Permanece escondida a pesar de lo céntrica de su ubicación. La escudan el corazón de su ciudad, y el ajetreo de las multitudes que a diario la saludan. Su rostro no se vislumbra con facilidad, mas brilla con la mayor fuerza posible. Y esa luz proviene del alma de los pequeños que abraza, niños que se refugian en sus aulas para convertirse en hombres de bien.
Es la Escuela Primaria Especial Abel Santamaría Cuadrado, de Sancti Spíritus, un centro que lleva sobre sus hombros la responsabilidad de educar a infantes con discapacidades visuales como la ambliopía y el estrabismo; facilitar el tratamiento médico a estas patologías y extender el horizonte de la sabiduría de los pequeños espirituanos.
Su rutina no es la misma que la del resto de las instalaciones educacionales de la provincia, pues incluye una prestación de salud que persigue los pasos de las enfermedades para limitar su ritmo y adoptar medidas urgentes ante su posible desenfreno. No obstante, aunque repasa las mismas lecciones de la Enseñanza Primaria, sus maneras de enseñar marcan pautas en el territorio.
BRÚJULA DEL CONOCIMIENTO
Ixana Camila Díaz Rivadeneira tiene ocho años y padece de estrabismo, patología que la llevó hasta la institución académica, donde cursa el tercer grado. Desde su escuela recibe las consultas que le corresponden y sabe que cuando arribe a cuarto y venza los objetivos de este período tendrá que apartarse de este lugar y de sus maestros para continuar aprendiendo en otra instalación.
Y es que la escuela Abel Santamaría imparte clases desde preescolar hasta cuarto grado, pues responde a las características de un lugar de tránsito, que posee cerca de 60 alumnos con intelecto normal y que intenta cumplir el llamado de la Enseñanza Especial. “El propósito es preparar al niño para una vida útil, independiente, y que logre insertarse en la sociedad”, recalca Maday Simón Guerra, jefa del departamento del nivel educativo especial en la Dirección Municipal de Educación.
En este camino se entretejen el saber y los constantes chequeos de salud. “Tanto la ambliopía como el estrabismo tienen cura. Por ello, en nuestra escuela existe una consulta de Oftalmología en la que trabajan técnicas de esta especialidad, distribuidas por equipos: uno que labora de septiembre a febrero, y otro, de febrero a julio con una frecuencia diaria”, explica Rolando Delgado León, director del plantel.
Una vez que los educandos posean el certificado médico que constata su padecimiento, los valora el Centro de Diagnóstico y Orientación (CDO) y, teniendo en cuenta la matrícula del centro, se priorizan para su ubicación los que más afectaciones tengan, hecho que obliga a otros muchachos a entrar en primero o segundo grados; o recibir la asistencia de una maestra de apoyo que atiende a 26 niños en la modalidad de inclusión, quienes solo vienen a la escuela a recibir el tratamiento y luego regresan a su colegio habitual.
“La enfermedad de base que tienen nuestros niños es la miopía. Todos usan espejuelos, se les realiza la oclusión ocular, y se les da un flash para estimular la retina, prácticas que poco a poco sanan las enfermedades”, comenta Delgado León.
MIRAR CON SABIDURÍA
En las aulas pequeñas de la Abel Santamaría Cuadrado no son más de 10 los estudiantes que se reúnen. Desde la restricción de su espacio los chicos combaten la oscuridad perpetua; saben delinear el rostro humano y se ejercitan con rapidez y perfección.
“Ellos trabajan con el programa de la Enseñanza Primaria. En lo único que se diferencian es en la utilización de los medios de enseñanza y en la atención individual que acogen debido a su discapacidad. Aquí no se puede dejar de utilizar los medios de enseñanza que se basan en el empleo de colores que estimulan la visión como el azul, el anaranjado y el rojo, métodos que contribuyen a llevar adelante el proceso educativo”, refiere Dayrí Valdivia Medina, jefa de ciclo de la instalación.
Como niños al fin, cuando toman cariño a una persona difícilmente se cansan de ella. Y así ocurre con sus maestros, a quienes se apegan, pues ellos intentan todo por nutrirlos de conocimiento. “El método de trabajar no es el mismo que en una escuela de la enseñanza general. Aquí tenemos que escribir más grande que de costumbre; tienen que estar cerca de la pizarra, el pautado de la libreta deben reforzarlo, además de recurrir a juegos didácticos que los motiven a estar en el aula”, asegura María Rosa Hernández Rivero, pedagoga de segundo grado en la escuela.
Dicha experiencia curte a los siete profesionales del magisterio que laboran en el plantel y al resto del colectivo del lugar, quienes se tornan más sensibles por tocar el corazón de estos pequeños, sin mirarlos con los ojos de la pena.
“El maestro se convierte en familia de los estudiantes porque permanece mucho tiempo junto a ellos. El maestro se ocupa de todo, al punto de que hay alumnos que se someten a la oclusión en presencia de ellos y no de sus seres más cercanos”, refiere Valdivia Medina.
“Mis maestros son buenos —manifiesta Mariam Alejandra Hernández Hernández, de tercer grado—, porque me entienden cuando me siento mal, y me ayudan para que aprenda con facilidad”.
Y es que la escuela no descansa en el afán de elevar la calidad de vida de sus alumnos; de ahí que busque todas las condiciones para que el niño se sienta bien, reciba su tratamiento y permanezca en el aula sin lacerar el proceso docente.
“No se dejan de impartir clases desarrolladoras en las que los protagonistas son los alumnos, y esa fortaleza parte de la preparación metodológica del claustro. Los resultados los podemos ver en los estudiantes que terminan en el centro y van con una sólida formación docente a su próxima instalación académica”, señala la jefa del departamento del nivel educativo especial.
La Abel Santamaría Cuadrado también resalta por sus logros en los concursos municipales, provinciales, e incluso nacionales de las asignaturas; lauros que demuestran la capacidad intelectual de estos pequeños, seres humanos que luchan desde temprano por no permitir que su mente oscurezca ni que se borren de ellas las imágenes más queridas. Ellos, en medio de la ingenuidad, luchan por preservar ese resplandor que todavía les permite ver el sol.
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