En los 113 años de historia del ahora llamado central Uruguay, hay 54 de funcionamiento bajo la administración de la compañía norteamericana que lo construyó a partir de 1904, de manera que estuvo entre los primeros ingenios azucareros edificados luego de la intervención de Estados Unidos en la isla.
La Ley No. 890 del Consejo de Ministros, aprobada el 13 de octubre de 1960, dispuso la nacionalización, mediante la expropiación forzosa, de todas las empresas industriales y comerciales, así como las fábricas, almacenes, depósitos y demás bienes y derechos integrantes de las mismas. Entre las 382 empresas nacionalizadas figuraron 105 centrales azucareros y uno de ellos fue el hasta entonces nombrado Jatibonico; desde ahí se llamó Uruguay.
Más allá de la legitimidad de ese paso que dio la naciente Revolución, todo indica que era el camino mediante el cual se podría lograr la proclamación de una nación soberana y el reacomodo de la estructura productiva para eliminar los beneficios privados y llevar a un primer plano la satisfacción de las necesidades de la sociedad.
ANTES Y DESPUÉS
Ricardo Guardarrama Román, presidente de la Unión de Historiadores de Cuba en Jatibonico y director del Museo General Municipal, se sabe de memoria los orígenes del central y el pueblo que nació aledaño.
El surgimiento de la industria está asociado a la intervención norteamericana en Cuba a inicios del siglo pasado y a la primicia que le dio el gobierno interventor a una compañía para que construyera el ferrocarril central Santa Clara-Santiago de Cuba, obra que inició en 1900, en tanto el primer tren pasó en noviembre de 1902, según rememora.
“Cuando la compañía llega a esta zona aprecia suelos fértiles, un río caudaloso y ve posibilidades de hacer un ingenio azucarero, todo eso en un contexto que no podemos ignorar: se había acabado la guerra, las fincas estaban devastadas y la tierra era muy barata; aprovecharon ese filón para su negocio.
“La compañía norteamericana The Cuban Royal Company, encargada de la construcción del ferrocarril, compró en 1902 más de 400 caballerías alrededor de la finca La Herradura con el fin de levantar allí esa industria, en un área aledaña al río Jatibonico, de ahí tomó ese nombre, terreno donde se asentó también el poblado. Tal ubicación resultaba provechosa para garantizar el traslado de la materia prima y la producción terminada; además, condicionaron el uso de esos suelos al cultivo de la caña”, añade.
Según recoge la historia local, el ferrocarril no aportó las ganancias esperadas por sus dueños; en ese entonces en la isla había poca mercancía para trasladar, ni tampoco existía hábito en el uso del medio de transporte. Luego surge The Cuban Company, que en 1904 empieza la construcción del ingenio y ya para diciembre de 1905 inicia la primera zafra.
El ingenio Jatibonico recibió en aquella etapa mejoras tecnológicas, de ampliación de capacidades, llegó a alcanzar a finales de la década del 50 una norma de molida de 415 000 arrobas de caña en 24 horas y fue uno de los más importantes de Cuba; sin embargo, el propósito de sus dueños distaba mucho de servir como segura fuente de empleo en la zona y retribuir decorosamente a los obreros.
“Desde fecha tan temprana como 1905 aparece un documento, como un cartel, donde la compañía aseguraba: ‘se prohíbe hacer política o agruparse en sindicatos’, una manera de no dar margen a ninguna reclamación laboral. A partir de que años después comienza a agruparse el movimiento obrero cubano, el central Jatibonico fue un foco de constantes huelgas exigiendo mejores pagos en correspondencia con las ganancias que dejaba la venta del azúcar.
“El régimen laboral era muy explotador, con salarios irrisorios, ahí la gente hacía cola afuera para si faltaba alguien en los turnos, los emplearan, algunos se pasaban hasta una semana esperando por una posibilidad de entrar a trabajar, aunque fuera uno o dos días”, acota Ricardo Guardarrama.
