Qué vergüenza que el terror que trataron de sembrar con el asesinato de este adolescente Manuel Ascunce se tradujo en la condena de nuestro pueblo, en una acusación eterna a los cobardes (…) (Fidel Castro, 22-12-1961)
La cuadrilla armada de cerca de una veintena de bandidos se abalanzó en la tarde-noche del domingo 26 de noviembre de 1961 sobre la vivienda del campesino miliciano Pedro Lantigua Ortega, en la finca Palmarito, del trinitario barrio de Río Ay, donde, valiéndose del engaño y la traición, logró desarmarlo para consumar después, previa tortura, el ahorcamiento de este y del maestro alfabetizador Manuel Ascunce Domenech, un jovencito de apenas 16 años.
La noticia, que se regó cómo pólvora por el lomerío, no tardó en llegar a Trinidad, a Sancti Spíritus, a Sagua la Grande, de donde Ascunce era oriundo, y de ahí a La Habana, la cual provocó en todas partes un profundo rechazo en la población, que reaccionó con indignación ante aquel crimen incalificable.
Para el Comandante en Jefe el asesinato del niño-maestro —uno más entre los muchos cometidos por las bandas armadas del imperialismo y la reacción entre los educadores voluntarios— fue particularmente sensible, por cuanto él, que había enunciado en octubre de 1953 en el juicio por los sucesos del 26 de julio de aquel año, la educación como una de las tareas básicas priorizadas para cuando la Revolución llegase al poder, estaba claro el pérfido objetivo del doble crimen: sembrar el terror entre los alfabetizadores para hacer fracasar la Campaña de Alfabetización.
Pero la perfidia y la ignominia del nuevo asesinato, a escasas semanas de la proclamación el 22 de diciembre de 1961 de la victoria de la Campaña de Alfabetización, traslucían un propósito aún más repudiable: la venganza impotente ante aquella noble cruzada que había llevado de manera masiva la luz de la enseñanza a 707 000 compatriotas de un total de 979 207 iletrados censados en todo el país, con lo cual el índice de analfabetismo en Cuba se redujo al 3.9 por ciento, uno de los más bajos del mundo.
Cuando los padres, Manuel Ascunce Hernández y Evelia Domenech Sacerio, deciden hacer el velatorio de su hijo Manolo en La Habana, y no en Sagua, donde vivían los demás familiares, Fidel les pidió que aplazaran para el día siguiente el entierro, por la celebración en la capital del XI Congreso de la CTC, donde el jefe de la Revolución planteó emocionado:
“Compañeros trabajadores, en el día de hoy hemos recibido la noticia de que un joven brigadista alfabetizador de 16 años de edad fue asesinado por elementos contrarrevolucionarios en la finca Palmarito, Barrio de Río Ay, término municipal de Trinidad, Las Villas…; el joven se nombra; o se nombraba, (…) o se nombra y se seguirá nombrando siempre Manuel Ascunce Domenech”.
Allí, en medio de la expectación general de los delegados obreros e invitados nacionales y extranjeros, el Comandante en Jefe se preguntó: “¿Qué los ha motivado? ¿La impotencia, la irritación y el odio? ¿O los ha movido el deseo de obstaculizar y perturbar ese esfuerzo final, de sembrar el terror entre las decenas de millares de familias que tienen sus hijos alfabetizando, a fin de debilitar y frustrar el tremendo esfuerzo de la última etapa de la campaña?”.
La historia recoge que en la mañana del 29 de noviembre de 1961 el pueblo de La Habana acompañó, en impresionante manifestación de duelo, el cortejo fúnebre de Manuel Ascunce hasta su última morada en el cementerio de Colón.
Aquel crimen horrendo había motivado al pueblo y, en especial, a los dirigentes de la Revolución. El entonces ministro de las FAR, Comandante Raúl Castro Ruz, expresó emocionado: “(…) si no bastaron todos sus crímenes pasados y recientes para conocerlos profundamente en lo que son, bastaría contemplar el crimen horrendo que acaban de cometer en la vida de un campesino laborioso y de un niño alfabetizador”.
Al despedir el duelo, el entonces Presidente Osvaldo Dorticós Torrado señaló convencido: “Hemos cavado una tumba para el héroe adolescente, pero con actos como este cava, día a día, su tumba el imperialismo”.
Por su parte, la revista Bohemia plasmaba en un reportaje: “Conrado Benítez García, Manuel Ascunce (…) cuando mañana, en un mundo del que hayan sido barridos todos los restos de la injusticia y la opresión, las generaciones felices del futuro que lean la crónica heroica y estremecedora de estos días que vivimos no podrán comprender el bárbaro relato que recoja su historia”.
Y añadía la decana de las publicaciones cubanas: “No podrán comprender que hayan existido regímenes sociales y hombres a su servicio, capaces de ahorcar niños por haber salido en el más hermoso ejército que haya conocido nunca el mundo, a combatir la ignorancia, a enseñar a leer por campos y montañas a aquellos a los que esos regímenes brutales de explotación, necesitaban analfabetos e ignorantes para poder oprimirlos mejor”.
Pocos estaban conscientes entonces de que aquel joven, junto a Conrado Benítez y otros brigadistas y maestros voluntarios mártires se habían convertido en inspiración y bandera de un esfuerzo enorme por la educación y la cultura de los cubanos que apenas comenzaba. Manuel Ascunce Domenech había dejado de ser un nombre para trocarse en bandera y símbolo de todo un pueblo.
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