Atónita cuanto menos puede quedar una ante el mostrador. En el anaquel de un mercado industrial, como si fuera el estante de un salón de operaciones, se amontonan gorros y nasobucos, del más pulcro de los verdes.
Antes los gorros costaban 12 pesos —recientemente los rebajaron a 6.60 pesos—; a 5 pesos, los tapabocas. Hay en La Vizcaína, en La Francia —tienda cabaiguanense— y en cualquier otro mercado industrial puedes hallar hasta delantales y paños de manos también de ese mismo color.
Para reforzar quizás lo que ya presumía le pregunté a la dependienta: “¿Se venden mucho?”, y ella, además de aquella mueca también de asombro como respuesta, agregó: “Pero ayer entró otro camión”.
Podría intuirse entonces que aquel conjunto arribó hasta las tiendas donde se expenden productos industriales sin estudio de marketing alguno, sino como llegan siempre: por el instinto de alguien que supone que todo puede comercializarse. O a lo mejor por la iniciativa de alguien para darle salida a alguna superproducción industrial.
Sin deshacer el bolso de los supuestos, se despacharon después no pocos argumentos: aquellos productos llegaron por pura autogestión desde la Empresa Universal de Granma hasta la homóloga cabaiguanense y de ahí a los mercados.
“Se está evaluando para ver si es factible comercializarlos —aclara Adalis López Valero, directora general de la Empresa Universal Sancti Spíritus—. Se tienen en inventario y se están ofertando tanto a la venta mayorista como minorista. Se colocaron en un mercado por cada municipio. Hasta ahora se comercializan, pero muy lentamente”.
Era predecible. Bastaría la experiencia acumulada para desarmar la cadena producción-artículo-venta: demasiada vasija plástica tostándose en los estantes, demasiados bikinis estirándose y estirándose en años.
Porque imagino que además de los doctores que decidan hacerse de un stock personal, pocos adquirirán tales accesorios. Quizás me equivoque y a partir de ahora quienes elaboran alimentos en cualquier punto particular estarán tan asépticos como en un salón de operaciones o los pintores decidirán ponerse tal gorro para subirse a los andamios o las mujeres que hacen queratina lucirán nasobuco al estilo quirúrgico o se pondrán de moda los disfraces de cirujano en las escuelas.
Serán los únicos compradores, a lo mejor, porque no creo posible que nadie en su sano juicio decida vestirse de médico para cocinar en casa.
Al menos en La Vizcaína, ese céntrico mercado espirituano, su administrador Raúl Tejeda dice que han tenido aceptación; tanto que solo quedan gorros, porque los nasobucos se terminaron. “Ha sido como una prueba de mercado —asegura—; se han vendido”.
Debe ser una rareza, porque en otras tiendas las respuestas no fueron tan halagüeñas. No cuestiono que se vendan, lo lógico sería que antes de ponerlo en un mostrador a libre demanda se pensara en clientes potenciales —es esa una ley elemental de todo mercado, creo— e incluso, primero, se debería saber si los hospitales están repletos, que al final es donde habitualmente se usan.
Debe considerarse, ante todo, que, a lo mejor, en los centros asistenciales de la provincia, como en otros del país, tal vez escasean en algún momento —sobre todo si sabe que dicha vestimenta la utilizan médicos, enfermeras, pacientes… y estudiantes que entran a un salón—, o que no existe toda la reserva para reponer a tiempo cuando momentáneamente falla la lavandería, por ejemplo.
No son los únicos casos; igual sucede con otros productos: en estas mismas tiendas se venden guantes quirúrgicos —incluso rebajados ahora— y, en ocasiones, la actividad quirúrgica se detiene por falta de estos insumos.
Al menos, con los atuendos verdes esta vez se pensó primero. “Se le propuso a Salud —sostiene López Valero—, pero no le era factible comprarlos porque el precio de costo era elevado”. Del otro lado del mostrador, Julio Rodríguez Extremera, director de la Empresa Provincial de Aseguramiento y Servicios a la Salud, asegura que en las unidades asistenciales no hay déficit; aunque hasta hoy ha entrado una cantidad inferior a lo demandado en el plan.
Que tales atributos pululen ufanos en un estante común resulta cuanto menos insensato, un acto tan descabellado como el de vender un vaso de leche con chocolate caliente, en julio, en Ancón.
Pero los gorros y los nasobucos son otras de las tantas puntas de un mismo iceberg. Pienso yo —sin más especialización económica que los cálculos cotidianos para estirar el bolsillo— que la economía cubana no se salvará vendiendo tales prendas; al contrario, supone la pérdida de tiempo, de esfuerzo humano y de materia prima para producir por producir. Y lo peor es que cíclicamente se repite con este y otros renglones.
Con tanta carencia, con tantos artículos necesarios, con tanto juego de cocina para niña o sandalia despellejada por el tiempo en vidriera, no es para surtir las tiendas de gorros y nasobucos. Es como vestir un santo con el traje de otro y lo único predecible será que, como ya sucede, nadie le quitará la etiqueta de productos en lento movimiento.
Periodista UD me va a disculpar que no me ajuste al tema de hoy,pero lo que esta sucediendo esta tan extendido y no solo en SS,que merece atencion por el bien de todos:Los jugos en envase de carton deben tener,ademas de la tapa exterior,un sello de papel aluminio en el interio en los envases grandes,lo que impide su adulteracion y en varias tiendas que los compre,carecian de ellos,lo que pone en riesgo la salud pues ni sabemos con que lo rellenan.Ya me queje al CIMEX y me dieron la razon.Ayer mismo devolvi uno de la marca Petit,en la gasolinera de la carretera a Casilda en Trinidad .Me niego a cinsumir algo con el riesgo de que este adulterado.Ya me han comentado que la tapa plastica exterior la fabrican de forma artesanal y adulteran hasta el agua,algo que no me consta pero sospecho,pues algunas taoas abren de forma diferente montandose sobre la rosca..Gracias