Destellos del carácter y la inteligencia natural del hombre que el 7 de octubre de 1958 llegó bajo un ciclón e intensas lluvias al norte espirituano con su tropa maltrecha, pero intacta, después de burlar a miles de soldados enemigos
No se equivocó Fidel cuando decidió, una vez derrotada la ofensiva general de la dictadura batistiana contra la Sierra Maestra, que una de las Columnas Invasoras al occidente de la isla estuviese encabezada por Camilo Cienfuegos, quien se había destacado de manera relevante, primero en la Columna No. 4 al mando del Che, y luego en operaciones temerarias en los llanos del Cauto y en acciones más recientes que habían roto el espinazo del Ejército de la tiranía en aquella Sierra madre.
Entre los soldados rebeldes del primer frente eran notorias las hazañas de Camilo, quien aparte de ser un redomado bromista, también resultaba un guerrillero valiente y sagaz, propenso a materializar acciones sorprendentes por su audacia.
En el anecdotario aparecen algunas que lo retratan de cuerpo entero, como esta que narra el combatiente Silveado Cabrera Alba (*): “Junto a Camilo participé en una emboscada que tendimos entre Agua al Revés y Loma Azul. Los soldados venían subiendo y Che ordenó tender la emboscada. Camilo le pidió que le dejara disparar primero, y así fue.
Los soldados venían avanzando y Camilo no disparaba… La tensión era mucha y el dedo tenía ganas de halar el disparador, pero Camilo esperó a que el guardia estuviera casi encima de él, entonces disparó a boca de jarro, y antes que cayera muerto el guardia, él adelantó la mano y le quitó la Thompson mientras el hombre aquel caía, tan cerquita estaba”.
BROMA SALVADORA
En plena marcha de la Invasión, la Columna No. 2 Antonio Maceo bajo el mando de Camilo se aproxima a la zona del antiguo central Baraguá —luego Ecuador—, donde el Ejército estableció un gran cerco para aniquilar a la tropa rebelde. Con ese propósito decide enviar a un cabo y dos guardias disfrazados de campesinos al área donde se mueven los invasores para determinar su número, las armas con que cuentan y la probable ruta de avance.
Pero el trío no tardó en ser capturado al hacerse sospechoso por su comportamiento y el uso de algunas prendas y calzado no comunes en civiles. Ya seguro de la culpabilidad de los apresados, Camilo, con su inveterado sentido del humor, decidió utilizar una estratagema en coordinación con el capitán médico Sergio del Valle, que incluía el empleo de un esfigmomanómetro que haría las veces de “detector de mentiras”.
A Trujillo no le quedó más remedio que someterse a aquella prueba inusitada que le hizo subir la presión a alturas tope. De este modo Camilo le demostró al detenido que era miembro del ejército batistiano y no le quedaba más opción que colaborar con los rebeldes. El cabo aceptó y, como conocía la ubicación de las emboscadas tendidas por los guardias, dirigió a la tropa invasora de manera que pudieron evadirlas. Como colofón baste decir que el cabo Trujillo, quien era un hombre honesto, permaneció en la Columna No. 2, integrándose al Ejército Rebelde.
LLEGADA AL NORTE ESPIRITUANO
Las últimas jornadas, luego de burlar las encerronas puestas por el Ejército en las llanuras del Camagüey, tuvieron el aliento del arribo a una comarca de feraz vegetación y terreno quebrado, propicio para el ocultamiento de aquella tropa diezmada por la constante tensión, los embates de temporales y ciclones, el hambre, el cansancio y las dolencias en los pies, en su mayor parte descalzos.
En su informe a Fidel del 9 de octubre, Camilo describe lo acontecido el día 7, fecha de su llegada al territorio norteño de la antigua provincia de Las Villas: “En el río Jatibonico se puso una soga, el agua daba al pecho y la corriente era muy fuerte. Yo besé la tierra villaclareña, todos los hombres que componían la tropa estaban alborozados. Una pequeña parte de nuestra misión estaba cumplida.
(…) “Con esto lográbamos uno de los más grandes triunfos en el orden militar revolucionario, ya que, a pesar de las numerosas fuerzas del ejército de la tiranía, por tratar de exterminarnos, habíamos cruzado el largo recorrido desde Oriente hasta Las Villas, con solo tres bajas”.
EN JOBO ROSADO
Refirió hace años José Luis Rodríguez Castillo, combatiente de la tropa de Félix Torres, que, en la noche del 7 al 8 de octubre de 1958, cuando Camilo entra en el campamento del Destacamento Máximo Gómez del Partido Socialista Popular, en Jobo Rosado, hacía rato que el jefe y su tropa lo estaban esperando.
“Esa noche, cuando Camilo viene entrando a Montalvo, Félix lo está esperando. Su tropa avanzó en fila india y Félix empezó a caminar por toda la orilla de la guerrilla que llegaba, preguntando: ‘¿Dónde está Camilo?, ¿Dónde está Camilo?’. Y la gente continuaba y le decía: ‘El último de atrás es él’, y Félix fue hasta lo último de la larga hilera de 90 hombres sin encontrarlo y entonces regresó al centro del campamento”.
Rodeado de las penumbras, Camilo no dio la últimahasta estar convencido de la seguridad del lugar a donde había llegado, por eso no se identificó hasta no constatar, ya en medio del campamento, que estaba entre revolucionarios. Pero dejemos que lo explique José Luis: “Como ya Camilo había entrado, un anciano nombrado Ramiro Díaz, allá en Montalvo, propicia que se encuentren.
“Ellos conversaron y se entendieron muy bien. Torres se puso con su destacamento a disposición del Señor de la Vanguardia y dijo de renunciar a sus grados, a lo que Camilo replicó: ‘Usted es el jefe aquí, el capitán de esta tropa’”, rememoró el veterano combatiente.
Se había roto la oscuridad y el silencio del monte a la luz mortecina de faroles y chismosas y se escuchaban las expresiones de júbilo de los recién llegados.
“El momento del encuentro fue muy impresionante —recordaba José Luis—, un saludo de hermanos. Ellos venían, los pobres, unos descalzos, con los pies destrozados; otros enfermos, ripiados, semidesnudos, hambrientos, y allí había un muchacho de nombre Ramoncito Armas y Félix le dijo: ‘Mira, tú eres el encargado de atender todas las necesidades de esta gente, que no tengan que moverse de las hamacas’.
“Y fue precisamente así, pues Ramoncito les curaba las llagas, les traía café, les daba de comer y aplacaba la sed a los allí acostados, desfallecidos por tantos días de marcha por territorio inhóspito, acosados por el enemigo.
“Yo sé que esas atenciones, la alimentación y el descanso hicieron milagros en aquellos guerrilleros, pero lo que les curó el alma fue el trato de hermanos fraternos que les dimos, la solidaridad humana, y eso lo reconocieron después muchos de ellos, empezando por Camilo”, sentenció Rodríguez Carrillo.
(*) Del libro, Camilo Cienfuegos, el hombre de las mil anécdotas
Deseo adquirir un libro,una obra ,que recoja la vida completa de Camilo,he leído párrafos sueltos de este hombre extraordinario,que hay que verlo y evaluarlo en el contexto de la lucha contra la dictadura batistiana,diganme como lo puedo conseguirlo.