Los surcos ásperos de sus manos delatan las eternas ganas de explorar los límites de una práctica milenaria. Alrededor de sus uñas, la huella carmelita insiste que tanta pasión no encuentra frenos. No importan las secuelas estéticas. Vuelve, una y otra vez, sobre la arcilla para darle vida. Solo así Félix Madrigal se encuentra a sí mismo y es capaz de canalizar todo su inquieto mundo interior.
“La cerámica es mi niña adorada, aunque me siento por naturaleza escultor. Ella es el arte que me ha permitido fusionar todos mis conocimientos tras mi egreso de la academia hace cuatro décadas”, así se presenta quien ha regalado sus creaciones a varios puntos de la geografía nacional y a otras latitudes del orbe.
Dicha pasión se gestó durante aquellos días en que se perdía en los salones de la Casa de Cultura de Sancti Spíritus, donde dio sus primeros pasos que, años después, lo catapultaron a la Escuela de Arte.
“Tuve el privilegio de conocer, mientras formaba parte del Movimiento de Artistas Aficionados, a Osvaldo Mursulí, un escultor graduado de la Academia de San Alejandro. Con 13 o 14 años me condujo en este mundo. Ya después en la escuela aprendí a admirar los grandes monumentos académicos”, acota con un tono nostálgico.
“La cerámica tiene como particularidad que se logra a través de altas temperaturas donde el horno dice la última palabra. Siempre está la incertidumbre de lo que va a pasar cuando se abre. Los años te enseñan, pero existen casualidades, efectos inesperados donde se combina un pigmento con otro y te da un resultado, muchas veces fabuloso y en otras ocasiones sorpresas no muy gratas”, alega mientras con las manos, de forma espontánea y con el aire como material, construye un nuevo molde.
¿No resulta arriesgado hacer la carrera en una especialidad que no solo depende de usted?
“La experiencia te permite correr pocos riesgos. Sin embargo, al principio es raro que no termines llorando frente a la puerta del horno. Hay que tener control de las temperaturas iniciales, que es cuando la pieza empieza a evaporar la humedad que contiene la arcilla. Ella exige de dominio técnico. No significa coger un poco de barro y ya, como piensan algunas personas.
Tampoco te puedes desesperar en abrirlo. Cualquier ceramista, sin marcar categoría, cuenta en su taller con un lugar donde deposita cerámica destruida. Yo le llamo a ese espacio el cementerio de las piezas”.
¿Por qué la escultura histórica una y otra vez?
“Porque soy un amante de la historia. Es raro que un escultor de mi generación se pueda evadir en el tiempo y negarse a hacer ese tipo de esculturas. En mi caso, lo que más me ha tocado han sido los retratos de personalidades históricas. Me han forjado confianza, pero también han mantenido mi vocación”.
¿Qué importancia le concede a que los gobiernos se preocupen por ese tipo de creaciones?
“Es una de las vías para no permitir que nos llegue la desmemoria colectiva. Desde que estaba en la escuela una profesora me enseñó a dominar la figura humana, por lo que desde esos primeros años como profesional asumí la escultura desde lo social, a mover el volumen en el espacio. Creo que tengo un poco de arquitecto. No es menos cierto que en las provincias camina más la escultura conmemorativa que la ambiental o de otro tipo. Por eso han coincidido los encargos en ese sentido”.
Precisamente, por esa mezcla de necesidad de las sociedades y amor de Félix surgió un proyecto muy atractivo y, desafortunadamente, no ha podido ver la luz. ¿Desistió ya de la escultura ecuestre de Serafín Sánchez?
“Soy una persona que sabe esperar, pero sin detenerme. Mientras, sigo creando y viviendo. Abro siempre mi taller con emoción y no pienso en las cosas que quedan atrás porque si no no avanzo. He andado en el tiempo, he creado abstracciones, experimentación… Trato de no negarme a nada.Si en algún momento me tocara la posibilidad de ejecutar esa obra, con mucho gusto la asumiré y te aseguro que la haré despojado de traumas”, dice con la misma fuerza de sus anhelos, esos que lo han conducido a plantar piezas en geografías tan distantes como Alemania, Ecuador, México…
Precisamente, Félix Madrigal despidió este 2019 con una celebración muy propia al presentar su exposición: 40 en perspectiva. Aún en la galería Fayad Jamís, de la sede del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en Sancti Spíritus, se puede disfrutar de la multiplicidad de expresiones que decidió presentar en homenaje al tiempo de egresado de la academia.
“Ahí está un resumen de lo aprendido. Combino la escultura, la pintura y la cerámica. Unifico las dos artes: tridimensional y bidimensional, con el uso, en gran medida, de la línea, el color y la textura. Con esa muestra hago un corte, pero lo realizo con todas las energías para tirar las líneas al horizonte y al infinito, pues me siento en plena capacidad creativa. Tengo todas las condiciones creadas, lo único que necesito es que me despierte la musa”, insiste.
Hablando de resumen, en este año que ya se despide, volvió sobre sus creaciones más conocidas: los retratos escultóricos del bulevar, ¿en qué fase anda el proyecto de fundirlas en bronce?
Después de la euforia, realización del contrato y divulgación por muchos de los medios de comunicación, nos informaron que no había dinero para pagar a la Fundación Caguayo, de Santiago de Cuba, por lo que se pospuso. Tengo en mi casa los fragmentos de cada escultura hechos en yeso en espera de que llegue un amanecer para fundirlas en bronce. Ya se hizo la parte más difícil, que fue pasarnos un mes en campaña, aguantando sol y lluvia, respetando el rigor técnico de salvar las piezas. Cada estatua lleva más de 100 piezas en pedacitos. Es como un rompecabezas. Aguardamos por que nos avisen.
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