Desde la celda, en el cuartel del Escuadrón 37, del Regimiento Leoncio Vidal, de Yaguajay, Grelio Ruiz Luna intentaba adivinar lo que acontecía fuera de aquellas cuatro paredes. Era el 30 de diciembre de 1958, y este combatiente llevaba 10 días encerrado en la fortificación, sitiada por las fuerzas al mando de Camilo Cienfuegos y último reducto de la tiranía en el norte villareño.
Durante ese tiempo, Grelio sintió bien de cerca el fuego cruzado entre las huestes contrarias, sobre todo a partir del día 24, cuando los rebeldes estrecharon el cerco en torno a la fortaleza y las balas iban y venían con la muerte a cuestas, al punto de que el reo debía arrinconarse en el calabozo para evitar algún proyectil descarriado.
La situación llegó al límite por la tozudez del capitán Alfredo Abón Lee, al frente de la tropa batistiana, de no deponer las armas. Precisamente, este militar, quien venía desde Oriente persiguiendo las columnas invasoras de Camilo y el Che, trajo prisionero a Grelio desde Mayajigua, donde la tropa batistiana puso pies en polvorosa el 20 de diciembre, ante la embestida de las fuerzas comandadas por Félix Torres y el capitán William Gálvez, como parte de la estrategia diseñada por el Señor de la Vanguardia, máxima autoridad del Frente Norte de Las Villas.
—¿Qué diablos estará pasando allá afuera?, quizás se preguntó más de una vez Ruiz Luna, integrante del Partido Socialista Popular (PSP), detenido por el Buró para la Represión de las Actividades Comunistas el 8 de ese mes en su poblado natal. Veintidós días después, el 30, un guardia del cuartel lo apremió del otro lado de la reja.
—¡Arriba! Vamos, vamos.
—¿A dónde me llevan?, inquirió el combatiente.
ESCUADRÓN 37: FUERZA ACORRALADA
Desde antes del 30 de diciembre, el Escuadrón 37 parecía un clásico callejón sin salida para el enemigo acantonado: más de 300 hombres pertenecientes a varias fuerzas lideradas por Abón Lee, luego de la huida de estampida, vía aérea, del mayor Roger Rojas, quien abandonó el cuartel so pretexto de una hernia estrangulada.
Los historiadores Osiris Quintero y Gerónimo Besánguiz sostienen que no se logró a plenitud la consolidación del mando enemigo para brindar una efectiva resistencia debido a la falta de homogeneidad en la composición entre los batistianos.
Al decir de los investigadores, los efectivos de la plantilla del cuartel deseaban una rendición inmediata; criterio similar defendían el cuerpo policial, refugiado en el enclave militar, y los guardajurados; en contraste, los integrantes del Batallón 22, bajo las órdenes de Abón Lee, mantenían una obediencia total a su jefe y representaban la línea dura de resistir a toda costa, conducta muy quebrantada en los días finales de diciembre durante la batalla de Yaguajay, la más prolongada de Las Villas contra la tiranía de Fulgencio Batista.
Por decisión de Camilo, los rebeldes estrecharon el cerco a Yaguajay desde el día 21; el siguiente ocuparon los centrales Narcisa y Victoria, y a continuación empezaron a hostilizar las posiciones contrincantes dentro del sector urbano: el hotel Plaza, el Ayuntamiento, la estación de Policía y la planta eléctrica, desalojados el día 24, con saldo de 18 bajas enemigas, sumados los muertos, heridos y prisioneros ilesos.
Al iniciarse la décima jornada de la contienda, se habían concertado dos treguas entre las partes; el Dragón I, un blindado criollo construido a partir de un tractor de esteras por obreros del central Narcisa, había realizado tres acciones combativas para incendiar la guarida militar. A ello se suma igual número de intentos de lanzar, por idea de Camilo, un tren cañero provisto de dinamita contra la instalación enemiga, invulnerable al poder de las armas rebeldes.
Aunque las incursiones del “tanque” con su lanzallamas y del tren dinamitado no cubrieron todas las expectativas de la tropa de Camilo, sí provocaron pánico y confusión en sus contrarios, como testimoniaría a Quintero y Besánguiz un exsoldado del ejército batistiano: “No se me olvida la escena del tren que lanzaron contra nosotros; aquello nos impresionó mucho a todos”.
Los sitiados permanecían totalmente aislados. Nada de comunicaciones ni electricidad; el nauseabundo ambiente aumentaba por la fetidez de los muertos y de los animales putrefactos. Excrementos y moscas verdes por doquier.
