Guayos, pequeño poblado de la provincia espirituana, tuvo el privilegio de contar entre sus hijos con hombres de la talla de Reemberto Abad Alemán, asaltante del cuartel Moncada, y Elcire Pérez González, precoz gigante de la lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Lo que muchos desconocen es que ese poblado fue también cuna de decenas y decenas de patriotas que se enfrentaron al tirano desde el clandestinaje o en las guerrillas y que en fecha tan temprana como noviembre de 1956 ya estaban organizados y emprendían acciones en nombre del Movimiento 26 de Julio.
Fue precisamente Elcire, pese a los 17 años que tenía entonces, el aglutinador de los guayenses, en estrecho contacto con Carlos Pérez Hernández, fundador, junto a su hermano Faustino, del Movimiento en Cabaiguán.
La primera acción “en grande” del grupo encabezado por Elcire, sería la toma de la jefatura de Policía y el cuartel de la Guardia Rural de la localidad, que harían coincidir con el anunciado desembarco de Fidel, quien había afirmado desde México:“En 1956 seremos libres o seremos mártires”.
Al decir de Gabino Bejerano Bernal, actual miembro del Comité Provincial del Partido, “Elcire nos había entrenado… y a todos los demás jefes que había en aquel momento, en que la ‘Hora Cero’ era el instante de entrar en acción armada en lucha frontal contra la tiranía”.
Y ese mensaje les llegó también en la noche del 29 de noviembre de 1956 a Heriberto Orellana, Osvaldo Díaz, Silo Sánchez, Emerio Armas Guelmes, Ernold Alfonso Díaz, Ángel Rodríguez (Olillo), Orestes Enríquez, Reinaldo Rodríguez (el Marinero), Edid Alfonso Díaz y Arterio Monteagudo Meneses, entre otros. Iraldo Rodríguez (Llayo) actuó como enlace a las órdenes de Elcire.
Los citados —a muchos no se les convocó y otros por diversas causas no se presentaron— marcharon en parejas hacia el punto de concentración, que únicamente Iraldo (Llayo) conocía.
Algunos compañeros, Bejerano entre ellos, pasaron por la casa de Iraldo y Ángel Rodríguez y allí vieron a la mamá de ambos, Nieves Perdomo, quien, pese a que intuía que algo importante tramaban, no les quitó la idea, sino que le pidió a Bejerano que les dijera a sus muchachos que hicieran lo que tuvieran que hacer, pero que se cuidaran, que no regalaran la vida”.
El sitio indicado para concentrarse era un platanalito en una finca de los alrededores de Guayos, donde había una enorme pila de paja de arroz de la cosecha de ese año. En el lugar encontraron a Elcire, quien, sonriente, los recibió —según Bejerano— con un revólver en la mano. “El propósito era ocultar al personal que iba llegando y, cuando estábamos todos concentrados —se esperaba reunir unos 70 hombres— y las armas que debían recibir, se suponía que vendría la orden de dividirse en dos grupos para atacar la jefatura de Policía y el cuartelito de la Rural”.
En aquel punto solo había un tanque de los de manteca con balas de distintos calibres y unos cartuchos de dinamita, pero, excepto el revólver de Elcire y otro, no contaban con ninguna otra arma. Al cabo de algunas horas, el grupo recibió a través de Arterio Monteagudo —a quien habían enviado en busca de orientaciones— la instrucción de Carlos Pérez, jefe del Movimiento en Cabaiguán, de que se suspendían las acciones planeadas por no llegar las armas y que los menos comprometidos se reintegraran a sus hogares.
Una parte del grupo volvió a sus casas sin mayores contratiempos. El resto, entre ellos Orestes Enríquez, Silo Sánchez, Arterio Monteagudo y Edid Alfonso, se quedaron durante algunos días escapando como podían, ocultándose en maniguas y cañaverales. Al cabo, Orestes se fue para Falcón y Silo, que había acompañado a Heriberto Orellana (luego mártir), a Reinaldo Rodríguez (el Marinero) y a otros hasta la sierra de La Esperanza, regresó junto a los restantes compañeros.
Allí Silo vio a Elcire, quien le dijo que “aquello” no podía ser, que iba a conseguir contactos y que él tenía que hablar con la gente. Luego se fue a campo traviesa y fue apresado en Neiva, conducido a Cabaiguán y de allí remitido a Santa Clara, donde fue juzgado semanas después en la Audiencia de la antigua provincia de Las Villas.
Uno de los jefes, Osvaldo Díaz, tío de Ernold y de Edid Alfonso, se reintegró a la casa del campesino Ruperto González, donde él solía trabajar. Silo, en cambio, tras algunas peripecias se entregó pasados14 días en la jefatura de Policía de Guayos, donde, después de ser interrogado y aleccionado fue puesto en libertad en la tarde del propio día.
Esta es la historia sucinta de los preparativos de las acciones de apoyo en Guayos al levantamiento del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba, que debía coincidir en tiempo con el desembarco de la expedición del yate Granma, conducida por Fidel Castro desde México. De los participantes guayenses algunos dieron posteriormente su sangre por la Revolución, como Elcire Pérez y Heriberto Orellana.
Años después fallecieron Osvaldo Díaz y Reinaldo Rodríguez. De una forma u otra todos dieron su aporte al glorioso triunfo de enero de 1959.
Nota: Ya en pleno proceso revolucionario abandonaron el país Iraldo Rodríguez, Edid Alfonso y Arterio Monteagudo.
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