Su rostro apenas se despoja de la niñez y ya recibe las crudas marcas del tabaquismo. Arrugas caprichosas y unas manchas en los dedos que se camuflan en la piel despuntan en medio del fresco semblante. Sin embargo, estas incipientes señales no les bastan a los más jóvenes para desprenderse del cigarrillo. Entre sus dedos lo acarician durante minutos, y entre palabra y palabra sueltan una bocanada de humo que invade los espacios.
En el grupo todos resultan coetáneos, muchos tienen en común la peor de las compañías: el tabaco. Lo probaron por primera vez como un juego en medio de una fiesta, y más tarde se convirtió en un hábito. Ahora, en cada parranda que acontece lo exhiben, pues fumar significa para ellos “fuerza de carácter”, “definida personalidad” y “decisión propia”.
Triste esta analogía a la que se aferran los muchachos cuya ingenuidad les impide comprender cómo el tabaco incide sobre su salud. Si bien es cierto que la adolescencia representa un período de cambios que prepara al individuo para recibir nuevas etapas que le permitan alcanzar su propia identidad y el desarrollo de proyectos de vida satisfactorios, este camino no puede estar permeado por malos hábitos.
Según evidencian algunos estudios, si las tendencias actuales continúan su curso la adicción matará a 180 millones de personas hasta el 2030. Por su parte, la encuesta mundial de tabaquismo en jóvenes reveló que el número de adolescentes de 13 a 15 años que consume tabaco supera en muchos países el 20 por ciento. En Sancti Spíritus, por ejemplo, en comparación con el año 2018 ya se muestra un aumento en la adicción tabáquica, pues el número de fumadores mayores de 15 años representa el 19.1 por ciento, de acuerdo con especialistas de la Dirección Provincial de Salud.
Este disparo, ¿a qué se debe? Los psicólogos refieren entre las principales causas: la necesidad de experimentar cosas nuevas, la imitación entre los contemporáneos, o de figuras representativas para los jóvenes dentro de la música, el cine u otra manifestación.
Tales escenarios urge revertirlos si de preservar la salud de las nuevas generaciones se trata. Y es que el hábito de fumar —alegan los estomatólogos— está asociado a una variedad de cambios perjudiciales en la cavidad bucal que afecta a todos sus elementos: altera su microambiente y, a su vez, predispone para que se presenten afecciones como lesiones premalignas, cáncer bucal, estomatitis nicotínica, melanoma del fumador, cicatrización retardada de las heridas, halitosis y periodontopatías.
A dichas patologías se suman el cáncer de pulmón, laringe, boca, esófago, garganta, vejiga, riñón, hígado, estómago, páncreas, colorrectal, y cérvico-uterino, entre otros, según confirman especialistas en medicina general integral.
Para prevenir el hábito, Educación y Salud en la provincia despliegan estrategias entre las que sobresalen las escuelas de educación familiar, espacios en los que se dialoga sobre esta adicción y sus consecuencias. En los intercambios se orienta a los padres cómo sobrellevar dicha práctica para que los jóvenes no adopten esa conducta por rebeldía.
Se habla además sobre los efectos físicos que desata el consumo del tabaco, entre los que aparece el cambio de coloración del cabello, los labios, y las encías; aspectos que influyen en la imagen de los jóvenes.
Sin embargo, en el camino de evitar el hábito de fumar resultan insuficientes las acciones. No basta con impulsar los mensajes educativos si el cambio no parte de los propios adolescentes. Son ellos quienes deben sopesar efectos dañinos y beneficios. Solo así quienes lo consumen de forma esporádica y los que lo convierten en rutina lo podrán apartar para siempre.
Es aconsejable, por tanto, fortalecer el vínculo entre la familia y la escuela, entes que desde su posición llegan de diferentes maneras a nuestros jóvenes. Ellos deben entender que aun cuando el cigarro se siga comercializando —a pesar de que al dorso de sus cajetillas anuncie que fumar daña su salud—, apostar por este hábito no es nada aconsejable.
Recordemos que el rostro de la juventud depende de las conductas que asuma y preservarlo implica alejar las malas costumbres. Así, los muchachos no tendrán que esconder las atropelladas arrugas, lamentarse de las manchas en los dedos ni tampoco sufrir por no haber dejado escurrir el hábito entre las propias cenizas.
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