VEO UN SOLO CAMINO
Ese vaho pestilente también se volvió insoportable para Grelio, por cuya mente no pasaba la razón de aquella salida intempestiva de la celda hacia el comedor del recinto militar. Ante la zozobra y la desmoralización que invadían a los cercados, Abón Lee autorizó una sesión espiritual, a la que asistieron él, otros oficiales, clases, soldados y civiles confidentes para conocer, mediante una práctica religiosa, si existía alguna esperanza y así animar a los asediados.
Años más tarde el luchador clandestino confesaría a Osiris Quintero sentirse extrañado y sorprendido por la invitación a dicha sesión, dada su estatus de preso revolucionario. También era cierto que los organizadores de esta conocían que él practicaba aquellos rituales, conducidos, en esa oportunidad, por un chivato del ejército, quien empezó a hablar como si fuera un espíritu que había bajado.
—Veo moviéndose hacia Yaguajay dos refuerzos de tropas, con varios tanques y aviones…
Mientras tanto, Ruiz Luna escrutaba cada rostro de los asistentes; pensaba cada palabra que diría en su condición de luchador; tal sería su nueva trinchera.
—Aquí no se ve venir ninguna tropa de refuerzo, ni tanques ni nada… Veo un solo camino para el bien de todos, el de la rendición, advirtió sin turbación.
Ni una palabra más. Aquel presagio le colocó el punto final a la sesión espiritista. En silencio y desilusionados, cada uno se retiró hacia su respectiva posición de combate.
POR FIN, BANDERA BLANCA
El propio 30 de diciembre, Ernesto Guevara retornó a Yaguajay, adonde había acudido los días 23 y 25. En el central Narcisa se reunió con Camilo y otros combatientes; el jefe del Frente Norte lo puso al tanto de la obstinada resistencia de Abón Lee y de la depauperada situación de la hueste contraria.
En esa visita, el Che le entregó una bazuca y le prometió enviar un mortero, que llegó el 31, después del mediodía. El fuego se arreció contra la fortificación y condujo al jefe batistiano a solicitar una tercera tregua.
—Si no se rinden ahora mismo, les derrumbo el cuartel sobre sus cabezas, le increpó Camilo.
Luego de 11 días de lucha, pasadas las cinco de la tarde del 31 de diciembre, asomaron las banderas blancas.
PUESTO DE COMBATE
El humo que salía de las oficinas del recinto se tornó sospechoso para Grelio. No sentía el crujir de la madera. En un intento de borrar la culpabilidad de los militares y delatores involucrados en crímenes y otros actos, quemaban los documentos comprometedores.
Al arribar Camilo al cuartel para recibir oficialmente la plaza rendida, Ruiz Luna interceptó al Comandante y le informó que los guardias estaban incinerando los papeles; mas, el aviso resultaba tardío por parte del combatiente, que semejaba un despojo humano.
Durante la acción bélica, este hombre no probó bocado sólido alguno y se alimentó con suero de glucosa que le dio el enfermero Rogelio Álvarez, metido en el cuartel por propia determinación. Igualmente, un soldado le había dado un papel con un poco de azúcar.
Cuenta Antonia Leiva Castellano, esposa de Grelio, que él tuvo su lugar de combate dentro del mismo cuartel; su cama la situaron en un rincón de la barraca, donde el enemigo almacenaba cajas de balas, y en las noches Grelio se dedicaba a machucar esos proyectiles con una tablita para inutilizarlos.
Con anterioridad, como luchador clandestino suministraba alimentos y medicinas a la tropa de Félix Torres, del PSP, a través de un enlace. Al triunfar la Revolución, Ruiz Luna, fallecido en el 2002, participó en las intervenciones de propiedades en Santa Clara, adonde la familia se había mudado. “En ese tiempo, a mi casa no llevó ni una tetera, que tanta falta le hacía a una de mis hermanas”, señala Carmen, la mayor de sus cuatro hijos.
“Mi papá era un hombre recto, humilde, que nunca hablaba de lo que hizo por la Revolución. La sala de mi casa parecía un mural; ahí él tenía las fotos de Martí, Fidel, el Che, Camilo”, refiere su hija Dania.
A la altura de 61 años, Antonia recuerda cómo la incertidumbre se apoderó de la familia en Mayajigua, cuando en las noches escuchaba el tiroteo venido de Yaguajay, y sabía que Grelio, quien había sido detenido en su bodega a inicios de diciembre, pasaba la batalla tras las rejas, tratando de adivinar lo que acontecía afuera.
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