No hubo mejor momento ni lugar para la celebración de la XXV edición del Foro de Sao Paulo, clausurado en Caracas el pasado 28 de julio, el día en que se cumplían 65 años del nacimiento de su líder Hugo Rafael Chávez Frías, en la Venezuela asediada y atacada por Washington y sus oligarquías marionetas, cuando en el subcontinente están en juego los ideales de Simón Bolívar, José Martí, Fidel Castro y el arañero de Barinas.
Significativo resulta que, con apenas una semana de separación, este evento haya sido precedido en igual locación por otro trascendente, como lo fue la Reunión Ministerial del Buró de Coordinación del Movimiento de Países No Alineados, al que pertenecen más de 120 naciones, donde muchos de los aspectos tratados y las pautas trazadas coinciden en su proyección antimperialista, antihegemónica y por el derecho de los pueblos a darse el tipo de gobierno de su elección, sin injerencias externas de ninguna índole.
Ciertamente, nadie puede negar que ambos sucesos constituyan un espaldarazo a la Venezuela combatiente en momentos en que las presiones y agresiones de los Estados Unidos y sus títeres llegan al paroxismo, instrumentadas con el apoyo de la desprestigiada OEA y el Grupo de Lima, algunos de cuyos miembros hicieron declaraciones insidiosas contra el Foro, acusándolo de supuesta conspiración, cuando son ellos y su tutor los artífices de todo tipo de intrigas, maquinaciones y golpes bajos contra sus adversarios.
Hay que tener en cuenta que, mientras la citada reunión del MNOAL engloba gobiernos, el Foro agrupa fundamentalmente movimientos y organizaciones progresistas del subcontinente, incluidos partidos políticos, la mayoría hoy en la oposición, que cuentan con el respaldo de países donde gobierna el progresismo, como Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
De la trascendencia del momento y la necesidad de radicalización y unidad de todas las fuerzas progresistas de la región dieron fe los discursos del Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez y de su homólogo venezolano Nicolás Maduro Moros, quienes llamaron al imperialismo y a sus lacayos por sus nombres.
Díaz-Canel hizo énfasis en los conceptos de unidad e integración de nuestros pueblos y expresó textualmente: “Conozco que también son esas las obsesiones del Foro de Sao Paulo, nacido de la necesidad de unidad y articulación de los partidos políticos y movimientos populares de izquierda de nuestra región para confrontar al imperialismo y a la derecha neoliberal hábiles en actuar bien coordinados a fin de destruir, mediante métodos antidemocráticos, golpes de estado, criminalización de líderes, fraude y manipulación de datos, todo cuanto construyamos en favor de la verdadera democracia y la justicia social”.
En sus palabras, el mandatario cubano ubicó entre las principales tareas de los participantes en el Foro, el apoyo incondicional a Venezuela en este momento de ataque despiadado por parte del imperio, y la exigencia del fin del bloqueo contra la isla, que busca ponerla de rodillas por medio de la asfixia económica.
Luego de reclamar el necesario apoyo a la causa del pueblo puertorriqueño, levantado contra sus gobernantes testaferros en esa colonia caribeña de Estados Unidos, Díaz-Canel fustigó sin cortapisas la falta de espíritu unitario y las vacilaciones de cierta parte del progresismo en el área, cuando expresó:
“En ese contexto se insertan también los retrocesos de las fuerzas progresistas en algunos países y lo que es peor: la división que persiste entre ellas, fragmentando y debilitando la declarada voluntad de actuar unidos. Carentes de programas políticos estratégicos y distanciados de los movimientos sociales, hay fórmulas de la izquierda que se autodescartan como alternativa”.
En otras palabras, cuando más falta hacen la unidad y la concertación de las fuerzas progresistas, esas izquierdas que con su proceder se niegan a sí mismas, dejan de ser objeto del apoyo de sus pueblos ante la embestida de la derecha porque no representan perspectiva alguna de poder y, si lo alcanzaran —algo en extremo remoto— no tendrían nada que ofrecer, ni significarían cambio alguno.
Acabado de participar en el acto nacional por el Día de la Rebeldía Nacional, en Bayamo, Granma, el 26 de Julio, no fueron fortuitas estas palabras que Díaz-Canel pronunció en Caracas: “La experiencia de la Revolución Cubana parte de la temprana comprensión del papel estratégico de la unidad en torno a los objetivos fundamentales de justicia social en estrecha alianza con el pueblo, sus necesidades y problemas, a la que debe su victoriosa resistencia”.
Y es que luego del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en esa fecha de 1953, mientras cumplía prisión, Fidel Castro reescribió e hizo imprimir y circular por todo el país el texto de su discurso de autodefensa, que bajo el título La Historia me absolverá, devino Programa del Moncada, contentivo de las medidas que la revolución liderada por él se proponía adoptar tan pronto alcanzara el poder, y que suscitó el respaldo decidido de la inmensa mayoría de los cubanos, llevándola al triunfo.
No es el momento, pues, de luchas guerrilleras estériles que duran muchos decenios sin ganar las mentes y corazones de sus pueblos, debido a métodos reprobables, sectarismos y errores de principio; no es el momento tampoco de disquisiciones intelectualoides y teoricismos de café con leche, ni de mezquinos intereses individuales o de grupo.
Es el momento de poner los pies sobre la tierra teniendo como brújula las ideas de Bolívar y Martí, de Fidel y Chávez, y de enfilar todos los esfuerzos en aras de la integración y la unidad dentro de los movimientos y fuerzas de izquierda en cada país y en el subcontinente, y no olvidar que el adversario es la potencia más poderosa, intrigante y maquiavélica en la historia de la humanidad, que utiliza como instrumentos desechables, pero útiles, a su círculo de lacayos.
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