Por: Yailín Orta Rivera
Este Héroe tiene un acento especial, diferente, por ello se ha ganado el sobrenombre afectuoso de Gallego Fernández. Sus palabras, pausadas y enfáticas, tienen una sonoridad que muchos confunden con el de los nacidos en Galicia, pero él cuidadosamente precisa: «Mis padres, de quienes siempre me sentí orgulloso, eran asturianos. Mamá del propio Oviedo y papá de Morcín, un pequeño pueblo cercano a Oviedo».
Él, en cambio, es oriundo de Santiago de Cuba. «Siendo un niño, papá compró una finca y nos mudamos para las cercanías de un pueblecito llamado Hongolosongo, en lo que era el término municipal de El Cobre. Ahora pertenece al municipio de Santiago de Cuba, en el límite con Palma Soriano».
Este hombre consagrado a la Revolución Cubana narró otros pasajes cálidos y entrañables de su vida, desde los que moldearon su personalidad hasta los que forman parte de las esencias de la obra colectiva.
«La formación de mis padres fue algo fundamental. Ellos fueron muy celosos con los valores y con los ambientes sanos. El hogar fue decisivo en mi vida, porque me inculcaron el sentido de la igualdad, de la justicia, de la honestidad…, patrones a los que he tratado de ser fiel a lo largo de toda mi existencia.
«Estudié la primaria en la Escuela pública de Hongolosongo y luego en el colegio de los Hermanos La Salle y en el Instituto de Santiago de Cuba. Ya de joven cursé la carrera militar. Desde pequeño me gustó mucho la vida militar. Me atraían la disciplina, el orden y las posibilidades que representaba.
«Cursé estudios en distintas instituciones militares:en la de Cadetes y de Artillería de Cuba, y después me gradué en la Escuela de Artillería del Ejército de los Estados Unidos, en la década del 50 del pasado siglo. Pero el mérito no es ser militar de academia, sino haberme dedicado a mi pueblo».
El 4 de abril de 1956, José Ramón Fernández participó en una conspiración militar contra los golpistas del 10 de marzo, que habían violado el orden constitucional e instaurado la corrupción y el latrocinio. «Los jóvenes del ejército no admiraban a Batista, por ello no era difícil crear un movimiento en su contra. No obstante, había que cuidar nuestras vidas. Aquel hecho lo llamaron la Conspiración de los puros. De hecho, el propio Batista, una vez que huye de Cuba, hizo referencia en su primer libro a nosotros. Por este hecho fui a presidio por tres años».
El Héroe de la República de Cuba compartió que «la deuda que pude tener por pertenecer a un ejército como ese, la saldé con la postura inclaudicable que he mantenido en mi vida. Mi celda, por ejemplo, no tenía candado, sino que era atornillada. Allí me mantuvieron durante un mes desnudo y descalzo. Eso provocó una denuncia contra el director del penal, y un magistrado del Tribunal Supremo lo enjuició y lo obligó a tener que presentarse en una unidad de la policía. Ahí en prisión conocí a Armando Hart y a otros combatientes del Movimiento 26 de Julio.
«El 24 de diciembre de 1958, supimos que el Ejército Rebelde había tomado puestos militares. Desde horas de la madrugada del 1ro. de enero se fue haciendo evidente que algo extraordinario estaba sucediendo en la capital. En un pequeño radio de transistores, que clandestinamente teníamos en la circular y que era manipulado, operado y escondido de modo muy meticuloso, se comenzaron a escuchar noticias extrañas y en las primeras horas de la mañana se anunció, por esos medios, que el general Eulogio Cantillo daría una conferencia de prensa en la Ciudad Militar de Columbia.
«En medio de esas circunstancias salí de prisión. También lo hicieron un grupo de oficiales presos, Hart y otros dirigentes del Movimiento 26 de Julio. El compañero Hart fue en ese momento representante del Movimiento en la Isla de la Juventud y su jefe civil. En tanto, yo estaba al frente de lo militar. Creo que la primera arenga revolucionaria que recibió el pueblo de Isla de Pinos, mediante la radio local, fue la mía».
