Para nadie es un secreto que la guerra comercial impuesta por Donald Trump a China con el propósito alegado de buscar un equilibrio en el comercio bilateral, y el objetivo real de frenar el impetuoso desarrollo del gigante asiático, está haciendo daño creciente a la unión americana, que pierde posiciones en el mercado chino, hoy por hoy el más grande del mundo y que otros competidores pugnan por ocupar.
En este contexto, en los últimos meses han saltado a la palestra hechos convergentes que inducen a pensar que el presidente brasileño Jair Bolsonaro puede estar detrás, de alguna manera, de los incendios de la Amazonía con el propósito de ganar para su país el mercado chino de soya, con importaciones de 95 millones de toneladas anuales, por valor de miles de millones de dólares.
Una acusación de esta naturaleza se sustenta en el hecho de que, en un momento, hace algunas semanas, cuando mayor era el auge de los incendios en el llamado pulmón del planeta, y miles de incendios lo afectaban, el gobierno encabezado por el ultraderechista en Brasilia se mostraba como alelado, sin adoptar medidas especiales para combatir los fuegos, como lo requería la situación.
Ante las críticas internacionales, Bolsonaro alegó a los medios que ya se estaban combatiendo esos siniestros y que su número se había reducido, lo que fue refutado por personalidades de varios países e, incluso, por presidentes como el francés Emmanuel Macron, pues las fotos satelitales indicaban lo contrario.
Mientras se batía a la defensiva lanzando invectivas contra sus críticos, empezando por Macron, llegando a mofarse de su esposa Brigitte, Bolsonaro no tuvo más remedio que movilizar mayores recursos hacia las áreas afectadas, incluyendo al ejército, pues había sido cogido en falta. Entonces quebró lanzas alegando que las críticas escondían la ambición de potencias occidentales de quitarle a Brasil soberanía sobre la Amazonía, algo que no está totalmente alejado de la realidad.
Tal actuación de Bolsonaro, quien trató de echar la culpa de los incendios a activistas de organizaciones no gubernamentales y a la sequía, no logró convencer a los entendidos, pues si lo primero no lo pudo probar, lo segundo, según las agencias meteorológicas, no procede, por cuanto el régimen de lluvias, aunque ha sido menor, no está alejado de los promedios anuales de precipitación en esas regiones.
Entonces, ¿cuál podría ser la razón de ese comportamiento? Un razonamiento lógico puede ser que, ante la perspectiva de ganar un mercado gigantesco para la soya brasileña —que daría impulso a la economía del país y mejoraría su deteriorada imagen—, Bolsonaro hizo la vista gorda ante las compañías transnacionales cariocas del sector agroproductivo, ante la quema masiva de áreas forestales.
El problema es que, con las tierras actualmente en explotación en Brasil no se pueden lograr los altos volúmenes del codiciado producto, y resulta perentorio desbrozar grandes áreas selváticas para incorporarlas al ciclo productivo si se quiere aprovechar esa oportunidad de traer grandes cantidades de divisas al país.
Lo anterior cae de su peso si se tiene en cuenta que China adquiere en los Estados Unidos cerca del 60 por ciento de los 95 millones de toneladas anuales de soya que consume, pero eso cambió a partir del pasado 6 de julio, cuando, como parte de la guerra comercial con Washington, impuso un arancel del 25 por ciento a la soya de ese país.
Según Guo Yanchao, vicepresidente de la firma procesadora Jiusan Group, China solo comprará este año unas 700 000 toneladas de soya a Estados Unidos, en comparación con las 27.85 millones importadas en el ciclo previo.
Yangchao expuso, según el sitio digital http//www.agritotal.com, reflejado por Diario BAE, que, en la reorganización de sus importaciones de soya, el gigante asiático podría adquirir nada menos que 71. 06 millones de toneladas en Brasil y 7.5 millones de toneladas de Argentina, mientras el resto procedería de Canadá, Rusia y de otras naciones.
Uno tiende a preguntarse entonces: ¿Podría resistirse un individuo como Jair Bolsonaro, un presidente cada vez más criticado en Brasil y en la arena internacional a causa de su política furibunda de derecha, a una perspectiva tan tentadora, capaz de darle un impulso a la maltrecha economía de su nación? Lo dudamos.
¿Acaso no sabe el irascible presidente que ese proceder equivale de cierta forma a una traición a la superpotencia americana y a su ídolo Donald Trump? Lo más seguro es que esté al tanto, pero la tentación resulta, sencillamente, descomunal, aun para un vasallo de su calibre.
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