Había sido abundante la lluvia de la mañana. Empapada estaba la tierra y apagado, el polvo del camino que nos conducía hasta la comunidad La Picadora, perteneciente al Consejo Popular Mayajigua, en Yaguajay; un lugar tocado por la magia natural, esa que brota de las almas puras que abriga en su regazo.
No se movían las ramas de los árboles y tampoco alcanzaba la transparencia del cielo. No obstante, decidimos andar en busca de un hombre diferente, un ser humano con un arranque de entusiasmo que resulta poco usual en estos tiempos. Nuestros caminos se cruzaron y decidieron seguir juntos a pesar de la frialdad que despedía el aguacero que llegaba a este rincón de la geografía yaguajayense.
Su faena no me resultaba extraña. Conocía de su labor y de su empeño. De ahí que tuviera las puertas abiertas para atacar con preguntas que él contestaría sin contratiempos. Así tropezamos con José Ángel Rodríguez Sánchez, delegado de circunscripción del Poder Popular de esta zona por 26 años; más de dos décadas inmerso en resolver las principales problemáticas de la población. Y es que en este apartado lugar del norte espirituano la vida exhibe diferente color.
Todo aquel que llega hasta aquí queda inmóvil ante el remolino de ideas que emerge del corazón de los pobladores, pues en este sitio, lo alcanzado responde al trabajo comunitario integrado.
“En el año 1993, cuando asumí la función de delegado los retos fueron difíciles. El primer problema era que la comunidad no estaba electrificada. Los delegados anteriores hicieron una gran labor, y yo seguí con esas ideas. Hicimos las gestiones y el Estado nos asignó los recursos, y aun cuando no eran de gran calidad, logramos poner la corriente”, alega.
“No tenía las mejores condiciones —explica—, pero más tarde en el año 2000, cuando mejoró la situación económica del país, aparecieron cables de mejor calibre y se logró transformar esta red de distribución, con la eficacia que requería”.
Sin embargo, Titi, como todos lo conocen en la comunidad e, incluso, fuera de ella, no se detuvo en el tiempo. Hasta hoy no pierde los deseos de hacer por su gente y lucha contra todo lo que obstaculice el éxito de alguna acción.
De ahí que poco a poco se enfrentara a problemas de viviendas, y a los contratiempos con la sequía. Aun así supo encontrar el rumbo exacto.
“En el 2009 y 2010 —aclara— se nos secaron todos los pozos de la localidad. Esta situación empeoró el abasto de agua, pues tampoco contábamos con un sistema de acueducto y alcantarillado. Con la ayuda de esta empresa, conseguimos mangueras; rescatamos una turbina que utilizaban las locomotoras inglesas de vapor, de la industria azucarera desparecida en el territorio, e hicimos un pozo que suministraría el líquido al consultorio.
“Aprovechamos entonces esa coyuntura y pusimos varios tanques de abasto de agua a la comunidad, y hoy la recibimos de esa forma”, explica sin vanidad.
No se conformó y llegó más lejos. Quería encontrar la forma de resarcir los daños al fondo habitacional de la zona. Surge entonces la posibilidad de un curso para aprender a utilizar los ladrillos en la construcción de viviendas desde los cimientos hasta la cubierta. Titi no dudó en asistir. Junto a tres personas, visitó fábricas dedicadas a la actividad; apretó en su mente las experiencias y emprendió el camino de la elaboración de este material.
“Nos lanzamos sin saber que en La Picadora no había barro. No obstante, empezamos a obtener diferentes tipos de arcillas de la comunidad y a mezclarlas unas con otras. Fuimos probando hasta que cocinamos 30 y 40 la primera vez, y salieron tres o cuatro con calidad. A partir de ahí comenzamos a hacer ladrillos, lo cual se mantiene hasta hoy”, comenta.
El grupo de trabajo comunitario integrado en La Picadora lo integran 22 pobladores. Esta estrategia persigue identificar las fundamentales dificultades de la zona y delinear, entre todos, acciones para su solución. “Dividimos el trabajo por esfera. Unos atienden la vivienda, otros lo social, las temáticas medioambientales, y también la agricultura”, confirma este hombre de 53 años de edad.
La Picadora recoge alegrías y no remordimientos, pues no se entrega al descanso. Cada día este recóndito lugar es sinónimo de aprendizaje y experimentación. De ahí que mantenga estrechos vínculos con la universidad del municipio, la provincia, de Villa Clara y La Habana; lazos que despiden conocimientos sobre los habitantes del territorio.
“Lo más importante para el grupo comunitario es trabajar unidos, con debates, discusiones; pero llegando a acuerdos. Lo otro, es lograr que funcione de la mejor forma posible la bodega, el consultorio del médico de la familia, lugares construidos también por los propios pobladores”, refiere Rodríguez Sánchez.
No obstante, el camino también le deja deudas: “Hay que fortalecer la construcción, reparación y mantenimiento de las viviendas. Tenemos diez casas afectadas tras el paso del huracán Irma, y con el apoyo de los pobladores, hicimos facilidades temporales. Solo esperamos la entrada de recursos para contribuir más”, destaca.
Así es José Ángel Rodríguez Sánchez, un hombre que encarna las virtudes de un líder. Arrastra sin esfuerzo a la gente; aprende junto a ellos; escucha, respeta, y todo lo hace por su comunidad.
“Nunca me propuse ser delegado, y este trabajo no lo tengo como una tarea, como algo que busco o que no quiero hacer. La gente me recibe como un vecino más, porque delegado aquí, somos todos”, advierte con seguridad. Y entre estas palabras, concluye el diálogo. La lluvia todavía escuchaba la conversación. Al parecer también quedó conmovida con tanto compromiso dentro de un solo hombre. Así nos despedimos de La Picadora, una comunidad con razones para levantarse cada día, respirar el aire puro y ensanchar el horizonte de su existencia.
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