Envuelto y escoltado por banderas cubanas, con una barra no tan fija, llena de medallas y en medio de un fiestón cederista que no terminó hasta pasadas las tres de la mañana, celebró Huber Godoy Olmo su medalla de bronce panamericana.
Es que en la calle La Paz, en la barriada de Colón todo agasajo parecía poco para premiar a quien se hizo gimnasta entre los aparatos improvisados de la zona y ahora fue noticia en Lima, Perú con una de las dos únicas medallas de su deporte.
“No me lo esperaba, mi papá me dijo que tenía una sorpresa, cuando llegué y vi todo eso, dije: ¡mentira!, era una cosa demasiado grande, todo el barrio esperándome, me dio mucha felicidad”.
Su presea, la primera de un gimnasta espirituano, rama varonil, en estas lides y la mejor conquista de sus 21 años, tuvo marcas de sorpresa. No para él que en una década ha conquistado más de medio centenar en cuanto evento ha competido desde pionero. “Quería la medalla por equipos, al no tener tanta presión por un resultado en barra, no tenía por qué presionarme, es uno de los aparatos en que mejor me desempeño, como la paralela y el arzón”.
Con la cuarta mejor puntuación en la clasificatoria y una preparación de años, la opción de podio comenzó a rondar. “El entrenamiento es una batalla, dándote golpes, desgastándote, reventándote los pulmones de tanta resistencia, solo es trabajar y trabajar para alcanzar la maestría deportiva, tuve que esforzarme el triple para hacer el equipo, por eso sentí un orgullo tremendo”.
Después echó a un lado la jerarquía de los rivales y debió sobreponerse a la lesión de Randy Lerú, su compañero. “Fue como chocar con un tren, pero te repones pensando en lo que falta. El nivel fue altísimo, habían medallistas olímpicos, mundiales, pero en la gimnasia no es estar mirando a los rivales, es trabajar en lo que has hecho en todo el año y confiar en que tú puedes. Mi barra era una de las más complejas y la hice casi perfecta, cuando logras una buena actuación el cartel de favorito no es necesario”.
Con él subió toda su familia y todo aquel que le guío desde el día en que “vino a mi casa un profesor amigo de mi papá Humberto y me vio trepando por las paredes y dijo: “llévamelo para el gimnasio a ver si le gastamos eso”. También subió toda la energía que solo él sabe. “Antes de subirme solo pienso en cosas que no puedo decir por aquí y que solo piensa un cubano cuando va hacer algo porque le da la gana”. Y al caer…” cuando vi que todo salió bien pensé en Yazmín, la niña que está por nacer, esa es mi tesoro”.
Toma en sus manos la medalla, la acaricia y una lágrima corre silvestre, mientras Mercedes, su mamá, lo socorre en un abrazo que parece revivir los diez años viajando en tren hacia La Habana con maletines repletos de juguetes, guayabas, chupa chupa, alimentos, guarniciones, aliento, sostén…
“Lo único que no queda es la intranquilidad y la corredera por la casa, pero sigo siendo el mismo niño”, dice, y le creo.
felicidades al gran campeón , por su medalla y su esfuerzo , a los entrenadores y al pueblo espirituano