¿Acaso en 1996 y años sucesivos el entonces Presidente William Clinton y sus sucesores; a saber, George W. Bush y Barack Obama eran menos capaces cuando se cuidaron de prorrogar cada seis meses la entrada en vigencia del Título III de la Ley Helms-Burton? ¿Es que el señor Clinton, tan proclive a perseguir becarias por los pasillos de la residencia presidencial, estuvo o no consciente desde el primer momento en que aquel adefesio jurídico suscrito por él en marzo del 96, además de implicar una capitulación ante la ultraderecha nativa y cubano-americana era del todo inaplicable?
“Allá Clinton y los otros”, dirá el señor Trump para sus adentros al plantearse dar ese controvertido paso político: “Ellos no se atrevieron, pero yo sí, y con ello golpeo a Cuba y me gano los votos de la Florida para las elecciones del 2020”. Es el tipo de razonamiento que se puede esperar de un magnate obtuso devenido presidente, hecho a golpe de especulaciones bursátiles, manipulación de información y tanteos en la bolsa.
Pero el multimillonario gobernante de los Estados Unidos debería tener en cuenta que, en ese nivel, y a pesar del poder inmenso de su nación —en gran parte obtenido por el método de esquilmar a los demás países—, ejercer la autoridad equivale a caminar por el filo de una navaja con un abismo a cada lado.
Como ya expresamos al inicio de su mandato, Trump se comporta en la arena internacional como el clásico elefante en una cristalería, por cuanto carece del sentido de la discreción y del de la diplomacia y va por ahí torciendo brazos y haciendo enemigos a troche y moche, sin medir las consecuencias de sus actos.
Pues bien, el Título III de la Helms-Burton, por pecar de arbitrario, abusivo, prepotente y extraterritorial desde ya está suscitando la oposición de los potenciales perjudicados, entre los cuales la Unión Europea ha advertido que se propone actuar en bloque en defensa de sus intereses, si ciudadanos o empresas comunitarios se ven afectados en suelo cubano por demandas derivadas del infamante inciso.
Entre los gobiernos de otras partes del mundo que se han sumado a esa actitud figuran, entre otros, los de México y Canadá, cuyo primer ministro Justin Trudeau, en conversación telefónica con el mandatario cubano Miguel Díaz-Canel, le expresó su decisión de oponerse por todos los medios a su alcance a cualquier medida que lesione los intereses de su país en Cuba.
En la práctica, se trata de aplicar las leyes antídoto enunciadas en 1996 por no pocas naciones ante la amenaza del capítulo III de la citada Ley, para proteger a personas naturales y jurídicas con inversiones en la isla, y que quedaron en stand by —perdonen el anglicismo— por la decisión estadounidense de suspender la entrada en vigor del malhadado artículo cada 180 días, lo que se hizo costumbre.
Como este 2 de mayo Trump pateó el tablero o, dicho en términos clásicos, abrió la Caja de Pandora de incontables calamidades en sus relaciones con la Unión Europea, parece que olvidó que esta, aunque es su aliada militar y política, es también un enconado adversario económico, y que, en defensa de sus intereses y de lo que considera legal a la luz del derecho internacional y la Carta de la ONU, puede llegar muy lejos en su respuesta.
En otras palabras, que al parecer el equipo de Trump no midió el instante coyuntural en su arbitraria decisión de activamiento del susodicho título tercero y, llevado por móviles de política interna, ha cometido un error garrafal con potencial para provocar un divorcio irremediable entre Washington y Bruselas, al menos durante la actual administración.
El asunto se complica aún más, por cuanto, si llega el momento en que la guerra de reclamaciones y contrarreclamaciones empieza a resultar cara en la relación costo-beneficio —puesto que cada demanda pecuniaria en cortes estadounidenses que afecte intereses europeos será respondida con una contra demanda equivalente en tribunales del Viejo Continente—, ese apoyo interno que busca Trump con su arriesgado paso, se puede erosionar y resultar en lo contrario de lo que se propuso. Entonces habrá llegado el momento para el Yeti imperial de reconocer la derrota y rectificar, o, de lo contrario, habría que preguntarse si tiene un plan B, que, como todas sus iniciativas, podría incluso resultar peor.
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