Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana, 2 de diciembre de 1971: Alicia Alonso abre la puerta de la cabaña, se asoma gozosa y sale a bailar en medio de los aplausos, casi no se escucha la música, los memorables acordes de la salida de Giselle. Cyril Atanassoff, bailarín estrella de la Ópera de París, como pareja. Alicia lo ocupa todo, la falda azul estremecida por la brisa. Sutileza de las curvas, gracia en la pose de su cabeza.
Después, la cúspide con la escena de la locura de Giselle: pasión, sencillez, dolor. Hasta el final, cuando las Wilis se apartan y sobre la tumba la doncella resucita por amor. Retazos de brumas. Y de nuevo la salvación de bailar, sólo bailar. Infinitos aplausos. Se cierra el telón y Alicia sale. Una lluvia de pétalos sobre su cabeza. Desde una luneta anónima, Pedro Simón Martínez no se ha perdido ni un detalle con su devoción como admirador y el ojo en la crítica de arte.
“Me encuentro con Alicia primero como artista, yo era un aliciómano absoluto, quería ser como un experto en su arte, estudiaba su biografía, sus personajes, su estética, su trabajo histórico en la danza y con los años vino otro tipo de relación, nos casamos en 1975. Ahí unimos nuestras vidas desde el punto de vista personal y también profesional, he tratado de ayudarla en lo que yo he podido, ella me ha ayudado muchísimo, mi formación se completó con tenerla como testimonio vivo permanente, no sólo desde el escenario, sino al lado, en muchos de los libros que he escrito he filtrado cosas que me han llegado a través de ella”.
¿Cómo se acerca al Ballet y a Alicia un guajiro de Agabama, con un perfil profesional tan distante: Química Industrial, Derecho Diplomático y Doctor en Ciencias Sociales?
Mi relación con el ballet es como de cuentos, porque cuando me mudé para La Habana a mí me interesaba, estudiaba, iba al teatro. Una vez, en un trabajo productivo, había unos periodistas de Juventud Rebelde, se forma una discusión sobre el ballet y yo empiezo a defenderlo. Al final llega un joven que no conocía y me dice que es el jefe de la página cultural del periódico, era Eduardo López Morales, me propuso que escribiera de ballet.
Hice mi primera crítica, la publican y como a los dos días me llamaron del Ballet Nacional, pensé que para protestar por la barbaridad que había escrito. A Alicia y Fernando Alonso les gustó mucho el trabajo y querían conocerme, porque les interesaba promover la crítica con calidad. Me dijeron que me daban todas las facilidades, me prestaban libros, podía ver los ensayos, que les preguntara lo que quisiera. Continué escribiendo sobre ballet en varias publicaciones, incluida la radio. Después quisieron hacer una revista, Cuba en el Ballet, que salió en 1970, y hoy la sigo dirigiendo.
¿De qué modo se adapta un hombre común a vivir al lado de Alicia Alonso, habitualmente rodeada de las más encumbradas personalidades del arte y la política?
Yo diría que con un poco de azoro. Pero son muchos años y nos vamos acostumbrando. Siempre aquí le bromeo a los compañeros y les digo, además lo creo así, ustedes están equivocados, en Agabama la gente es muy despierta e inteligente, con muchas inquietudes, muy audaces.
Usted era su admirador, pero terminó casándose con ella, ¿resultó difícil enamorar a la gran bailarina? ¿Cómo transcurre la vida en pareja de alguien que vive por el arte?
¡Qué difícil pregunta! Sucedió tan natural como sucedieron las otras cosas, fue una afinidad, un diálogo, nada preconcebido, no estuve pensando una semana cómo iba a decirle, ni cómo hacerlo porque aquello fue sucediendo naturalmente. Yo hablaba de cosas importantes que me han pasado y creo que esa es la más importante, mi experiencia humana, personal, además a mí siempre se me unen cosas diversas en una sola, se me une la literatura, la danza, la música y en este caso se me unió la felicidad personal, el amor de pareja con mi gran devoción artística.
Nos hemos hecho más compañeros de trabajo, ella vive trabajando siempre, Alicia no descansa, nunca ha tenido vacaciones, a veces se lo reprocho, pero veo que su forma de existir es así, aun en los momentos de descanso está pensando en un nuevo ballet, siempre es trabajo. Y a ese trabajo me incorporé yo, somos temperamentos muy distintos, yo soy muy apacible, lento, más parsimonioso, a veces un poco pesimista, y ella es el optimismo personalizado, ella tiene un signo de más, siempre es positiva y todo se puede. Tiene una energía sin fin, nunca se cansa, me canso yo que voy detrás, después de una jornada enorme todavía está generando y cuando llega extenuada a la casa me dice: “Llámame a fulano que tengo que ver tal cosa” y le digo, pero deja eso para mañana y me responde: “No, no, ahora”. Creo que eso me ha ayudado un poco a despertar, a mantenerme vivo, es un equilibrio importante.
