Se han divulgado varias versiones de su muerte aquel 20 de julio, hace 150 años, en las aguas de un arroyo de la actual provincia de Ciego de Ávila, pero lo cierto es que Honorato Andrés del Castillo y Cancio, jefe de la Revolución en la comarca espirituana, cayó en combate en una de las muchas refriegas de la guerra, cuando esperaba impaciente por un contingente de sus hombres, e intentó ir a su encuentro, dejando cerca del riachuelo a su estado mayor y escolta, pero se encontró con una tropa española que lo fusiló a mansalva.
Serafín Sánchez, el otro paladín de Sancti Spíritus, entonces un joven teniente de apenas 23 años y que figuraba en su tropa insurrecta, refirió años después que, efectiva-mente, la muerte de Honorato ocurrió el 20 de julio en Naranjo, y, como lo corrobora el parte enemigo, fue de día —a eso de las 8:30 a.m.— a manos de la columna del teniente coronel Portal, batida fuertemente el día anterior por los mambises, no lejos de ese sitio.
A LA MEDIDA DEL MOMENTO HISTÓRICO
Nacido en la villa del Yayabo el 30 de noviembre de 1838, Honorato fue partícipe de hechos que definieron su pensamiento. Por eso ingresa tempranamente en la Sociedad Filarmónica, fundada en 1855, cursa la segunda enseñanza y se va a La Habana, donde se titula de maestro superior. Ya graduado, imparte clases en su terruño y después retorna al reputado colegio El Salvador, en la capital, apurando estudios de Filosofía e idiomas, hasta dominar perfectamente a los clásicos en latín, inglés y francés.
En La Habana Honorato se vincula con la intelectualidad revolucionaria, y cuando Rafael Morales y González funda la asociación secreta conocida como Vientre Libre, para combatir la oprobiosa esclavitud, entre sus miembros figuró Honorato.
Al decir de Serafín Sánchez, “ninguno lo aventajaba en fervor patriótico y decidido empeño por su causa”. Perseguido de cerca por los españoles, Honorato sale en barco de La Habana a Caibarién y de allí a Remedios, donde, con la ayuda de Alejandro del Río, se trasladó a fincas seguras y después contactó con su hermano, el presbítero Adolfo.
Allí se puso en contacto con los principales jefes de grupos comprometidos y, ante el aumento de las medidas represivas de las autoridades, decide fijar el levantamiento para el 6 de febrero de 1869 en cinco puntos de la jurisdicción espirituana, de forma simultánea, de ahí que él lo haga en Jobosí; Néstor Leonelo Carbonell, en El Jíbaro; Leonte Guerra, en Morón; Marcos García, en Banao, con el mayor contingente, y Serafín Sánchez, al frente de 45 hombres, en Los Hondones, zona de Bellamota.
Luego de los aprestos iniciales, todos los grupos enviaron sus re-presentantes a Cafetal González, en la actual zona de Villa Clara, con el objetivo de pronunciarse contra el coloniaje y emprender las acciones de forma unificada, propósito este último que no se logró, pues prevaleció el regionalismo. En aquel sitio se concentraron 5 000 hombres con solo 200 escopetas para combatir a un ejército organizado y apertrechado, lo que forzó la decisión de marchar hacia Camagüey y Oriente en busca de ayuda.
A FUERZA DE BALA Y MACHETE
Después de la magna concentración de Cafetal González, se reinician las acciones emprendidas el mismo 6 de febrero, cuando Marcos García tomó Banao, incendió los ingenios de la zona y liberó a los esclavos; el 10 de febrero Leonte Guerra atacó Mayajigua, donde capturó recursos e incorporó más hombres a su hueste, para el 13 y el 14 atacar Chambas.
Sin dejar de combatir, pasaron semanas y meses, hasta la convocatoria a la Asamblea de Guáimaro, que debía redactar una Constitución y organizar los asuntos de la Re-pública en Armas. Honorato asiste como delegado al cónclave y Serafín Sánchez integró la escolta que lo acompañó. El futuro mayor general refirió luego que su coterráneo tuvo activa participación en los debates, al esgrimir sus preclaras ideas.
De ello escribió: “Cuantos le oyeron hablar en Guáimaro de la libertad de la República se con-vencieron de que aquel hombre de cuerpo pequeño y feo encerraba un alma invencible y un corazón lleno de patria y libertad, y le demostraron su afecto y simpatías”. Allí el gobierno recién constituido le concedió el grado de general de división, luego de lo cual Honorato regresó al terruño y reasumió el mando de las tropas en la jurisdicción de Sancti Spíritus.
Iniciaría entonces el médico, fi lósofo, profesor y políglota, devenido general, una serie de acciones, como parte de una campaña para impedir que se cumpliera el designio enemigo de ahogar a cualquier precio la revuelta.
Aunque se desconoce la fecha exacta de los combates de Las Coloradas, Las Yanas, Santa Gertrudis, Judas Grande, el Jobo y la finca San José, estos constituyen una cadena de éxitos de Honorato donde demostró su capacidad militar, al igual que cuando hostilizó por días una columna enemiga que salió de Morón el 11 de mayo de 1869 con “bombos y platillos” y regresó a ese pueblo el 21 destrozada por las balas insurrectas y las fatigas del clima.
Por eso es doblemente lamentable lo sucedido aquel 20 de julio de 1869, cuando la casualidad se dio la mano con la impaciencia y el ex-ceso de confianza del general de 30 años, para ponerle fi n a su preciosa vida cuando más falta le hacía a la Revolución iniciada por Céspedes. Afortunadamente, según explica el propio Serafín Sánchez, el cuerpo fue rescatado por los suyos, conducido a su anterior campamento y sepultado en un lugar seguro, con toda la gloria ganada sirviendo de mortaja a sus despojos insignes.
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