De aquel ingenio prácticamente no queda nada, refiere Guardarrama y agrega: “La Revolución lo transformó, amplió notablemente la capacidad de molida y la política laboral que se introdujo después del proceso de nacionalización dejó bien atrás a la que aplicaba aquella compañía que se llevaba los grandes beneficios de la producción; al obrero le tocaba muy poco del negocio del azúcar”.
EN TIEMPOS DE LA LEY HELMS-BURTON
Antes y ahora la vida de Jatibonico ha estado atada a la caña y el central. La modernización más trascendente en la infraestructura tecnológica se produjo entre 1968-1969, incluidas nuevas chimeneas y el Uruguay empezó a hilvanar una historia productiva de resonancia nacional que tuvo su momento épico en el récord de azúcar en una zafra: más de 236 000 toneladas. Otro proceso inversionista de envergadura se produjo entre los años 1984 y 1989.
Orestes Castro Pérez, quien durante 30 años se desempeñó como jefe de turno en el área de caldera y vive en el batey más arrimado a la industria, no ha perdido el sueño con esos ruidos asociados ahora a la Ley Helms-Burton y la pretensión de reclamar propiedades nacionalizadas.
“El Uruguay de hoy no tiene nada que ver con aquel ingenio que la Revolución nacionalizó, prácticamente todo es nuevo: basculador, tándem, calderas, planta eléctrica, tachos, almacén de azúcar, hasta las torres. Antes el empleo estaba muy ligado al lazo familiar, a la recomendación, se ganaba muy poco.
“Con la Revolución cambiaron mucho las cosas, fíjate, los salarios hasta no hace mucho no eran altos, pero la estabilidad laboral fue muy distinta, no dependías del gusto de un dueño que te botada si él decidía que ya no le convenías. Esa ley no tiene sentido, la nacionalización se basó en el derecho del país, se hizo para mejorar al pueblo; además, Cuba intentó pagar indemnizaciones y nunca aceptaron; ahora no hay nada que reclamar, el Uruguay es de la nación”, manifiesta Orestes Castro.
Orestes Venegas Pita es de los que tienen memoria y se rehúsan a olvidar el pasado. “Antes el que trabajaba en la caña tenía una miseria terrible, yo la sufrí; en 1955 trabajé en el central en una parte que le dicen Los Huecos, en el basculador, un trabajo muy difícil; tampoco al dueño le interesaba cómo vivía el obrero.
“Con la Revolución y la nacionalización de la industria azucarera nos beneficiamos todos los que trabajábamos en esta rama y el pueblo, fue algo justo, se nos empezó a tratar diferente, se empezaron a ocupar de nosotros, de nuestras necesidades, las riquezas que da el azúcar dejaron de ser patrimonio de unos pocos; ¿tú crees que ahora el pueblo pueda aceptar que nos quiten estas industrias para regresar otra vez al dueño explotador?, eso no volverá a pasar”, considera.
A Pedro Sáez Jova, un ingeniero que estuvo 36 años en el área energética del central, no hay quién le venga con historias de devoluciones a los dueños antiguos. “Ellos mandaban antes, después de la Revolución eso se acabó, ¿por qué tenemos que permitir que vivan explotando los recursos del país?; tampoco tienen ningún derecho en Cuba, la nacionalización fue legal y un acto de soberanía nacional; que no se metan con este central, con el Uruguay, no nos entendemos”, puntualiza.
Con la Revolución y la nacionalización de la industria azucarera se beneficiaron todos los trabajadores en esta rama y el pueblo, fue algo justo, se empezó a tratar diferente y a ocupar de las necesidades de los trabajadores, las riquezas que da el azúcar dejaron de ser patrimonio de unos pocos.
amo esta tierra y al uruguay donde me forme como obrero
Al pueblo lo que es del pueblo, ¿de qué propiedades hablan? la tierra pertenece a quien la trabaja.
(Ley Helms Burton)=chiste
Recordamos su olor, el sonido de sus maquinas, la sirena indicando el cambio de turno. Nunca se olvida el central, es Jatibonico y su gente.