Acaricia las cuerdas como si fuera lo más preciado. Las descubre por dentro, y al tocarlas saca de ellas su encanto, ese que enamora a no pocas personas que la escuchan. Recorre cada rincón de su casa y, a cada paso, lo transporta el sonido peculiar de un instrumento que llegó a su vida para quedarse.
Su pensamiento no se desprende de los acordes, pues han sido precisamente esos quienes lo han acompañado en momentos turbios y de alegría. Tanto es así que nunca han faltado las descargas con amigos y en presentaciones culturales.
Y es que la mandolina —ese instrumento lírico que transita entre penumbras en nuestro país— atrapó el corazón del yaguajayense Pedro Navarro Ramos, y lo estremece cada vez que sus manos se camuflan en su cuerpo. Este hombre siente el eco de su voz a través de las melodías que desprende al rozarla.
“Tenía unos 12 o 13 años cuando me encontré con la mandolina. Mi tío tenía una y todos los días para ir a trabajar la dejaba colgada en la pared de la casa. Entonces yo aprovechaba y la cogía para aprender. Así, poco a poco, fui conociendo el instrumento hasta que lo dominé por completo.
“Desde entonces jamás la he abandonado. Con ella participé en diferentes festivales de aficionados desde que trabajaba como asesor legal de la Policía en la antigua provincia de Las Villas. Hoy también me acompaña y a mis 82 años va conmigo a todos los eventos que me invitan”, confiesa Navarro Ramos.
Pero Pedrito como todos le llaman en la zona, solo recuerda que tiene ocho décadas de existencia cuando su encanecida cabeza u otras señales del tiempo tocan su pensamiento. De no ser por esto y los achaques habituales de la edad, ni siquiera hablaría de años, porque su mirada nunca ha estado tan feliz como cuando conoció a su otra novia, ese aparato musical que le arranca lo mejor de sus entrañas.
Tampoco se engañó. Aun cuando no tuvo formación académica en cuestiones musicales, el octogenario insistió en repasar los vericuetos de un instrumento poco conocido en la isla. De esta forma entendió que se trataba de un elemento de cuatro cuerdas dobles afinadas como el violín, las cuales se pulsan con una púa o plectro, además de los dedos.
“La mandolina —explica— es italiana de origen y tan vieja como el violín. Es un aparato lírico que canta una melodía, su función es acompañante; es tan peculiar que en Cuba no he visto a nadie que la toque”.
De ahí que su experiencia con ella le haya abierto las puertas para participar en disímiles eventos político-culturales que se realizan en el territorio.
«En estos encuentros he interpretado temas patrióticos como La Bayamesa, El Mambí, Siboney, La Bella Cubana, La Comparsa y Damisela encantadora, entre otras. Tenemos un amplio repertorio en el que la mandolina luce su mejor traje”, refiere el músico.
Sin embargo, más allá de este recurso, Pedrito aprendió a tocar el tres, el laúd y la guitarra, pero se enamoró de la mandolina. “Tiene una sonoridad tan brillante y distinta —destaca— que podemos oír varios instrumentos, pero cuando ella suena sobresale entre los demás. Por eso me acerqué tanto a su mundo”.
Navarro es de las pocas personas —o la única— que manejan este instrumento en la región. Tras el paso del huracán Irma por el norte espirituano, Pancho Amat llegó hasta Yaguajay y tuvo la posibilidad de escuchar a Pedrito. “Fuimos hasta el Complejo Histórico Comandante Camilo Cienfuegos, y allí estuvimos tocando desde las dos y hasta las cuatro y media de la tarde. Pancho me escuchó, y dijo: ‘Eres el primer mandolinista que he visto y he escuchado en Cuba. Eres un privilegiado por tocarla’.
“Ya cuando se iba en un verso expresó: ‘Yo toco muy bien el son y mi música camina, pero esa mandolina no tiene comparación’”, cuenta el longevo. Esas palabras las guarda en su mente hasta hoy. A partir de ahí continuó construyendo ídolos y encantos con su música.
“Para mí la mandolina es como si fuera mi compañera. Donde yo esté, tiene que estar ella; porque desde que la oí y la aprendí a tocar es como si fuera mi amor musical, ni novia de toda la vida”, comentó emocionado.
Por eso, Pedro Navarro Ramos no renuncia a tener la mandolina entre sus brazos, porque solo ella le hace olvidar los achaques. Al tocarla, sus ojos despiden un brillo que solo la pasión puede provocar. Su pensamiento siempre está con ella y sus manos se deslizan por su cuerpo para arrancarle los mejores acordes a un instrumento capaz de ablandar hasta las piedras y el corazón de todo el que lo escucha.
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