Es mérito histórico que un grueso contingente villareño formado por no menos de 1 000 hombres, de los cuales más de 300 procedían de la jurisdicción de Sancti Spíritus, participaran en los más grandes combates de la Guerra Grande en Camagüey, y que cientos de ellos tuvieran un desempeño destacado en la Batalla de Las Guásimas, el mayor choque entre insurrectos y españoles de las tres guerras por nuestra independencia.
Si se dice que solo en el primer día de acciones el bando peninsular sufrió 250 muertos y 400 heridos, ello da una idea de la crudeza de aquel encontronazo, que enfrentó de una parte a 1 600 insurrectos cubanos de infantería y caballería, primero contra 3 000 soldados colonialistas y luego frente a casi 5 000, hasta quedar dueños del campo. Las bajas totales de los de Iberia sumaron 357 occisos y 1 037 de conjunto en las cuatro jornadas de continuo batallar, en tanto los cubanos reportaron 29 muertos y 146 heridos.
VILLAREÑOS EN LAS GUÁSIMAS: ANTECEDENTES
El antecedente del paso de las fuerzas insurrectas villareñas a la región oriental del país ocurre en marzo de 1871, cuando el grueso de los alzados contra España en la porción central de Cuba se vio precisado a pasar la Trocha de Júcaro a Morón debido a la presión redoblada de las tropas españolas y a la falta de medios de guerra, debido a la ausencia de apoyo exterior.
Aquellos hombres, golpeados por el destierro forzoso estaban bajo el mando de los jefes Roloff, Villamil, Payán, Carrazana, Salomé Hernández y González Guerra. Por encontrase enfermo en esos días, Serafín Sánchez atraviesa la línea fortificada rumbo al este el 25 de julio de ese año.
Fue el inicio de un largo vía crucis, pues al llegar al Camagüey el Consejo de Gobierno que los ha ido reuniendo, los divide en dos columnas; la primera compuesta por 600 hombres bajo el mando del general Salomé Hernández, que es enviada a la zona de Bayamo, y la otra, de 400 efectivos a las órdenes de José Payán, la cual se destina a la jurisdicción de Holguín.
Hambreados, mal armados y peor amunicionados, los villareños son de cierta forma preteridos por ciertos jefes en quienes ya anida el pernicioso germen del regionalismo, hasta que, ya entrado el año 1872 y puesto al tanto del asunto, el General Máximo Gómez le pide al gobierno que reubique a esos hombres en su zona de operaciones en territorio camagüeyano.
Por esos días, y por petición del entonces presidente Céspedes, que ha solicitado al Mayor General Ignacio Agramonte que vuelva al cargo de jefe del Ejército Libertador en Camagüey, este reasume el mando y adopta entre sus primeras disposiciones la de formar el Cuerpo de Rifleros de Las Villas, del cual forma parte el entonces capitán Serafín Sánchez, quien por sus muchas cualidades gana rápidamente la confianza del Bayardo.
Luego de gloriosas acciones de armas bajo el mando de aquel gran jefe, sobreviene el aciago suceso del 11 de mayo de 1873 en Jimaguayú, donde una bala española corta la vida del ilustre camagüeyano, instantes después de haber dado instrucciones a Serafín, la última persona que lo vio con vida.
Al Mayor lo releva el General Máximo Gómez al frente de las fuerzas del Camagüey, de las cuales forman parte las villareñas, que estarán junto al dominicano en una sucesión de combates victoriosos como Palo Seco, La Sacra, la toma de las plazas de Nuevitas y Santa Cruz del Sur, entre otras, hasta culminar en la gran batalla de Las Guásimas.
GÓMEZ CONTRA ARMIÑÁN
A escasos días de los combates de El Naranjo y Mojacasabe, librados el 9 y el 10 de marzo de 1874, en que las tropas cubanas causan a las españolas más de 300 bajas, el Generalísimo Máximo Gómez se encuentra el 15 de marzo en Las Guásimas de Machado con el brigadier Armiñán, quien viene al frente de los batallones León, Rayo, Cortés, Aragón y Lealtad, reforzados con 500 jinetes de los regimientos Pizarro y Colón, y guerrillas montadas, hasta un aproximado de 3 000 hombres.
Como describe Benigno Souza (*), los 16 centenares de patriotas que traía el dominicano eran hombres de lo más escogido que hubo en la milicia revolucionaria, compuestos por la aguerrida caballería del Camagüey, la infantería villareña y la de Oriente.
Allí en Las Guásimas, Armiñán, encierra su gran impedimenta en un cuadro para protegerla. Entretanto, el jefe cubano embosca a los Rifleros de Las Villas, al mando de José González Guerra, y la infantería oriental, encabezada por Antonio Maceo, al extremo del campo ocupado por los ibéricos y a su frente, ocultos por el terreno y el follaje.
En ese momento, el mambí-mexicano Gabriel González, al mando de un grupo de jinetes actuando como cebo, amaga una carga contra las líneas españolas y, tras unos cuantos disparos, vuelve grupas y sale corriendo ex profeso en sentido contrario. Los ibéricos muerden el anzuelo cuando, golosos, mandan su caballería a perseguirlos y esta, sin percatarse, va a dar a la encerrona que Gómez le tiene preparada, siendo sorprendida y fusilada a mansalva por los infantes de Las Villas y los orientales de Maceo.
Cuando los españoles buscan desesperadamente una salida, caen sobre ellos la caballería camagüeyana y el destacamento que manda Gómez en persona y los hacen retroceder por el llamado carril de Las Guásimas, casi totalmente diezmados.
Cercados en estrecho perímetro durante varios días y sufriendo bajas Armiñán y sus hombres, este jefe envía al mulato cubano al servicio de los españoles, José Rojas, con la misión de intentar atravesar las líneas insurrectas para dirigirse con toda urgencia a Puerto Príncipe en busca de ayuda. Rojas logra llegar a esa villa y allí informa al brigadier Báscones del desastre que está a punto de producirse en Las Guásimas.
El jefe hispano reúne 1 700 efectivos y sale a marcha forzada hacia el lugar de la batalla, siendo hostigados por retenes criollos desde Cachaza hasta Las Guásimas, en donde aquellos logran penetrar solo gracias a la escasez de municiones de los cubanos. Los españoles pueden retirarse llevando consigo a sus heridos, pero son perseguidos hasta Santa Águeda y sufren nuevas bajas. En medio de los enfrentamientos el intrépido Rojas fue capturado por sus compatriotas en Jimaguayú y ejecutado allí mismo contra un árbol.
El 19 de marzo por la mañana, las dos columnas cansadas y más que diezmadas logran romper el cerco y dirigirse a Puerto Príncipe. La entrada en la ciudad causó conmoción en la gente debido a la cantidad de heridos (680) que transportaban. Solo más tarde se confirmó que en aquel campo apartado habían dejado cientos de muertos insepultos.
Fue una victoria rutilante de las armas cubanas en la cual los villareños y, especialmente los espirituanos, demostraron estar listos para el regreso al terruño que se produciría en enero de 1875, donde de la mano de Gómez, Serafín y otros jefes continuarían la guerra libertaria.
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