Gualberto Crespo Cala no puede ver con sus ojos, lo hace con el alma, con su ímpetu batallador. Excelente orador como es, las palabras le brotan y narra la historia de su vida, sus días en las escuelas rurales de Melones Tres en Jatibonico. Alcanza a recordar aquellas letras grandes de los libros de tercer grado, hasta que la retinosis pigmentaria le fue arrancando día a día la luz de su mirada, pero nunca los deseos de seguir y lograr metas, a veces inimaginables.
La suerte o los azares de la vida lo llevaron en 1979 hasta la capital del país para asistir a la única escuela para invidentes y débiles visuales en aquellos años. Allí comenzaría a crecer su enorme sed de conocimientos, su entusiasmo por la historia de Cuba, por las letras; sería la génesis de su vocación por la justicia. El sistema braille lo llevó no solo a las materias de los primeros niveles escolares, sino que lo situaría también en escenas clásicas de la literatura cubana y universal. Se hizo un joven recto, de esos a los que nunca les ha hecho falta el reloj para llegar primero.
Luego vendrían los tiempos como bachiller en el otrora Instituto Preuniversitario Vladislav Volkov de Sancti Spíritus, nuevos retos, amistades, alegrías…
Mientras trascurre el diálogo, hilvana gestos y expresiones con su discurso. No está nervioso, pero el recuerdo nubla sus pupilas. Enumera sus profesores, no quiere que mencione nombres, fueron muchos los que abrieron las puertas de sus casas, fines de semana enteros, para que Gualberto sistematizara conocimientos. A nadie tomaría por sorpresa que el joven ocupara el segundo escalafón al culminar sus estudios preuniversitarios. Su voz se hace grande cuando habla de las pruebas de ingreso. La carrera anhelada dejaba de ser un sueño para el guajiro de Melones. Por unos segundos se entrecortan sus palabras.
Crespo Cala se convirtió tiempo después en el primer invidente graduado de la Licenciatura en Derecho por la Universidad Central Martha Abreu de Las Villas. Para contarlo, vuelve a tomar un respiro, frunce el ceño y resume anécdotas que son su propia vida. En las primeras conferencias apenas pudo tomar unas cuantas notas; dice que fue como una alerta, tuvo que combinar destreza y corazón para volver a estar, otra vez, entre los mejores de la clase. A la hora de la graduación, hacía historia.
Él no olvida los tiempos en los que viajó a Santa Clara prácticamente en la puerta del tren. No olvida a sus amigos de la Universidad, esos que fueron sus ojos a todas partes; tampoco los siete años en los cuales trabajó como asesor jurídico.
El presidente de la Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales en Sancti Spíritus agradece a su país. Levanta su mirada y ahora sonríe. No puede ver con sus ojos, lo hace con el alma.
Le admiro por su tesón e inteligencia. Como alumno universitario mostró un rendimiento académico igual o superior al resto de sus compañeros de estudios.