Empecinadas en sembrar el pánico entre los guajiros del Escambray, bandas terroristas asesinaron a Fidel Navarro y a su hijo Rubén, hecho poco conocido y que tiene como trasfondo el Programa de Múltiple Vía, aprobado por el gobierno de EE.UU. contra Cuba
Aquella fetidez nauseabunda les dio mala espina a los milicianos y a Cirilo Polo Romero, en particular: hacía más de dos días que Fidel Navarro Mora y su hijo Rubén Navarro Jaime habían desaparecido de su bohío en la finca Carpio, barrio de Río Ay, en Trinidad, sin dejar el menor rastro.
Conocedores de sus rutinas diarias, a otros guajiros de la sitiería cercana les extrañó que ellos no fueran a ordeñar las vacas ni a enyugar los bueyes para arar ese lunes. Repetidas veces tocaron a la desvencijada puerta de la casa de Fidel. Y nada.
Aunque, sí. El arroz, a medio cocinar, parecía como soldado a una deteriorada espumadera; una vieja y negra sartén contenía un sofrito también a mitad de hacer, y los carbones del fogón, consumidos totalmente, relató Juan Antonio Vela Salabarría, nacido y criado en la propia finca en ese entonces, al teniente coronel Pedro Etcheverry Vázquez, del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado, en el 2006.
Debido a la sospecha —en una zona minada de bandidos alzados contra la naciente Revolución cubana—, los vecinos informaron a las autoridades. Rastrearon cuevas, registraron el monte palmo a palmo. Era miércoles 24 de julio de 1963, cuando combatientes de la Lucha Contra Bandidos (LCB) le pidieron a Cirilo, en Condado, que les sirviera de guía para la búsqueda de los campesinos. “Él tenía fiebre y así mismo se fue a ayudarlos”, indicó Altagracia Borrell Turiño, esposa del práctico tiempo después.
Cirilo sabía sobre las atrocidades que cometían las bandas contrarrevolucionarias, creadas bajo el manto encubridor del gobierno de Estados Unidos y financiadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Más de un año atrás, la de Julio Emilio Carretero había irrumpido en la casa de su familia en la finca San José de Altamira y asesinó a mansalva a su hermano Eustaquio y a dos tíos: Ana y José Pío Romero Rojas.
Ya en las estribaciones del Escambray, cuando Cirilo estiró la vista, no albergó duda: el planeo de las auras a lo lejos, sobre la zona de El Güije, le dio la pista. Apretaron el paso por aquellos trillos. Al rato, la fetidez de los cuerpos se tornó más que próxima.
—¡Coñooo! ¡Qué salvajes!, se alarmaron todos.
Los cadáveres putrefactos mostraban tortores de alambre de púa hasta en los genitales. Así se lo describió al cabo del tiempo Cirilo a Altagracia y a Reynaldo Navarro, hijo de Fidel y hermano de Rubén, quien el 21 de julio de 1963, fecha del secuestro de sus familiares, no permanecía en la maltrecha vivienda: recibía atención médica en el hospital de Trinidad por una herida en la mano, debido a un machetazo mientras cortaba caña junto a su padre en la finca.
“Los habían asesinado con ensañamiento, sin la más mínima misericordia, a poco más de 1 kilómetro de su bohío, debajo de dos solitarias palmas y de algunos robustos y envejecidos árboles, por entre los cuales Rubén y yo habíamos correteado en no pocas ocasiones. Los estrangularon sin el menor escrúpulo con una pita”, precisó Vela Salabarría.
El pecado, el único delito de Fidel Navarro —testimoniaría, además, el hoy ingeniero pecuario, trabajador del Instituto Cubano de Investigaciones de Derivados de la Caña de Azúcar— era convertirse en miliciano en esos agitadísimos tiempos en aquel lugar. “Era exponerse, arriesgarse demasiado”, sostuvo.
Los restos mortales de padre e hijo fueron sepultados el 24 de julio en el cementerio de Condado, y según consta en el Registro Civil de la localidad, el deceso de ambos había ocurrido hacía más de 48 horas.