¿Nunca se ha sentido menor a su lado? ¿En el hogar comparten gustos e intereses?
Bueno, hay nuevos gustos que he adoptado porque le gustan a ella, por ejemplo, Alicia ama los perros, para ella son como personas, yo nunca había tenido un perro en mi casa, nunca he maltratado a los animales, pero me eran un poco ajenos, entonces ella me ha enseñado, ya los quiero y los perros me quieren a mí, ¡qué remedio!
Yo nunca me he sentido disminuido porque ella se ha encargado de que eso no ocurra, indudablemente Alicia es una personalidad extraordinaria, yo estoy consciente de mi espacio y mi tiempo, y estoy consciente de su estatura como artista, como ser humano. Alicia en Cuba no es sólo una de las grandes personalidades de la Cultura de todos los tiempos, sino que en Cuba Alicia es un fenómeno sociológico, porque hay gente que nunca la ha visto bailar, pero todo el mundo sabe quién es, ella es como parte de la identidad nacional.
Vivir al lado de una persona así es interesante, no hay mucha privacidad, siempre lo están mirando a uno, recuerdo que una vez, recién casados, se nos ocurrió ir a Varadero, llegamos y nos pusimos nuestros bañadores, salimos caminando por la playa y de pronto empezó la gente a caminar detrás y yo le decía: Alicia, nos parecemos al flautista de Hamelín, porque vamos delante y como una procesión detrás, tuvimos que dar la vuelta, vestirnos e irnos. A veces ella dice: “Yo me sentara en el Malecón”, se sienta y está un ratico, pero enseguida la gente viene, le habla y pronto estamos rodeados. Me he acostumbrado a eso, lo he asimilado, además lo comprendo y comprendo a la gente.
La prensa extranjera ha hecho algunos comentarios desagradables: que en algunas entrevistas usted sale a defenderla, que ustedes y sus seguidores no dejan sobresalir a otras individualidades del ballet.
Calumnias absolutas. Alicia es una personalidad ineludible y está ahí, pero Alicia es una personalidad que lo que ha hecho es contribuir a que haya otras personalidades, ha dedicado su vida a formar a otros dentro del ballet. Casi todos los artistas creen que tienen más posibilidades que las que realmente poseen, les cuesta mucho trabajo ver su propia medida y alguien tiene que hacerles ver hasta dónde pueden llegar. Alicia lo que quiere es que sean mejores, que triunfen, pero puede haber gente resentida; el ballet es muy difícil, un arte implacable, usted tiene que tener un biotipo, luego adquirir una técnica y después la sensibilidad artística, a veces al propio artista le cuesta asumir alguna deficiencia, o sus familiares y admiradores creen que puede llegar a más, y cuando también son desafectos políticos, entonces escriben esas cosas, son los roedores de la gloria que decía Ortega y Gasset, quieren ver de dónde sacan una falla, eso es un sentimiento innoble que desgraciadamente existe.
Con respecto a que yo la ayude, sí, trato de ayudarla en todo lo que puedo y ella está muy contenta con eso; ocurre que a veces se le olvida un nombre, una fecha, un aspecto que no ha tratado y yo se lo recuerdo, eso sucede en todas partes y como estamos en el mismo campo… También hay cosas que es mejor que yo las diga, ella no quiere hablar de sí misma. En otras ocasiones se pone muy majadero un periodista con temas políticos y prefiero que Alicia no tenga que enfrentar eso desagradable, yo lo asumo con muchísimo gusto y si a alguien le molesta pues cuánto lo sentimos.
Segundo acto
Museo de la danza en Línea y G, Vedado, 28 de noviembre del 2008: Pedro Simón Martínez invita a pasar a los reporteros y desde el primer saludo hace añicos los vaticinios. Viste con la sobriedad del gris y el azul oscuro, pantalón ya desgastado, chaqueta corriente y zapatos cómodos, muy usados.
Con pinta de hombre sentimental abre todas sus puertas al conjuro de la palabra Agabama, ese pueblito olvidado, donde vivió hasta la juventud con el arresto imprescindible de su madre, en una estrechez recordable aún, sobre todo por aquellos viajes diarios a pie durante tres años para alcanzar la escuela de Fomento, incluso en primavera, cuando el agua y el fango calaban hasta el tuétano de su niñez.
