En el trazado tabacalero de Cuba, Sancti Spíritus resulta una plaza singular; sobre todo a partir de los últimos tiempos, cuando ha recuperado esplendor el cultivo de la hoja, germinó con fuerza la modalidad de tabaco tapado en virtud de la demanda nacional para asegurar capas al puro de exportación y se abrió espacio la elaboración con destino a ese mercado.
La industria del torcido en la provincia, expandida desde las décadas finales del pasado siglo, explota 10 fábricas repartidas en todos los municipios, excepto La Sierpe, un soporte que en materia de unidades físicas ha llevado al territorio a las posiciones delanteras a nivel de país; en tanto, la calidad del producto ha acompañado, como regla, esa producción.
Sin embargo, el tradicional arraigo de Sancti Spíritus en la confección de habanos se resiente desde el pasado año por la disponibilidad de capas, su calidad para el torcido exportable y el déficit de torcedores, carencia esta última que en un momento determinado llegó a sobrepasar los 100, con el agravante de que buena parte de ellos clasificaba en el acápite de los experimentados.
Escambray no desaprovechó la invitación de la Empresa Tabaco Torcido Sancti Spíritus que, lejos de ocultar su realidad interna, abrió las puertas a la prensa para, desde una mirada transparente y pública, trazar soluciones, despertar el interés y hacer más visible la obra de un colectivo con probada consagración laboral.
Para un rubro con seguro mercado no fue una buena noticia cerrar el 2018 la producción de unidades físicas al 87 por ciento, máxime cuando se sabe que en el aporte del territorio cuenta también el tabaco de alta regalía —elevada exigencia de calidad—, modalidad que representa alrededor de 300 000 habanos.
Directivos de la entidad coinciden en que para cumplir el plan el primer obstáculo fue la capa, suministrada desde un balance nacional; aunque hoy emplean más la cosechada en Sancti Spíritus y Ciego de Ávila. No se produjo y la que llegó tiene problemas de calidad, aseguran.
Añadió que en este comportamiento influyen el impacto del clima y la alta exigencia del mercado, con su repercusión directa en que la entrega de tabacos para la comercialización exterior llegó a 9 139 900, el 81 por ciento de lo planificado en el territorio.
Con miras a responder los compromisos productivos, la entidad necesita ocupar una plantilla de unos 425 torcedores, en cambio, finalizó diciembre con unos 300. A la altura del tercer mes del año esa correlación ha mejorado algo, pero la carencia —manifestada también en otras regiones del país— sigue en el entorno del centenar de tabaqueros.
Según los datos suministrados a la prensa, por la falta de capas y de torcedores la empresa espirituana dejó de fabricar alrededor de un millón de tabacos para la exportación el año anterior y, por otra parte, al aumentar la productividad, subió el nivel de rechazo de la producción, un indicador donde incide más hoy la calidad de la capa.
La dirección de Tabaco Torcido revela varias causas, entre estas una, al parecer, muy determinante: el sistema de pago aplicado el pasado año, el cual marginó las categorías bajas de torcedores; el mayor éxodo se reportó en los de categoría C.
La entidad no se ha cruzada de brazos. De un lado habilita nueva fuerza para el oficio en cursos de diferentes modalidades, proceso largo para el caso del torcedor de exportación, pues oscila entre siete y nueve meses.
Por otra parte, se logró visitar en febrero a 178 torcedores que emigraron del puesto en los últimos tres años; ello posibilitó reanudar el proceso de rescate de la valiosa fuerza, expresado ya en la reincorporación de 14 tabaqueros.
En aras de encarrilar el rumbo del tabaco torcido, según los directivos, se han ido modificando los sistemas de pago como vía de atraer obreros y apelan a otras formas de estimulación, a la vez que se actúa en la atención a los colectivos y en el mejoramiento de las condiciones estructurales de las fábricas.
Otra arista priorizada es estrechar la vinculación y el intercambio directo con esa fuerza laboral; pero, más que abrir las puertas para el regreso de quienes se fueron, el gran desafío radica en mantener y atender a los están.
En las fábricas predominan los jóvenes, sin dudas una fortaleza de cara al futuro; pero una debilidad actual si consideramos que el promedio de estancia de esos torcedores oscila entre dos y cuatro años. Valga aclarar que el nivel de experiencia de un torcedor debe ser de una década para hacer un tabaco de alta regalía; de ahí, el rigor con que se vigila el proceso.
La calidad que exige el torcido no depende solo de manos experimentadas; deciden mucho la vega, el proceso de curado y secado y el manejo poscosecha de la hoja, que puede lucir bonita en el campo, y sin embargo, después una manchita le invalida la calidad comercial.
En tal contexto deben alinearse cada vez más los intereses agrícolas con los de la industria y el mercado, así como expandir las mejores prácticas entre los productores.
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