Nunca se ha cansado de agradecer la sugerencia del entonces político del Ejército Central en la década del 60 del siglo pasado para que cursara estudios en La Habana vinculados al arte. Sus inquietudes por la música eran evidentes; mientras tocaba la filarmónica espabilaba a todo su pelotón. Estaba demostrado que la vida militar no le corría por las venas. Sin tiempo para cambiar de opinión, Efigenio Pino Hernández llenó una maleta y hasta la capital no paró.
“Me interesaba aprender sobre las melodías, pero cuando llegamos ya las becas en esa especialidad estaban agotadas. Entonces me dijeron: ‘Vaya para el Comodoro’ y yo dije: ¿Qué es eso?, y me indicaron el camino. De inmediato, me enrolé en esta travesía de más de 50 años como instructor de Teatro”, dice con un brillo en los ojos que opaca todos los vocablos.
Precisamente allí dio sus primeros pasos sobre un escenario. Aprendió todo cuanto pudo de las técnicas teatrales. Al graduarse acomodó en el equipaje todos esos saberes adquiridos y retornó a casa.
“Vengo para la región de Sancti Spíritus y me dicen: ‘Has caído del cielo porque tienes que regresar a La Habana para un curso’. Nunca imaginé que en tan poco tiempo pudiera amar al teatro de muñecos y principalmente el de títeres”, cuenta mientras la voz toma varios matices.
Considerado el iniciador del teatro guiñol en Sancti Spíritus en la segunda mitad de la década del 60, Cabaiguán, como lo bautizara otro grande del mundo de las tablas, Armando Morales, plantó bandera en un local situado al lado del hotel del municipio que inspiró el apodo para fundar la sede de su grupo Los Muñequitos.
“Fue el único teatrico por mucho tiempo en la provincia en la década del 70. Se llenaba los fines de semana sin cobrar un solo centavo por la entrada. Los niños se divertían mucho con nuestras puestas”, refiere.
¿Qué valor añadido le dio el trabajo con títeres?
Desde el curso aprendí que confeccionarlos generaba una unión increíble en todo el grupo. Llegas a amarlos como si sintieran. Muchos personajes emblemáticos se hicieron amigos de nuestro público. Por ejemplo, los de la obra de Comino y Pimienta vencen al Diablo, de Arkady Averchenko y adaptada por Armando Morales, quien es mi padre espiritual, o la emblemática Caperucita roja.
¿Cómo Los muñequitos logró erigirse entre los mejores?
“Fuimos los únicos que en el Movimiento de Artistas Aficionados merecimos la condición de categoría A. Lo conseguimos por el amor y entrega hacia lo que hacíamos. Incursionamos en todas las técnicas: marioneta, títere de varilla, de guante, y no subimos a escena las sombras chinescas porque no teníamos los medios para lograrlo. Pocas cosas nos detuvieron la imaginación”.
Una de las tantas razones que junto a las de jefe de Cátedra de Teatro y máximo responsable de una brigada artística en la Prisión Provincial le valieron para que a este artífice lo coronaran, en febrero de este año, con el Premio Nacional Olga Alonso por la Obra de la Vida, conferido por el Consejo Nacional de Casas de Cultura.
“No lo esperaba porque eso se daba antes en el mes de octubre y este año avisaron en febrero. Me quedé muy sorprendido y me fui para Santiago de Cuba a recibir el lauro”, dice con las marcas visibles de sus 73 años.
¿Qué hace para cumplir con la máxima de que un artista jamás se retira?
Me dedico a la artesanía y a alguna que otra actividad que me solicita Cultura. Pero son las menos. Me tiro en la espalda el acordeón y monto en la bicicleta mis títeres para llegar hasta donde me digan.
¿Cómo evalúa al más joven movimiento de instructores de teatro?
Hoy se usa menos el retablo. Eso es una lástima porque ahí está la imaginación, la fantasía de los niños, que no hay quien se las quite. Espero que los instructores se den cuenta de eso y apuesten por explotarlo.
¿Sueños?
No tengo talleres en estos momentos, pero sí me gustaría impartir mis conocimientos.
Agrada ver como a un maestro de generaciones en el teatro titiritesco es reconocido con tal alto honor. Marti nos decia que honrar honra. Gracias a quienes se decidieron por este premio a Pino como todos en Cabaiguán lo llamamos. Ya no vivo en ese pueblo pero sigue firme mi amistad con el y, a su vez, recordando lo que en su momento fue el Movimiento de Artistas Aficionados en esa tierra de Arturo Alonso, cuando el gordo Mimi (delegado de Cultura en el Municipio en esos momentos) hacia malabares para mantener un movimiento de aficionados que afloraba con fortaleza a partir del movimiento de instructores de arte creados por la revolución. Vaya mi saludo a mi amigo Pino. Quizas ya no se acuerde de mi pues la distancia siempre hace mella en la memoria, pero puedo decirle que su trabajo sigue en el corazon de muchos Cabaiguanenses presentes y ausentes. Gracias.