Mi madre daba clases, era maestra no graduada, pero tenía cierta preparación y para vivir puso una escuelita, con eso nos mantenía, porque mi padre murió cuando yo era muy pequeño. Fue una mujer bastante audaz y se empeñó en que mi hermana y yo teníamos que estudiar. Al sindicato tabacalero llegaron como unas planillas para optar por becas de oposición en Ceiba del Agua. Busqué libros y estudié solo. Para conseguir el pasaje hasta La Habana mi madre vendió un puerquito, hizo una rifa con un estuche de no sé qué y me montó en el tren con 5 pesos. Finalmente, gané aquella beca y cuatro años después me gradué de Laboratorio de Química Industrial, pero en aquella época yo tenía un flamante título y nunca encontré trabajo.
¿Cómo un joven tan desprotegido sobrevivió en la capital y logró enrumbar al mundo del arte y el ballet?
Mi madre vino para acá y se puso a trabajar como doméstica para que nos pudiéramos quedar. Mi hermana y yo encontramos trabajo, empecé en la oficina de una creche, llevaba las cuentas. Me gustaba mucho la música, cuando pequeño mi pobre abuela -como desde que me levantaba por la mañana estaba cantando- me daba un poquito de azúcar para que me callara porque la tenía loca. Ya trabajando me matriculé en un conservatorio musical a estudiar Guitarra Clásica, Canto; luego eso me sirvió de mucho, aunque nunca llegué a graduarme.
Cuando triunfa la Revolución cambian mis perspectivas. Me hicieron supervisor administrativo del Ministerio de Bienestar Social y en cuanto abrió la Universidad matriculé, primero hice una carrera administrativa y después Licenciatura en Derecho Diplomático y Consular. Luego, el Doctorado en Ciencias Sociales.
Recién graduado fui seleccionado con un pequeño grupo y nos internaron para prepararnos en Filosofía Marxista, fui profesor en algunos Ministerios y varios años en la propia Universidad.Después se hizo la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, fui como parte de la delegación cubana con una ponencia sobre la penetración imperialista en el campo de la cultura en América Latina, tuve que trabajar con muchas instituciones culturales, me vinculé al campo de la cultura, que siempre me interesó mucho.
La Casa de las Américas iba a fundar un Centro de Investigaciones Literarias, dirigido por Mario Benedetti, y andaban buscando personal. Me entrevisté con él, le dije que no había estudiado Letras, que en Literatura era autodidacta. Me respondió que con que hubiera leído a fulano, fulano, y me hizo una nómina de autores ya era suficiente. Me quedé aterrado porque de todos esos nombres no me había leído a casi ninguno y salí corriendo a leerme a toda aquella gente. Pasé al Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, donde llegué joven y salí viejo, permanecí ahí más de 30 años como investigador literario. Y paralelamente, también trabajaba con lo del ballet.
¿Cuál considera su aporte más valioso en la investigación literaria: el acercamiento a la obra de Dulce María Loynaz?
En Casa de las Américas preparé una Valoración Múltiple sobre José Lezama Lima, tuve la experiencia de conocerlo, visitarlo; luego hice otra de Gabriel García Márquez, después trabajé con Juan Marinello y la valoración que es mi orgullo, porque realmente disfruté mucho haciéndola, fue la de Dulce María Loynaz. Ella me abrió sus puertas, sus archivos, me permitió ver la correspondencia. En eso ayudó el vínculo con Alicia, pues Dulce María era una mujer muy desconfiada, pero admiraba a Alicia, e incluso la primera vez que permitió que se le grabara la voz se la grabé yo; ella no quería, casi todo lo que hay de Dulce María grabado se lo grabé yo. Con grabaciones como esa nació esa colección, El Archivo de la Palabra lo hicimos en la Casa de las Américas durante muchos años, grabando a escritores.
La Casa de las Américas es también mi casa, soy de la vieja guardia de esa institución, trabajé con Haydée Santamaría muy cerca. Hasta que llegó el momento en que el ballet me llevaba mucho tiempo y vino el Museo de la Danza que se iba a fundar en 1998, entonces empiezo la formación de este museo, el primero que existe en Cuba en esta especialidad y uno de los pocos en el mundo.
Usted ha contribuido a conformar entre nosotros el perfil teórico del Ballet, ¿jamás le interesó bailar? ¿Qué significan la danza, el ballet para Pedro Simón?
