Dos fumigadores, Luis y Agusto, tienen la misión de fumigar un cine que desde hace años está abandonado, en ruinas, y que resulta ser un peligroso foco de vectores de mosquitos. Ambos acaban ¿casualmente? de conocerse. Luis, el veterano, es un cinéfilo empedernido, y Agusto es un militar retirado en su primer día de trabajo como fumigador. Mientras esperan por sus superiores, los dos sentados en unas viejas butacas en medio de los escombros de lo que fue un importante cine, va surgiendo de ambas partes una necesidad de confesión que les es imposible aplacar. Evocaciones mediante, confiesan sus frustraciones y lamentan desde lo más hondo un sueño irrealizado y que comparten muy en común: la actuación.
Esta podría ser una sinopsis apresurada, incluso imprecisa, sobre Humo, comedia contemporánea escrita por Yunior García, con puesta en escena de René de la Cruz (hijo). Feliz colaboración entre el Centro de Teatro y Trébol Teatro estrenada en la edición XIV del Festival Internacional de Cine de Gibara.
Humo es un montaje esencial y minimalista, que en apenas una hora condensa los conflictos de la trama que propone el argumento y acaricia, con buen gusto, el agudo humor del autor holguinero. He escuchado desde muchas partes sobre el asombro de que Yunior haya escrito esta comedia, tras haberse dado a conocer con obras “tan dramáticas” como Sangre, Semen o su más reciente y exitosa Jacuzzi. No me alarma, es costumbre mirar la comedia como el más relegado de los géneros. Yo mismo me he prejuiciado alguna vez. Lo cierto es que las primeras obras que conocí de Yunior fueron sus comedias de corte sociales, muy atrayentes y atrevidas.
No es del todo ilógico que sean dos reconocidos actores del cine y la televisión quienes interpreten la obra y narren esta sensible historia que sirve de homenaje —protesta a los burócratas que ante la desidia intentan sepultar— al cine cubano. Pero aún quedan personas sensibles como Luis (René de la Cruz) y Agusto (Félix Beatón), quienes nos alertan sobre funcionarios de mentes lo suficientemente triviales como para permitir que un cine como este, donde ocurre la acción, parezca un cadáver en estado de descomposición, una ruina desierta, un almacén de estiércol de murciélago que huele a nutre…
Quiero aclarar que el cine y el teatro no han tenido jamás mayores discrepancias ni conflictos, decir eso sería como mínimo una ingenuidad, aunque con la llegada de la pantalla grande el teatro se viera por momentos minimizada por las masas. Pero pensemos que “el teatro es hijo de la crisis” desde mucho antes de que el séptimo arte surgiera. Esa afirmación no es más que un mito pesado y fuera de lugar.
Aquí, en Humo, se evidencia una perceptible relación entre ambas disciplinas, quiero pensar que los hermanan muchas cosas, pero la fundamental es que pertenecen a la misma familia: el Arte.
Una escena particularmente jocosa y emotiva a la vez resulta el monólogo en que Luis narra el momento en que decidió que quería dedicarse a la actuación. Cuenta sus primeros reconocimientos con el mundo de las tablas, los métodos de actuación que debió estudiar, los fracasos que, casting tras casting, afrontó, hasta que finalmente fue elegido para trabajar en dos escenas de una película. De la Cruz, un intérprete de experiencia, se mueve con destreza por los registros de la jocosidad y los estados afectivos que logran captar la atención del espectador y que este se emocione cuando narra el suceso fatídico del día del estreno de la película cuando al finalizar se llevó la decepción de que habían cortado sus dos únicas escenas.
De esa escena supimos también que el cine donde se estrenó aquella película y donde Luis sufrió la gran decepción es ese mismo cine (según él su lugar favorito, el templo del séptimo arte) en el que esperan la llegada de los burócratas para dar la orden de llenarlo de humo. Fue ahí justamente, en una de esas butacas, donde decidió que abandonaría su sueño de ser actor, y entonces pasó a ser custodio del cine, luego pasó a vender las papeletas y hoy está ahí para fumigarlo y clausurarlo.
El director de la puesta ha sido hábil al concentrar la acción en un espacio que simula un cine abandonado, donde se pueden ver unas butacas viejas, el proyector al fondo y la pantalla que divide el espacio de la ficción (escenario) y la realidad (público). Una concepción escenográfica minimalista, diseñada por Reynerio Tamayo, que obliga a los actores a ser el centro de la escena a golpe de talento. Y aprovecho para decir que ambos intérpretes, Beatón y De la Cruz, se desenvuelven con mucha comodidad por estos registros cómicos y también por los más profundamente dramáticos cuando la trama lo ha requerido. Un texto literalmente hecho a sus medidas histriónicas.
Esta es una comedia que desde la base textual es consistente, provocativa y, aunque parezca que se aborda de manera realista, no lo es del todo. Una extrañeza del texto y del montaje es que juega con el llamado realismo poético, en tanto los nombres de los personajes alcanzan otros niveles de significados referenciales: son los mismos nombres que los de los Hermanos (Luis y Agusto) Lumiére, los inventores en 1895 del cinematógrafo.
También se pueden localizar elementos del realismo poético en la ambigüedad, o mejor los paralelismos que se localizan en el vestuario, puesto que uno puede deducir que son trajes de fumigadores, el ropaje se asemeja, pero si nos fijamos en los acabados del tejido de los overoles y en el logo (un mosquito en el centro de una mirilla de escopeta que no es igual al de la campaña cubana) podemos percatarnos de que los diseñadores, el director, quieren llevarnos a otros niveles de lecturas.
Es válido resaltar que funcionan muy bien dentro del tejido de puesta en escena las proyecciones de fragmentos de películas que son íconos de la cinematografía nacional. En el amplio espectro que recorre, y esto funciona muy bien como elemento referencial, se pueden ver Los sobrevivientes, La muerte de un burócrata, Adorables mentiras, Papeles secundarios, Suite Habana y Memorias del subdesarrollo.
Para terminar, tengo que ser franco conmigo mismo y decir que me siento reconfortado al presenciar esta comedia, no solo porque cumple con creces con los principios pragmáticos que la comedia como género (con sus múltiples licencias en la contemporaneidad) demanda, sino porque esta praxis se ha visto muy anulada en los últimos años en el movimiento teatral cubano. Enhorabuena entonces a este proyecto, a Yunior por reinventarnos y examinarnos en su escritura, una y otra vez como cubanos; a Renecito y a Beatón, por brindarnos una hora de risa y pensamiento social.
En definitiva, por dejarnos tras cada hora de función con las risas entrecortadas y la cabeza echando humo: en ese cierre altisonante en el que el teatro y el cine se abrazan fuerte a la ilusión de persistir por miles de años más.
Roger Fariñas Montano, Teatrólogo y asesor dramático
Ojalá sigan llegando estas opciones a la provincia!!!!
Excelente obra del que el público espirituano pudo disfrutar. Muy buena crítica la de este crítico, ojalá abunden más estos tipos de análisis especializados y agudos sobre lo que sucede en cultura en l provincia. Felicidades periódico Escambray por este tipo de cobertura.
Excelente obra, una comedia para disfrutar. Un artículo agudo el de este crítico, ojalá sigan haciéndose este tipo de análisis sobre lo que sucede en la cultura espirituana.