ESCENARIO DE HOSTILIDAD
Luego del fracaso de la Operación Mangosta, la más amplia emprendida por el gobierno de EE.UU. contra un país extranjero en los años 60 del pasado siglo, la administración de John F. Kennedy desencadenó en abril de 1963 el Programa de Múltiple Vía, proyecto subversivo con iguales objetivos y similares elementos.
Como subrayan Pedro Etcheverry y Santiago Gutiérrez en el libro Bandidismo, derrota de la CIA en Cuba, a propuesta del asesor de Seguridad Nacional McGeorge Bundy, a comienzos de ese año tomó cuerpo la idea de continuar agrediendo la isla por todos los frentes con medidas políticas y diplomáticas, articuladas con variados modos de actividad subversiva. En tal escenario las autoridades estadounidenses mantuvieron vigentes las orientaciones de apoyar las bandas activas y fomentar nuevos alzamientos; ello se tradujo, al decir de los expertos, en el aumento de las acciones terroristas de los bandidos, las cuales siguieron cobrando vidas de personas inocentes.
En ese contexto ocurre el asesinato de Fidel Navarro y de su hijo, cometido por las bandas de Pedro González Sánchez (El Suicida) y Rubén González León (El Cordobés), partícipe, también, en el ataque al cuartel de milicias de Polo Viejo el 25 de enero de 1963 y en el ahorcamiento de Alberto Delgado Delgado en abril de 1964 en la finca Masinicú, a escasos kilómetros de Trinidad.
Precisamente, horas después del crimen que tuvo como víctima a este agente de la Seguridad del Estado, un batallón de la LCB tendió un cerco en la finca El Clavel al grupo terrorista que lo perpetró, y como resultado cayó herido El Cordobés, fallecido antes de llegar al hospital de la ciudad.
Considerado uno de los criminales más bestiales de las bandas en la antigua provincia de Las Villas al totalizar 15 asesinatos, el otrora “casquito” de la tiranía batistiana Pedro González fue abatido el primero de septiembre de 1963 en un enfrentamiento contra fuerzas de la LCB en la zona de La Barca, en el municipio trinitario.
INCÓGNITA
Cuando los restos mortales de El Suicida estuvieron de paso en el parque principal de Trinidad, un conocido le sugirió a Caridad Navarro, hija de Fidel, que bajara del barrio la Loma de los Chivos —allí vive aún— al centro de la villa para que los agraviara.
—Con eso yo no voy a revivir ni a mi padre ni a mi hermano, le respondió.
Poco antes del crimen, Caridad hizo planes para llevarle a su hija recién nacida a Fidel a la finca y así conociera la nieta. “Rubén vino a dejarme dinero un día aquí. Tenía 15 años; era altico, ya estaba hecho un hombre. Mi tía me dijo que a él le cortaron la lengua. Los asesinos ni con la vida pagaron. ¿Cuántos campesinos, jovencitos, mujeres, esa gente mató?”, indagó ella.
“Los bandidos querían sembrar el terror en las lomas. Ellos no pelean; mira lo que hicieron con el avión en Barbados”, ejemplificó Reynaldo, quien asegura que su papá era un “hombre bravo; le podían dar candela que no echaba para atrás. Antes de la Revolución lo trancaron tres veces en el cuartel de la Guardia Rural; pertenecía a un grupo que le decían los revoltosos de Condado. He llevado el camino que me enseñó; nunca la policía me ha puesto las esposas en las manos”, alegó Reynaldo, residente en el reparto de Colón y uno de los seis hijos que tuvo Fidel Navarro, de los cuales aún vive, además de él y Caridad, Eduardo, en Guaracabuya, Villa Clara.
Poco a poco, Reynaldo armó, hasta donde pudo, las últimas horas de vida de su padre y hermano. Supo de la existencia de Cirilo y dialogó con él más de una vez. A la hora del recuento del hallazgo de los cuerpos, siempre aparecía el planeo de las auras sobre aquellas palmas. Pero, como advirtiera Juan Antonio Vela, lo que sucedió realmente al atardecer del domingo 21 de julio, cuando los bandidos invadieron el bohío, “quizás nadie lo sepa, ni se sabrá jamás”.
Nota:
Escambray agradece la colaboración de Vivian Quesada Cantero, especialista del Museo Nacional de la Lucha Contra Bandidos para la realización de este reportaje.
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