Es una notable minoría, pero no faltan compatriotas que, impotentes al ver que no surten efecto visible las sucesivas condenas anuales a Estados Unidos por su bloqueo a Cuba en la ONU, ponen en duda la pertinencia de seguir llevando el tema al organismo mundial, alegando que la superpotencia se ríe de la voluntad de la comunidad internacional y no solo mantiene esa guerra económica contra nuestra patria, sino que la arrecia.
Sin decirles superficiales a esas personas, resulta oportuno recordarles que existen incontables razones para fundamentar el hecho de que Cuba no puede renunciar bajo ningún concepto al privilegio de propinarle una paliza diplomática descomunal al imperio, todos los años, en su propio territorio, y hacerlo sentir como un paria a nivel planetario, cogido en falta por sus crímenes de lesa humanidad.
Pero hay más. El tema de la resolución cubana contra el bloqueo ha devenido en la Asamblea General de la ONU —donde están representados 193 Estados— factor aglutinante donde hacen causa común países con disímiles sistemas políticos y socioeconómicos, algunos con fuertes diferencias entre sí, que sin embargo se unen para defender la causa justa de Cuba como una cuestión de principio.
Los cubanos estamos conscientes de que en la ONU, al atacar al imperio no nos defendemos solo nosotros, de lo que se trata es de hacer prevalecer el derecho internacional y el respeto a la Carta de las Naciones Unidas, que excluyen el uso de medidas económicas y bloqueos como arma de guerra, máxime entre naciones entre las cuales no existe oficialmente estado de beligerancia.
Para nadie es un secreto que numerosos países afectados por la política hostil de Washington y sin el reconocimiento cosmopolita de que goza Cuba ven en la discusión anual del tema del bloqueo, como oportunidad para desquitarse de tantos chantajes, amenazas y agresiones a que han sido sometidos por un estado que actúa al margen de las leyes universales, bajo una administración que, como la de Donald Trump, viola sistemáticamente acuerdos y tratados o, sencillamente, los rompe.
Por razones obvias, los gobiernos representados en la ONU no pueden dejar de condenar en los más duros términos el bloqueo basado en una Ley como la Helms-Burton, inadmisible, ilegal, injerencista, criminal y extraterritorial, que vulnera su derecho a comerciar con Cuba y que introduce un precedente nefasto en las relaciones internacionales.
Todavía resuenan en los oídos de televidentes y radioyentes, las intervenciones de los representantes de decenas de países en la Asamblea General, los días 6 y 7 de noviembre, defendiendo la causa de Cuba contra el bloqueo, con palabras tan sentidas cuanto más solidarias, y de rotunda condena a ese engendro criminal que ya dura cerca de 60 años. La patria de José Martí y Fidel Castro agradece profundamente y no olvida esas expresiones de apoyo.
Cuba tiene el deber inexcusable de llevar a la ONU cada año su formidable denuncia a un estado prepotente, depredador y violador de las normas de convivencia entre naciones, para que el mundo conozca el crimen que comete contra nuestro pueblo bajo la intención genocida de hacerle sufrir todo tipo de penalidades, con el objetivo siniestro de provocar un cambio de su orientación política y sistema de gobierno.
La promoción del tema, por poco que repercuta en los medios, dominados por las transnacionales de la (des)información, siempre va dejando un sedimento que, como en los procesos geológicos, se va acumulando en mayor o menor medida hasta provocar un cambio de cualidad.
Aludíamos en el primer párrafo a la aparente percepción del escaso “efecto visible” para un estado canalla como Estados Unidos, de sus sucesivas derrotas anuales en la ONU, cuando, a la luz de la Ley de transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos, esas debacles políticas —que ya suman 28 al hilo—, deberán tener necesariamente el destino que les marca ese código filosófico ineludible.
Me explico: esta ley universal del desarrollo constata que la acumulación de los cambios cuantitativos graduales e imperceptibles en un momento determinado para cada uno de los procesos conduce necesariamente a cambios esenciales, cardinales, cualitativos; a la transición, en forma de salto, de la vieja calidad a la nueva.
De acuerdo con la citada ley, que actúa en todos los procesos de desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, Estados Unidos no puede seguir sufriendo indefinidamente derrotas apabullantes como las que experimenta cada año en la ONU sin que se produzca un cambio de calidad que implique la venida de una situación nueva en su esencia.
Recordemos si no la teoría de la gota que desborda la copa, o la gota que, con su persistencia, horada la roca. Recordemos también los casos de Elián González y de nuestros Cinco Héroes. Vivir para ver.
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