“¿sobre qué muerto estoy yo vivo/ sus huesos quedando en los míos (…)?”. Aunque de cuando en cuando me he hecho la pregunta, en verdad la he tomado prestada del poeta Roberto Fernández Retamar.
Ha retornado otro amanecer de 26 de julio. Ha despertado Cuba recordando a sus muertos 66 años atrás. De vuelta los trajo el pueblo granmense en la Plaza de la Patria, de Bayamo, ciudad convertida en cenizas por sus propios hijos antes de entregarla viva a los españoles en enero de 1869.
Es el Bayamo que coreó por primera vez el Himno de Perucho Figueredo. Es el Bayamo del ímpetu de Carlos Manuel de Céspedes, del hombre que blandió la libertad en su ingenio La Demajagua cuando el sol bajaba de las empinadas montañas cercanas.
Era la Sierra Maestra, siempre altiva, que acogió a Fidel y a sus guerrilleros rebeldes. Es el Comandante que en el 2006 aseguró en esta misma plaza que hasta el último segundo de su vida lucharía por hacer algo bueno, hacer algo útil. Y lo hizo desde que se empeñó en tomar por asalto el cuartel Moncada, en una ciudad indomable: Santiago de Cuba.
Este 26 de julio lo recordó el Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien se había preguntado antes de su discurso: “¿Cómo y en nombre de quién hablar?”, y a seguidas se respondió: “Tengo claro que hoy hablo en nombre de los agradecidos”.
En una mañana de luz, Díaz-Canel dijo que 13 años después, Fidel volvió a desembarcar en Granma con el yate de las ideas, en alusión a la presencia del Comandante allí en el 2006 en igual tribuna.
En una mañana de historia, el mandatario cubano alertó: “Nos toca pensar como país, porque nadie va a pensar por nosotros, y el gigante con botas de siete leguas (…) hace tiempo dejó de ser una metáfora visionaria de Martí para transformarse en una fuerza expresa de lo que nos espera, si por ingenuidad o ignorancia subestimamos o creemos que no es para nosotros el plan de reapropiación de nuestra América que ha emprendido el imperio con la bandera de la Doctrina Monroe”.
Lo aseguró en Bayamo, que renació entre el fuego y las balas mambisas y guerrilleras; lo expresó en una ciudad que, como el resto de Cuba, se sigue preguntando: “¿sobre qué muerto estoy yo vivo?”, para así no dejarlos morir.
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