El canciller de México, Marcelo Ebrard, fue muy claro al expresar en Uruguay que su gobierno no se sumaba al Grupo de Contacto Internacional sobre Venezuela porque rechaza toda injerencia política en otros países
Fue en esa misma nación suramericana donde un 31 de enero de 1962 México mantuvo una posición semejante en una memorable reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA), en las arenas de Punta del Este, cuando Cuba fue expulsada de esa institución interamericana.
Menos de dos años después de los sucesos de Punta del Este, en otra reunión de cancilleres muy parecida en Washington, México fue el único país que se negó a romper relaciones con la Isla.
Eso fue hace 55 años; entonces Ebrard tenía cuatro años de edad. Ahora, a los 59 y con solo dos meses en el cargo, defendió en el mismo escenario uruguayo una posición de principios en política internacional muy parecida a la que sentó entonces precedentes en su nación, y que hoy rescata el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Consagrado en una de las constituciones más antiguas de América (data de 1917), el respeto a la independencia y soberanía de los pueblos, la no injerencia, no intervención y solución pacífica de las divergencias, es un mandato de fuerza mayor por encima de gobiernos, gobernantes y gobernados, que Ebrard dejó claro en Montevideo.
México no se suma al Grupo de Contacto Internacional sobre Venezuela para elecciones porque no participará en algo que determine el proceso electoral de otra nación, y desnudó así, sin provocar ni polemizar, las verdaderas intenciones de poco más de una veintena de naciones que inflan a todo resuello una atmósfera artificial en la patria de Bolívar magnificada mediáticamente.
El canciller de México insistió en lo que López Obrador dijo durante la visita del español Pedro Sánchez a este país para incitarlo a abandonar su defensa al diálogo sin condiciones que acaba de tomar forma en Uruguay como Mecanismo de Montevideo: ‘de ahí no nos movemos’.
‘Acompañamos lo que tiene que ver con que haya comunicación y diálogo entre las partes y que haya una salida pacífica y democrática que excluya el uso de la fuerza, pero no podemos participar en algo que implique que nosotros determinemos el proceso político electoral’, sostuvo Ebrard en una rueda de prensa al finalizar la reunión con los europeos en Montevideo.
En realidad fueron dos las reuniones en la capital oriental. La primera la de los cancilleres de México y Uruguay a la que se unieron representantes de la Comunidad del Caribe de la cual surgió la propuesta del Mecanismo de Montevideo con sus cuatro fases de ejecución si las partes venezolanas aceptan el diálogo.
La segunda, la del grupo auspiciado por España y dos o tres gobiernos vecinos más, y pujada desde la Casa Blanca para tratar -como hace 55 años con Cuba- de aislar al gobierno de Nicolás Maduro, debilitarlo, amedrentarlo, desmontarlo, y crear las condiciones para legalizar el golpe de Estado en curso con peones recientes y menos desgastados que los líderes de una oposición desbancada, desacreditada y desunida.
Recurrir a algunos países de la Unión Europea para tan triste papel reveló la precariedad de los planes de Estados Unidos, la OEA y el Grupo de Lima que, por sí solos no pueden lograr sus propósitos, y que la unidad bolivariana es mucho más sólida de lo que piensan los gobernantes de la Casa Blanca y sus órganos de inteligencia.
Demuestra también que Venezuela no está sola en el continente, que hay muchos acompañantes fieles a las ideas bolivarianas como lo demuestra el magnífico ejemplo de la comunidad caribeña, y que cuando se cree en principios como los defendidos por México en Uruguay, la impunidad se dificulta, y eso no es una verdad de Perogrullo.
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