“El tractor me pasó completamente por arriba de las piernas; casi me vi sin ellas. Se habló de la posibilidad de amputármelas, pero los médicos guapearon, me operaron, y gracias a la Medicina y a mi rehabilitador, a los cinco meses yo estaba dando pasos”.
Esnayde Alberto Abreu da fe de su vuelta a la vida. Después de aquel accidente en Banao, unas manos se le han hecho necesarias y se atreve a jurar que tienen el poder de la sanación.
Habla del máster en Medicina Bioenergética, Rolando Perna García, rehabilitador comunitario con casi 15 años de andares por comunidades ubicadas en zonas montañosas y de difícil acceso de Sancti Spíritus.
¿Hay en Perna una especie de unción a vivir en la piel del otro?
Es imposible no hacerlo porque dejaría de ser yo. Comencé a trabajar como fisioterapeuta en 2005 en Yaguajay, municipio iniciador del Programa Integral de Rehabilitación Física en la provincia. Desde entonces son muchas las personas que se me acercan y me dicen: “Mire, Perna, todavía me siento bien del tratamiento que me hizo. Me refiero a pacientes que sufrieron accidentes cerebrovasculares, de tránsito, traumas.
Una de las primeras enfermas que atendí fue una niña en Iguará, con una parálisis cerebral infantil. Tuvimos año y medio rehabilitándola hasta lograr que caminara. Ya tiene más de 15 años.
A varias zonas de difícil acceso de la provincia, usted ha llegado como un sol humano, con la energía de los ángeles de la Medicina, afirman algunos pobladores de la serranía.
Para llegar a una sala de video o a la casa de un campesino enfermo, he caminado hasta 12 y 13 kilómetros a pie. Todo eso con el mayor amor del mundo. He trabajado en Venegas, Iguará. Hace algunos años atiendo toda el área de Banao. Tengo pacientes, por ejemplo, en La Herradura, y para llegar hasta allá, si navego con suerte, cojo la guagua hasta Pojabo, a partir de ahí camino unos 5 o 6 kilómetros. Si hay pacientes que no pueden ir a la sala de video por su discapacidad, entonces voy a sus casas, y luego, cuando no hay en qué regresar, bajo a pie.
La mayoría de las veces se te olvida el cansancio, cuando ves al paciente recuperado. En La Herradura me ha pasado eso con Guillermo Tejeda Valdivia, que sufrió un accidente cerebrovascular, con Rosendo Armas, José Luis Díaz…
¿Con recursos mínimos y
equipamiento rústico es posible lograr el milagro de la rehabilitación?
Cuando usted se echa una mochila al hombro y sale a aliviar a los pacientes,
tiene que poner el corazón y las manos por encima de todo para trabajar.
Generalmente en esa mochila llevo un equipo multipropósito que sirve para el
tratamiento de diferentes patologías. Llevo el llamado tabaco chino, las
ventosas, las semillitas para el tratamiento de la auriculoterapia. Los masajes
y otros procederes, los realizo nada más con las manos.
Realmente, las salas de rehabilitación se crearon para aliviar a los pacientes que no tenían posibilidades de ir a otras salas de alta tecnología y algunas sobreviven con ayuda de los Consejos Populares. Esta, donde trabajo, ubicada en el policlínico de Banao, existe gracias a la cooperación de los pacientes y a las ideas que a uno se le ocurren. La escalera digital que ayuda al movimiento de los miembros superiores de los enfermos, los rodillos, las figuras llamativas para los niños atendidos aquí, todo eso lo han traído los pacientes.
Cuando en 2009 la Misión Doctor José Gregorio Hernández se consolidaba en Venezuela, gracias al convenio bilateral de Cuba con esa hermana nación, el rehabilitador Rolando Perna García llegaba hasta las zonas de extrema pobreza. ¿Cuántos venezolanos con algún tipo de discapacidad dieron un giro a sus vidas?
Unos cuantos. Trabajamos en el estado de Aragua, en Maracay, específicamente en San Sebastián de los Reyes. Todavía algunos se comunican con nosotros y hasta preguntan cuándo vamos a volver. Allí visitábamos a los pacientes con discapacidad que vivían en lugares extremadamente pobres, y logramos reincorporarlos a la vida diaria.
Era muy común ver jóvenes de 14 y 15 años con fractura de cráneo, en los miembros inferiores y superiores, fracturas medulares; en su mayoría habían sufrido traumas severos por disparos y accidentes de motos. Recuerdo uno a quien le habían dado un tiro y tenía alojada la bala entre la séptima y la octava vértebras dorsales. Estaba postrado, cuando regresamos para Cuba ya caminaba.
En Venezuela hubo un remedio único para los escépticos, ¿cuál fue?
Tratar a la gente como seres humanos. Recuerdo a Ramón, un opositor al gobierno de Chávez; él no confiaba en la Medicina cubana. Tenía afectado el sistema nervioso central debido a los daños provocados por la Chikungunya y la enfermedad de Guillain-Barré. Lo trataron en las clínicas particulares, y luego de cobrarle hasta el último céntimo, le dijeron que era imposible rehabilitarlo y lo mandaron para la casa a vegetar.
Días después conversaron conmigo. Fueron jornadas de mucho trabajo, pero logré que caminara nuevamente. Cuando salimos de Venezuela, ya el hombre estaba manejando su carro. Un día conversando conmigo me dijo: “Yo no confiaba en ustedes, me habían dicho que los cubanos no sabían nada de Medicina y, sin embargo, usted me ha puesto a caminar. Usted para mí es un Dios. Le dije: no, aquí los dioses son la Revolución cubana y bolivariana que me han puesto ante usted para salvarlo.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.