Darilys, hasta pronto. Aterrada. Así quedé frente a la pantalla de mi laptop cuando las redes me trajeron este último viernes, la noticia fatídica.
Estupefacta, también estuve por minutos y minutos cuando una y otra fuente confirmaron la muerte de mi colega Darilys Reyes Sánchez. La vida tiene, a veces, injusticias como estas, me dije y no pude evitar los pinchos en mi piel, ni mi nudo en la garganta, pese a no ser del círculo cercano de sus amistades, aunque sí del de la profesión.
A Darilys me acerqué primero por la versión digital del Cinco de Septiembre y por su blog El elefante Verde. Sentí el enamoramiento natural por quienes hacen el periodismo desde la agudeza y la beldad de la palabra, de quienes lo asumen con y sin sus reglas.
En sus escritos advertí la habilidad para quitar el adoso al secretismo hasta llegar al mismísimo José Pito Abreu en tiempo de prohibiciones y tabúes o a los voleibolistas proscriptos en los tribunales finlandeses como para dejar sentado que el deporte puede ser -y es- universal desde la localía de un territorio. Bastó leerla para entender que la sensibilidad y la dulzura no tienen por qué estar reñidas con la hondura, la objetividad y la crítica.
Eso hizo esta muchacha que ahora nos falta, cuando construyó una conexión singular con los Elefantes de sus sueños y los Elefantes de su pluma. Y aunque el deporte fue su mayor conexión con las audiencias, otros temas pulsaron la valía de su talento, compulsado por el ímpetu de la juventud y una experiencia que nada tuvo que ver con los años.
Para confirmar la imagen que ya tenía, el azar y la profesión nos permitió conocernos sin ninguna mediación, en algunas premiaciones del «González Barro», concurso nacional de periodismo deportivo.
Compartimos más en ocasión de la visita del equipo de la MLB Tampa Bay a La Habana en el histórico partido del Latinoamericano al que asistieron el General de Ejército Raúl Castro y el presidente norteamericano Barack Obama.
Entonces supe de la Darilys mujer, joven llena de sueños y proyectos, ya con una pluma encendida, profunda, bella y un talento natural que hacía oler a una periodista aún a distancia. No tuve rubor en decirle de mi admiración por su prosa, mientras compartimos los ardides mutuos que un periodista debe usar.
Por eso, por más que intento imaginarla atropellada por un accidente irresponsable y cruel, no consigo recordarla como no sea con la imagen de con quien construí una amistad de horas aun desde las distancias etarias y generacionales.
Y eso me basta para entender por qué Cienfuegos dispuso, con toda justicia, despedir a Darilys Reyes Sánchez a la manera en que ella lo mereció.
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