Sancti Spíritus ha redescubierto un crimen. Transcurrieron más de 147 años para ello, y el vil suceso —el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina el 27 de noviembre de 1871— lo trajo de vuelta la película Inocencia, dirigida por Alejandro Gil y llevada a la cartelera durante las últimas jornadas en la capital provincial.
En dos planos narrativos entretejió el relato el guionista Amílcar Salatti; por un lado, la sucesión de hechos hasta el desenlace: la ejecución de los jóvenes para saciar la sed de venganza del Cuerpo de Voluntarios ante la infundada profanación de la tumba del español Gonzalo Castañón y, por otro, la persistencia de Fermín Valdés Domínguez —amigo y compañero de celda de las víctimas— en demostrar la inocencia de sus colegas y en encontrar los restos de sus cadáveres, lo que lograría pasados 16 años de la tragedia.
Previo al estreno del filme en Sancti Spíritus, Gil, Amílcar, Yaremis Pérez —actriz y directora del casting—, así como los jóvenes actores Luis Manuel Álvarez (Anacleto Bermúdez), Reinier Díaz (Ángel Laborde) y Justo César Valdés (José de Marcos) dialogaron por más de una hora con el colectivo de Escambray y otros periodistas en una tarde, sin el menor asomo de premura.
Para situar Inocencia en contexto y en perspectiva, en el intercambio su director se remontó a principios de los años 90 del siglo anterior, cuando él laboraba en los Estudios Cinematográficos y de Televisión de las FAR (ECITV-FAR) y lo invitaron a participar como codirector en la serie Historia del arte militar en Cuba, con Eusebio Leal, quien en uno de los capítulos se detiene, con su pródiga vehemencia, en los acontecimientos de 1871, uno de los más sensibles ocurridos en La Habana del siglo XIX.
“Realmente Eusebio nos dejó en una sola pieza por toda su explicación”, recuerda Gil, cuya primera exploración audiovisual del tema data de 1992 con el documental Inocencias. La crisis económica dictó ley y cerraron temporalmente los ECITV-FAR. En la Televisión cubana, Alejandro propuso realizar una serie acerca de lo acaecido en 1871; pero las carencias materiales enviaron el proyecto a la gaveta, no las intenciones de acometerlo.
En la antesala del aniversario 145 de la efeméride, la idea resucitó; Amílcar, Gil y Yaremis hurgaron en las zonas ocultas de lo sucedido. “En la medida que íbamos explorando, se nos iba creando una sed tremenda por la investigación —indica Alejandro—. Resultaba muy importante la aparición de personajes, de coyunturas históricas particulares dentro de La Habana. Casi el día antes de la prefilmación fue que logramos cerrar el ciclo del guion. Llegamos a la versión 12 o 13 de este”.
Periodista (P): ¿Qué implicó en el orden narrativo relatar una historia de final harto conocido?
Amílcar: Al menos el público cubano conoce el final; pero hay mucha ignorancia en torno a los detalles del hecho. Quizás en ello nos basamos para sorprender. No se sabe cómo los estudiantes llegaron hasta allí y todo lo que sufrieron por el camino. Esa curiosidad por saber cómo tienen ese final terrible logra atrapar a la gente. Y la otra parte está en la historia, en el paralelo de cómo Fermín encuentra los restos 16 años después. Traté de darle un tono de suspenso a esa búsqueda, a cuál había sido el destino de los cadáveres.
Alejandro: Hay un interés de la película de reivindicar la figura de Fermín Valdés Domínguez. Él era parte de esa aula; podía haber sido uno de los fusilados, y por eso también estuvo en prisión. La investigación nos enseñó que Fermín era una figura que debía estar más cerca de la luz y no al amparo de la sombra de los acontecimientos. Él simboliza la lealtad, la no renuncia. Queremos que esté mucho más cerca del Sol de lo que está ahora.
P: ¿Por qué el público juvenil, que no se siente atraído generalmente por las películas históricas, sí lo ha hecho ante Inocencia?
Alejandro: Teníamos claro que el público objetivo eran los jóvenes; desde ahí se trabajó el guion, el nivel del diálogo, el comportamiento de los muchachos. La base fue esa: tratar de asumir los personajes que eran jóvenes como si fueran jóvenes de hoy en otros contextos, en otras circunstancias. Hemos tenido películas históricas un poco encartonadas, y todos somos enemigos de eso.
Luis M. Álvarez: Alejandro siempre nos explicó que no quería que fueran personajes encartonados; eran jóvenes que estaban jugando en el cementerio. En el inicio de la película tenía que haber una frescura, típica de los jóvenes. Tratamos de particularizar cada uno para que no quedaran como los ocho estudiantes; por ejemplo, unos eran más amigos que otros.
Reinier Díaz: Cuando uno hace una película histórica tiene un reto muy grande porque está representando a una persona real que vivió, con defectos y virtudes como todo ser humano; pero en el caso de estos estudiantes no se sabe casi nada de ellos, estábamos a ciegas hasta cierto punto. En el proceso de creación del personaje, Alejandro hizo hincapié en que lo primero que uno hace es crear un ser humano; después uno le pone la ropa, la forma de caminar, de hablar. Siempre nos dijo que eran jóvenes de la edad de nosotros, de otro siglo; pero tenían los mismos deseos, las mismas pasiones. Por ese lado, tuvimos libertad a la hora de crear, y la química que ya existía entre nosotros, porque nos conocíamos, la integramos a la película.
Alejandro: Sobre ellos se depositó la responsabilidad de ponerle rostro por primera vez a esa historia. Inocencia es una película que se escribió, se realizó y se interpretó desde la emoción, desde lo humano. Se luchó superduro, y las fronteras entre las especialidades se perdieron; todo el mundo se ayudaba. La película tuvo realmente un estado de gracia.
P: Es obvio que Inocencia dialoga con la historia; pero, ¿hasta qué punto lo hace con el presente?
Alejandro: Yo quería una película que emocionara al público, que tratara de conectar con el espectador. Cuando las películas salen al ruedo, conversan con su público más inmediato de su tiempo. Queríamos dialogar desde esa historia con el presente. La pretensión es que el 27 de noviembre se vea de otra manera. El 27 próximo, aunque sea una historia capitalina, tiene que convertirse por su contenido, por su proyección dramática, en un asunto universal.
Queremos redimensionar el carácter simbólico de lo acontecido en esa fecha. Estamos urgidos de símbolos importantes y que estos símbolos generen valores dentro de la sociedad, fundamentalmente entre los jóvenes. El 27 no debe olvidarse ya el 28. Ese día se debe desfilar de otro modo. Como decía Eusebio, el 27 no es un día ni de jolgorio ni de pachanga, ha de andarse en silencio y con la cabeza gacha. Por eso, buscamos que la película, de manera entretenida, armoniosa, dialogara desde el corazón con el espectador.
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