Fernández también tuvo a su cargo la detención del militar Eulogio Cantillo, quien se desempeñaba como Jefe del Estado Mayor Conjunto durante la tiranía, y cuando Batista huyó hacia República Dominicana, consciente de su derrota, Cantillo representaba la máxima autoridad de ese régimen en Cuba.
«Había oído a Fidel y la denuncia de la traición de Cantillo (quien hizo todo lo contrario a lo acordado en el diálogo del 28 de diciembre de 1958 con el Comandante en Jefe), y creí que Cantillo en libertad representaba algún grado de peligro, por lo que le dije a los compañeros que iba para su casa a detenerlo.
Fui solo. Pregunté por él y dos de los ayudantes quisieron saber qué iba a hacer. Les di la merecida respuesta por la traición que ellos habían cometido. Lo saqué directamente de la residencia y lo trasladé a los calabozos de Columbia».
José Ramón Fernández sostiene con sabiduría que lo más importante que puede tener un jefe es la moral que emanan de la justicia y de la razón. También confiesa que conocer a Fidel cambió su vida: «Fue un antes y un después. Fidel es un jefe magistral, elocuente y previsor, que veía lo que nosotros no podíamos ver».
Lo conoció personalmente el 12 de enero de 1959. Ese día Fidel se reunió en el antiguo Estado Mayor de Columbia -hoy Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona- con un grupo de los 18 o 20 militares más connotados que habían estado presos. «Nos explicó los proyectos de la Revolución. Al terminar, nos pidió incorporarnos al Ejército Rebelde. Al único que asignó un mando fue a mí, los demás todos fueron como asesores».
Fidel le planteó asumir la dirección de la Escuela de Cadetes. «Prudentemente no le dije nada. Cuando se acabó la reunión le pedí hablar con él. Recuerdo que me llevó para un saloncito aledaño. Me preguntó qué quería. Le contesté que realmente no sentía que hubiera hecho nada por la Revolución, aunque no tenía nada en contra del proceso, al contrario. También le manifesté que no tenía interés en volver al Ejército, al cual había que transformar desde sus raíces. Además, ya tenía trabajo como administrador de un central.
Seguí argumentando…Fidel comenzó a dar pasos dentro de aquel pequeño salón. De repente se detuvo, me puso la mano en el hombro y expresó: “Creo que tienes razón, tú te vas para el central, yo me voy a escribir un libro sobre la Sierra Maestra, y la Revolución que se vaya al carajo”. Ese mismo día, en horas de la tarde, tomé posesión como director de la Escuela de Cadetes del Ejército Rebelde.
«Luego fui a Girón, no solo porque iba a defender una causa justa y a enfrentarme a un enemigo poderoso, que significaba un gran peligro para la Revolución, sino también porque, en mi caso particular, me ofrecía la oportunidad de mostrar mi lealtad a la Revolución y a la confianza que en mí se había depositado.
«Girón significó participar con mis propias manos en la defensa de la Revolución y del Socialismo. Entonces reforcé mi convicción de que mi destino se había fundido para siempre al de este pueblo heroico».
Al hablar de Raúl, el Gallego Fernández expresa el valor que para él entraña la amistad, el respeto y la subordinación tanto al Comandante en Jefe como al General de Ejército, a quienes considera que les debe la oportunidad que significó en su vida entregarse a su pueblo.
Su esposa, la combatiente revolucionaria Asela de los Santos, entrevistada para la ocasión por la Mesa Redonda, fue categórica cuando lo definió como un hombre maravilloso, excepcional, un premio para ella.
«Una de las cualidades más grandes que tiene es su fidelidad… Es un hombre muy estricto. Se exige primero para después exigirle a los demás, y eso le da mucha fuerza moral a las personas que dirigen». Igualmente se detuvo, con su espíritu tierno e inteligencia justa, en los principios y en los valores apegados a la ética que siempre ha defendido su compañero.
Desde el sacrificio y la modestia, la dicha y la honra, el general de división de la reserva y asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros,José Ramón Fernández, aseguró que mientras haya vida estará en función de la Revolución. Y así obró.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.