Digo bromeando que la danza ha estado siempre en mi corazón pero nunca en los pies, me acerqué al ballet como espectador, nunca lo sentí en mi cuerpo, sino en mi sensibilidad artística como receptor. La danza es una de las artes más determinantes en mi gusto, en mi placer estético. Tuve varios puntos en mi formación, he trabajado en varios perfiles, pero la danza ha sido una fuerza arrolladora, curiosamente sin que yo bailara, porque a través de mis estudios y de mi experiencia conocí su estética, su historia, me he hecho un especialista, quiéralo o no, le he dedicado muchos años de mi vida a la danza y al Ballet Nacional de Cuba, específicamente.Considero la danza algo muy importante en mi vida, en la cultura de Cuba y decidí ayudarla en lo más posible, incluso utilizar mis conocimientos en otras materias y volcarlos sobre la danza, ayudar en el trabajo teórico, integrarme y enriquecer el ballet con lo que yo podía humildemente aportar.
Los recientes títulos, La danza en la órbita de Orígenes y Sonetos por la danza, coronan la dualidad Literatura-Ballet que ha marcado la intelectualidad de Pedro Simón, ¿cuál considera su principal realización: este museo, el periodismo o sus acercamientos a la literatura?
Es como el que tiene varios hijos, cada uno ocupa un lugar importante, el museo en la actualidad me lleva todo el tiempo, me siento responsable de que exista, avance, que crezca. Todavía estamos a mitad del camino porque no tenemos cosas que queremos tener, estoy totalmente integrado a eso, por lo tanto creo que en estos momentos se lleva la bandera el museo, sin abandonar la revista Cuba en el Ballet. Aunque todavía la literatura me sigue tirando, estos dos cuadernos son una muestra de que las dos cosas van juntas.
En Sancti Spíritus existió una Academia de Ballet en la época prerrevolucionaria, sin embargo, hoy la danza se ha quedado muy a la zaga en la provincia.
Tiene que haber una escuela de Ballet en Sancti Spíritus, no tener esa escuela me parece un crimen de lesa cultura porque en todas partes nacen talentos y es triste pensar que los talentos que están naciendo allá se están perdiendo, no tienen la oportunidad de formarse. Todo está en encontrar un profesor con el nivel adecuado y que quiera estar allí, también crearle ciertas condiciones de vida mínimas y hacer una escuela.
Usted nunca ha terminado de deslindarse de Agabama, incluso, en una visita a las cataratas del Niágara envió una postal a Fomento, ¿nostalgias resucitadas?
Para mí el salto del río Agabama fue una cosa muy importante en la niñez, era como un prodigio, lo más mágico que había en Agabama. Nací y me crié a unos metros del río, lo tengo dentro, iba al salto, oía el ruido del agua y me ponía un poco a soñar, me parecía un mundo fantástico, casi increíble. Ocurre que fui hace poco a las Cataratas del Niágara y cuando las miro, yo no estaba pensando en Agabama ni nada de eso, pero lo que me vino a la mente fue el saltadero del Agabama y alguien puede ver ridícula la comparación, pero era la emoción que yo sentía de niño ante mi saltadero del río.
Me siento todavía de allá, es una sensación muy curiosa, tengo unos recuerdos extraordinarios de Agabama, no tengo ningún mal recuerdo allí, recuerdo aquella gente como la más buena del mundo, que nos ayudó muchísimo, muy familiares, luchadores, revolucionarios. No he ido más allá porque durante mucho tiempo hubo problemas con el transporte, además por la cantidad de responsabilidades y el trabajo. Después que me casé con Alicia, ella también me necesita mucho.
En el 2002 lo declararon Hijo Ilustre de Fomento, ¿cómo recibió ese reconocimiento un hombre que ha viajado medio mundo y merecido hasta la Distinción por la Cultura Nacional?
Que no se me ofendan todas las otras distinciones, pero para mí ha sido la más importante, una de las grandes experiencias de mi vida fue regresar a Agabama, el recibimiento que me hicieron, reunirme con los amigos de la escuela, me hicieron llorar varias veces, nunca se me olvidará.
Alicia bailó en Sancti Spíritus en 1956, ¿nunca invitó a Alicia a visitar Agabama? ¿En qué quedó aquella idea suya de que el Ballet actuara en Fomento y regresara a Sancti Spíritus?
Yo le bromeo mucho con eso, le digo que un lunar importante en su trayectoria es no haber ido a Agabama, además, yo digo que el Ballet Nacional de Cuba tiene que bailar allá. Me gustaría, incluso cuando estuve en Fomento miré las posibilidades, con un tabloncillo podría actuar, para mí sería una felicidad ir a Fomento con Alicia y que el Ballet actuara, pero sé que para eso la provincia y el municipio tendrían que hacer un gran esfuerzo, porque hay que mover la compañía, alojar a los bailarines, es un esfuerzo económico importante, para mí sería una satisfacción muy grande, ojalá en el futuro pudiera ser, también hay que ir a Sancti Spíritus, eso sigue siendo un sueño.
Nota: Publicada originalmente en Escambray bajo el título Una pareja para la danza(2008).
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.