Sus manos conocen cada centrímetro del cuerpo armonioso que lo acompaña desde hace cerca de 60 años. Al recorrerlo, con los ojos cerrados, descubre siempre un placer infinito que lo hace levitar. Es una pasión que no encuentra puntos muertos. Por ello, desde hace mucho le declaró su amor íntegro. Una entrega infinita, aunque hoy los compases del paso del tiempo se empeñen en que la traicione.
Pudiera parecer un amor de novela; mas, resulta una relación fiel. Así lo ha afirmado en múltiples ocasiones Roberto Jiménez Tormes, director de orquesta y maestro, cuando se le pregunta por qué siempre se le ve guitarra en mano. Hasta su propia familia ha aprendido a lidiar con eso y reconoce que entre sus prioridades está esa curva remarcada y rodeada de cuerdas, traductora de los más puros sentimientos.
“Esta carrera empezó cuando a mi casa comenzaron a asistir los viejos trovadores de la villa. Me fui interesando poco a poco, hasta que un día me di cuenta de que estaba enganchado completamente”, dice uno de los músicos más importantes de la ciudad del Yayabo.
Eran los días en que la casona de Pancho Jiménez, donde residió por muchos años, acogía a Los Hermanos Morgado para que su hermano les pusiera voz a las melodías.
“Fui y soy amigo de todos los trovadores. Me daba mis traguitos con ellos, me iba de serenata porque así transcurrían aquellos días. Tantos han sido quienes me han acompañado en esta aventura como Orlando Marín Ibarra y Reinaldo Méndez, Machy, que la lista es larga”, refiere, al unísono de que a su memoria se agolpen las agrupaciones a las que ha pertenecido.
Pero su don, como diamante en bruto, fue esculpido por la maestría de Armando Zamora, Toto. Llegaba a su casa y sentados como quienes no tenían prisa les sacaban tanta música a las guitarras que solo hacían un impasse cuando los batidos con sello de su madre refrescaban el calor desprendido por el instrumento y se convertían en paga de las sui géneris clases.
Una metodología educativa que heredó y como a él le ha dado muy buenos resultados a todas las generaciones que le han tocado las puertas de casa para domar las seis cuerdas y nunca han desembolsado dinero alguno como recompensa.
“Disfruto tanto enseñando como tocando. Desde que se ponen frente a mí los hago tocar porque es la única manera que te embullas a no parar”, asegura.
¿Por qué las agrupaciones trieras?
Cuando comencé en este camino lo que más había aquí era ese tipo de agrupación. Incluso, los carros anunciadores con sus grandes bocinas que iban diciendo lo que tenían las tiendas, alternaban sus alocuciones con música sobre todo del tríoLos Panchos. Esta ciudad era, verdaderamente, cuna de tríos.
¿Suficiente motivo para subirse al escenario con ese formato?
Comencé acompañando a mi hermano y luego se nos unió Armando. Nos íbamos para el programaTata Jiménez y sus guitarras, con duración de media hora los domingos en la emisora Radio Tiempo, en los portales del otrora cine Serafín Sánchez. Estoy hablando de antes de 1959. Al principio teníamos inestabilidad en el nombre porque no sabíamos cuál escoger hasta que llegamos al teatro Martí.
Todo un reto seducir uno de los escenarios de entonces más exigentes de La Habana…
“Fuimos para allá para ir a Radio Progreso, pero nos invitaron para el teatro. Al llegar, nos presentamos como Los Chamacos. Entonces, el director del espectáculo nos dijo que aquello sonaba a película mexicana. Rápidamente escogió el nombre de Los Villa porque éramos de esta zona de la isla”.
Reacio a ser considerado compositor, en el extensísimo currículo de Roberto Jiménez Tormes, donde descuellan la Orden por la Cultura Nacional y la distinción Majadahonda 1936, sobresalen sus propias melodías instrumentales: Brisas de otoño, Para Isabel y Homenaje a los Panchos.
¿Cómo nace la Orquesta de Cuerdas Espirituanas?
“Quería tener mi propio proyecto. Alguien expresó una vez que esa orquesta es un trío grande y tiene toda la razón. Quise ayudar a mis alumnos y por eso les dije: vamos a hacer un formato de esa manera y así los voy a poner a trabajar”.
La casa, ubicada en Avenida de los Mártires, donde reside este padre de las cuerdas más contemporáneas espirituanas, se ha hecho pequeña por un ir y venir constante de quienes quieren beber de su sabia. Ya se ha hecho popular entre ellos la frase: “Deja que Roberto te toque porque donde pone el dedo nace un músico”.
“Esto se ha tranquilizado un poco. Antes eran de un tirón 20 sentados por toda la sala. Ahora no hay jóvenes músicos interesados en la guitarra. Se hacen festivales de son y jazz para atraerlos, pero la realidad es que cuando aprenden se van y te dejan solo”.
¿No le preocupa que perdamos las raíces?
“Cada pueblo tiene su identidad. Lo que hay que trabajar en base a que puedan adquirir sus conocimientos sin necesidad de que vayan a una escuela especializada en música”.
¿Por qué los nervios de punta en el homenaje durante la Feria Tecnológica La Guayabera 5.0, si otros muchos escenarios han sido dominados?
“Me cogió de sorpresa. Sabía que había algo extraño en el ambiente, pero no que fuera de esa manera. Estaba congelado. Toqué por la experiencia”.
Grande profe se te quiere con el alma, el corazon y la guitarra que tanto me enseño.