Entrevistar a Juan Enrique Tojo se convierte minuto a minuto en un entrenamiento, no solo por la sabiduría que propone dialogar con un hombre que durante 35 años ha desafiado el peligro y el cansancio, sino porque él, hombre de hechos, de modestia verdadera, prefiere al parecer desentenderse de su heroísmo cotidiano; periodísticamente, más vale mirar sus ojos con detenimiento para descubrir entonces cuándo se ponen más o menos cristalinos, observar el ceño y esperar que revele sucesos imborrables de su vida como liniero.
“Es verdad que lleva sacrificio, pero es un trabajo bonito, porque se ve lo que uno hace, cuando pasa un ciclón y a los tres o cuatro días ya todo el mundo tiene corriente, eso no pasa en ningún país del mundo; el pueblo siempre está agradecido con nosotros”, argumenta cuando hago énfasis en las jornadas de sol atravesando de un extremo a otro ciudades, pueblos y arrabales.
Para el jefe de la Brigada de Construcción y Mantenimiento de la Unidad Empresarial de Base Centro de Operaciones, haber asistido a la recuperación de más de 15 huracanes por toda Cuba se sumó a la impresión desoladora de La Habana mordida por un tornado en enero pasado. “Eso estaba feo, no quedó nada. Reparar es más difícil que hacer una línea nueva. Trabajamos jornadas de siete de la mañana a dos de la madrugada, prácticamente, sin tiempo para descansar. Pero el pueblo siempre coopera con nosotros”, rememora.
En el año 2005 la solidaridad lo llevó hasta la isla de Granada, que había sido arrasada por un ciclón; sin embargo, tocó herramientas con las que nunca había trabajado: aisladores, grampas de remate, empalmes de línea… Años después, ese equipamiento ya forma parte de su quehacer diario.
Aquella, la de Granada, se escribió como una carrera de aprendizaje contra el reloj y la oscuridad. Mas, otra vez, como durante toda la entrevista, Juan Enrique se sostiene, sin siquiera pronunciarlo, del maridaje entre la unión y la fuerza.
“Lo que hacíamos nosotros (las brigadas cubanas) en una semana no lo hacían las demás en un mes, incluso los norteamericanos se fueron porque dijeron que era mucho trabajo para ellos”, evoca Tojo, como cariñosamente lo conocen en la Empresa Eléctrica Provincial y cuantos amigos ha hecho en los contingentes de ayuda posciclónica de una punta a otra de la isla.
Siempre comprensión y pilar, la esposa, la madre de sus dos hijos; acostumbrada a la ausencia de la figura paterna, semanas, meses, y ella inquebrantable.
“Cuando me casé trabajaba en Fomento, de donde soy, pero vivía en Sancti Spíritus y los primeros años de la niña mi esposa la crió prácticamente sola. Mi hija preguntaba: ¿Dónde está mi papá?’”, y en sus ojos las lágrimas cercanas, fibra sensible para nada opuesta a los hombres que dominan la electricidad.
Similar al maestro que ve a sus alumnos irse cual proceso cíclico que regala al menos la satisfacción de haber enseñado todo y un poco más, la brigada que hoy conduce Juan se nutre de novatos, pero quizás recomenzar le complazca tanto como conocer al dedillo a sus tres linieros. “Cuando salen de la escuela vienen con conocimientos básicos, pero no tienen la maldad de la línea”.
¿Cuáles son esas mañas?, pregunto.
“Por ejemplo, mover una línea de la cruceta al aislador, sin hacer tanta fuerza física, porque de lo contrario la cargan en el hombro”.
Camaradería y jarana parecieran incluirse en los manuales de los linieros espirituanos, razón por la que Tojo recomienda a los jóvenes que exhorten por este oficio que, aunque reconoce peligroso, apuesta por las medidas de seguridad y algo más: “Hay buen material humano, nos llevamos bien, será por la forma de ser que tenemos los linieros, por lo menos tú nunca los ves fajados entre ellos, al contrario, siempre estamos riéndonos”.
¿Para los que se inician en el oficio de linieros usted como jefe de brigada dispone de algunos consejos imprescindibles?
“Siempre les digo que lo primero que tienen que hacer es cuidarse ellos mismos. A veces me dicen cómo hacer un trabajo, y lo hacemos, aunque sean nuevos. Siempre les pido que pregunten mucho todo lo que no sepan, que preguntando se aprende”.
En medio del diálogo, un compañero de Tojo aclaró desde un buró vecino: “Le gusta tanto el trabajo que no sale de vacaciones”. Y, ciertamente, el eléctrico espirituano disfruta de sus días libres, sin más remedio que cumplir las reglas laborales y, aunque reniega de su obstinación, basta que argumente el fin de sus vacaciones más recientes: reparar la camioneta de trabajo.
Recalca, incluso, algo parecido a una filosofía existencial, tal vez, la raíz de su bregar: “Nos vamos a aburrir de descansar cuando estemos muertos”.
Volvió Escambray por Juan Enrique Tojo, esta vez porque mereció la medalla Jesús Menéndez, que a propuesta de la Central de Trabajadores de Cuba otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba, mas, nunca le han faltado periodistas queriendo arrancarle tantas anécdotas recopiladas con sudor y con lágrimas de fe.
“Como dicen los cubanos, eso fue un orgullo porque están reconociendo el trabajo que uno ha hecho, aunque te puedo decir que como me la dieron a mí, en esta empresa hay más gente que se merece esa medalla”.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.