Una mujer sola, de la autoría del dramaturgo y actor italiano, Premio Nobel de Literatura en 1997, Darío Fo, fue llevada a las tablas por Teatro Paquelé, bajo la dirección de Pedro A. Venegas Lara. La escena la colmó la naturaleza avasalladora de la actriz Eliany Miranda Rodríguez al incorporar la pluralidad de una mujer autosometida, fenómeno recurrente en nuestra sociedad y blanco consecuente en el punto de mira de las contadas activistas femeninas yayaberas. Encarnar a esa mujer cosificada, sin amparo oficial, recelosa de la institucionalidad que la invisibiliza desde el conocido discurso de que “lo que no se conoce no sucede”, era una propuesta que no podía dilatarse, sobre todo cuando en Sancti Spíritus el movimiento feminista comienza a insertar su discurso emancipador en el entramado patriarcal, falocéntrico que nos articula.
El cosmos de esta mujer sin nombre va transitando a partir de su único canal de comunicación con el exterior: una ventana por la que puede solo alcanzar a ver a un voyerista y a una nueva vecina, devenida su alter ego. A ella confiesa, con visos tragicómicos, una cotidianidad que nos es cercana, apegada al apotegma del autor del texto original: la comedia es la forma de expresión más elevada que conozco. Su esposo, especie de carcelero/atormentador, que le ha transmitido el síndrome de Estocolmo y la victimiza, asume que su condición de proveedor universal exige a su esposa aceptar sumisamente el deleite de lo material en esa especie de Casa de muñecas que hace de ella una nueva Nora, sin instrumentos sicológicos para liberarse. El marido ausente asoma una y otra vez en el soliloquio donde van apareciendo los elementos de resistencia simbólica, armas de las que esa mujer en soledad se apropia para sus pequeñas venganzas: infidelidades, simulaciones, adicciones, permisibilidad a las caricias libidinosas del cuñado, la confesión al otro, mancillar al verdugo y asumir la domesticidad como refugio; transitan por una escena que arranca risas amargas a los que tienen la suerte de presenciar la obra.
La actriz nos convoca a la reflexión, invita a modificar la estrategia de lucha por la liberación de la mujer objeto. Su personalización, que coquetea con la caricatura, encuentra en instantes de supuesta hilaridad un refugio a la impotencia, la consternación de un espectador que siente al alcance de la mano una de las mayores tragedias de nuestra sociedad: la antesala del feminicidio. La brillante selección musical, diseño de vestuario, maquillaje —fuerte símbolo de liberación hábilmente explotado por la actriz— y la austeridad de elementos escenográficos permiten que la dirección de actores se multiplique.
La escena es el vehículo desde donde se sostiene la polisemia gestual de Eliany, para que se despliegue ante nuestros ojos el atavismo al que hemos asistido durante décadas, sin comprender la desventura de tantas mujeres en soledad.
Incomoda, quizá, alguna que otra contextualización temporal o espacial que nada aporta a un fenómeno global; pero son detalles que para nada perturban este discurso necesario que llegó a Sancti Spíritus con Una mujer sola para comenzar a eludir, a sacudirnos, como apuntara la intelectual Elvia Rosa Castro, “del hechizo aldeano” que se obstina en habitar el universo individual de muchos pobladores de nuestra villa.
Cuando caen las cortinas, la sala se abandona con la seguridad de que tenemos una deuda con la mujer, y la impotencia de no saber cómo saldarla.
- Director Provincial UNEAC
Me hubiese gustado acudir a la puesta en escena d esta obra y disfrutar del deleite q es observar a esta gran actriz q m transmitió mucho mediante este personaje q llegó a mi mediante un pequeño fragmento q vi en las redes sociales (Facebook) . Muchas felicidades para la actriz y el grupo de teatro .⁰
Gracias, tuve la oportunidad y el privilegio de ver a mi hija Eliany a actuar y como llego al público su mensaje,la puesta lleva a la reflexión y puede que existan mujeres que sufran estás consecuencias,gracias mi hija y gracias y a Marcos Antonio por abordar temas tan recurrentes como este.