagar la publicación de Brújula. Dije: hace muy poquitos días que estoy aquí para estar ya participando en eso, pero como la tentación es la tentación al fin participé y nos fuimos familiarizando en los tés culturales que se hacían en la biblioteca”, relata.
¿Qué sentimientos tan fuertes la han hecho permanecer en Guayos, incluso a pesar de estar lejos, hasta hace poco tiempo, de su hijo?
“Llegué a Guayos sin conocer a nadie, solo tenía una tía política. Soy bastante ecuánime, muy conservadora para mis cosas. Aquí todos me fueron recibiendo, mi esposo era un hombre serio, buen tipo y vivíamos enamorados, mi primer novio. Y todo el mundo fue atendiéndome, saludándome, haciendo familia, y entonces he hecho una vida con valores de respeto, y creo que por eso he podido llegar a que ustedes estén hoy aquí, que es un gran honor”.
¿Por qué considera que la han coronado como la novia de la cultura guayense o novia de Guayos?
“Hay una clave: sencillez. Donde esté, llegue el que llegue, soy la misma de siempre. A través de los tiempos, de las etapas de la vida, siempre he tratado de ser la misma, de respetar y recordar a todos y estimar a los compañeros de mis hijos, a todos los quiero. Siempre que he podido ayudar lo he hecho”.
A pesar de la broncoestasia que la aquejaba aquella mañana, Crucelia Hernández Hernández accedió a conceder esta entrevista como una confirmación de su imperecedera generosidad. En su figura, persiste la impecable belleza que anida en mesura y decencia; medias pantis, cabello amoldado, labios suavemente pintados…, solo faltan los tacones, símbolo de la elegancia que la ha distinguido; solo ahora, tan cerca de los 100 años, a veces prescinde de ellos.
Evoca con afecto las etapas de su vida laboral, quizás porque cada camino la nutrió de esa paz espiritual que define su personalidad y resplandece en sus ojos y en su voz, toda cadencia y hechizo.
“Todavía yo me pregunto por qué si vivía en Guayos llegué a tener la llave del Policlínico Norte”, comenta sin detenerse en la confianza que ella inspira, mas, narra con fidelidad sus días de alfabetizadora, dirigente sindical, brigadista sanitaria. Crucelia ha sido distinguida como miembro honorífico del Club Amigos del Danzón y personalidad de la cultura cabaiguanense.
¿Cuándo comienza reconocerse como escritora?
“En 1973 mientras trabajaba en la farmacia de Guayos escribí un poema íntimo a los cinco años de fallecido mi esposo, con quien estuve casada durante 26 años. Entonces en 1975 escribí una obra titulada No lo averigües que se presentó en el festival del creador de la canción, con música de Arturo Alonso, y fuimos finalistas”.
En su casa cobijó al taller literario Rolando Escardó y años después se integra al Rubén Martínez Villena de Cabaiguán. “Se habla en el taller de que el verso rimado había quedado a un lado, entonces sería el verso libre, y dije: ¡ah!, ya se me acabó la poesía, porque llevaba el ritmo interno. Pero seguí escribiendo y escribiendo y participé con Arturo en otro festival y obtuvimos mención especial con una bachata”.
Pareciera que Crucelia persigue la música y la poesía la persigue a ella. De forma autodidacta ha compuesto más de una docena de canciones, varias con música propia como la inmensa Cuba mía; otras con arreglos de Arturo Alonso.
Tres libros suyos han sido publicados: Con aro y paleta, dedicado a los niños, “porque yo soy muy martiana”, enfatiza; Testigo de mis horas, Íntimo fulgor, y aguarda el proceso editorial Inquietudes. Sus poemas también han sido recogidos en antologías de escritores cabaiguanenses.
¿Cómo experimenta usted el proceso creativo?
“La poesía llega sola, estás y tienes que escribir y te sigue diciendo… También Martí dijo que cuando se van a hacer las cosas o a hablar, hay que saber. En el taller Rubén Martínez Villena estaban las asesoras para mejorar una frase… y Arturo fue muy fiel para mis canciones. Como le dije a Edel Morales cuando el título de Íntimo fulgor, que me parecía que estaba un poco fuerte para mi edad. Y me dijo: ‘Eso sale de adentro’”.
Hojea sus libros y lee amablemente Sueño: Yo te amo, Fayad,/ como a la luz incrustada en la pared,/ como al hombre que escribió poemas/ que está bajo el cristal,/ pero no ha muerto. Y surge una pregunta inesperada.
Entre Fayad Jamís y usted hubo una gran amistad, pero ese poema confunde…
“Es que no lo entiendo yo, pero eso llegó. Tengo la satisfacción de que con todos los que he trabajado, especialmente con Fayad y Arturo Alonso, han sido siempre unos hombres muy respetuosos, y además yo de la coquetería me he cuidado siempre mucho para no hacerme daño a mí misma. Pero el poema salió así, Fayad es Fayad”.
¿Usted cree que para un poeta el sufrimiento constituye una fuente de inspiración, más que la propia felicidad?
“Puedo estar en una actividad como he estado en muchas de Cultura, pero he tenido sufrimientos de todo lo que se puede pensar. He pasado lo indecible, pero el tiempo va mitigando eso y escribes poesía y escribes canciones sin dejar de sentir las penas”.
Y plena de ese amor a la poesía que quizás la aferra a la vida, Crucelia Hernández Hernádez bromea siempre que encuentra en el diálogo la ocurrencia apropiada: “Todavía estoy por aquí”; viva, quiere decir, y ni pesar ni temor, solo grandeza revela ese enigma.
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