Me atrevo a asegurar que en el ajiaco de apremios y sinsabores que depara la vida diaria al ciudadano común ninguno preocupa más que la comida, porque desayunar y llevar alimentos al plato dos veces al día sigue siendo el desafío mayor de la familia espirituana, no solo a la hora de encontrar el producto, tolerar colas y maltrato, sino también por los elevados precios que no siempre tienen como respaldo la calidad.
Hay que estar en un punto de venta de leche a las siete de la mañana para escuchar a una maestra preguntarse en voz alta qué le da a su niña de desayuno los días que no le toca el yogur de soya; hay que sufrir el solazo de un mediodía en las afuera del mercado La Casiguaya, haciendo una inmensa cola para comprar un paquete de galletas duras e insípidas —pero que sigue costando 20 pesos— y no alcanzar, mientras los acaparadores se las ingenian para adquirir tres, cinco, seis…
Hay que sentir en el bolsillo propio el robo en la pesa, como le ocurrió días atrás a un colega de Escambray cuando le tumbaron en una placita de Acopio —comprobación mediante— 2 libras en una compra de plátano burro y calabaza; hay que soportar la desprotección al consumidor en la feria dominical de Sancti Spíritus cuando te piden 5 pesos por una libra de malanga del tamaño de un limón; había que ver el desconsuelo de Zayas —trabajador de Educación— indagando en ese mismo lugar por la pesa de comprobación, “porque —decía— en vez de 5 libras de guayaba me parece que compré algodón”.
Para ejemplos de este tipo no alcanza una edición completa del semanario Escambray; si alguien piensa que exagero, acuda —no deje que se lo cuenten— a cualquier establecimiento o punto de venta de alimentos y entenderá mejor el generalizado malestar de los espirituanos con la intermitente oferta alimentaria, o con esa incongruencia pública de que los mejores productos agrícolas están en las carretillas o puntos particulares, en vez de en los mercados de Acopio, que es la red del Estado.
Miremos entonces el surco de la Agricultura, porque de ahí debe salir casi toda la comida y es verdad que sobre el sector recae el mayor compromiso alimentario —en otros tiempos otras ramas lo compartían más—, pero me pregunto: ¿acaso no es esa la encomienda de la tierra? ¿Qué otra misión puede tener todo propietario de suelo que no sea producir para el pueblo? ¿No es para ese fin que existe el Sistema de la Agricultura?
Aclarada esa verdad de Perogrullo, lo mejor sería meterse campo adentro y evaluar, por ejemplo, la efectividad productiva de los 20 248 000 litros de diésel consumidos por esa rama el pasado año, porque no dudo que tamaña partida de combustible hubiese arrojado más eficiencia y producción. O llegar al pie de los productores para conocer, de primera mano, por qué no concuerda la potencialidad del área con la entrega real de comida; también para oír y atender los criterios de ese cosechero que es, en definitiva, quien decide en esta cadena.
Varias veces se ha dicho en estas páginas que Sancti Spíritus es una provincia productora de alimentos y los números caminan en esa dirección, tanto que en los dos últimos años el territorio rebasa, como producción total, el medio millón de toneladas de productos. Sobresale también por asumir los compromisos del encargo estatal, díganse programa de sustitución de importaciones, abastecimiento al Turismo, consumo social y la oferta al pueblo.
Sin embargo, la amplitud y diversidad productiva está lejos de cubrir la demanda popular, propósito visto ahora desde el prisma del autoabastecimiento territorial, un programa atinado si se cumplen sus principios de organizar mejor los procesos del surco y la distribución sobre la base de asegurar en cada territorio las necesidades de comida o planificar el traslado cuando exista el déficit.
Nada revela más coherencia en estos tiempos que ese anhelo de país, porque se trata de garantizar una oferta en la red estatal cuya eficacia desborda el medidor de las 30 libras per cápita al mes; pero el verdadero quid del asunto está en la regularidad del surtido, la calidad y el precio del producto según lo estipulado.
El propio Ministro de la Agricultura ha reiterado en Sancti Spíritus que el pueblo “no come estadísticas y la oferta tiene que ser real”, valiosa alerta en virtud de evitar la distorsión del programa o caer en el conformismo por las cifras. ¿Tendría validez el autoabastecimiento concentrando las entregas en determinados momentos del mes, como ya ha sucedido? ¿Hasta qué punto puede creerse en un per cápita que ignora los días y días que pasan de vacaciones las tarimas estatales en Sancti Spíritus, fenómeno poco común en la red particular o en la Plaza del Mercado?
Sabemos que todo parte de que la producción no alcanza y, como expresó el Primer Vicepresidente cubano durante la visita gubernamental a la provincia en enero pasado: “El regulador de precio más efectivo que tenemos es producir más para tener suficiente abastecimiento al pueblo”.
Pero con los actuales niveles productivos que logra el territorio el peliagudo asunto de la comida agrícola pudiera estar mejor. Sucede que Sancti Spíritus está en deuda con esa orientación que le dejó Salvador Valdés Mesa: “La mayor reserva para que la Agricultura pueda cumplir su encargo estatal es controlar todo lo que se produce, el destino e influir en los precios”.
Basta mirar para la torcida comercialización y se entenderá entonces cuánto control falta sobre la comida real que se produce.
El mejor ejemplo de que en el territorio hay un apreciable nivel de producción que no va al destino estatal lo tenemos en la feria dominical de Sancti Spíritus. Incluso, en el reciente balance anual de los cultivos varios se esgrimió un planteamiento muy elocuente, referido a la manifiesta tendencia de prepararse para esa feria del fin de semana y no para tener ofertas diarias en los mercados y placitas.
Claro que la Agricultura no está cruzada de brazos y a pie de surco hay mucha gente embarrándose de tierra, haciendo contrataciones realistas a partir de la potencialidad de la finca, porque por ahí aparece uno de los nudos flojos de la soga. Mas, el rigor puesto esta vez a ese proceso y el hecho de que rece en un papel más producción no es sinónimo de guerra ganada.
Apremia enterrar el conformismo por cumplir la cifra puesta en un plan, mientras el pueblo espera más alimentos. Bastaría el ejemplo de que el pasado año, según datos oficiales de la Agricultura, a través de toda la red se comercializaron con destino a la población 255 669 toneladas de productos, de ellas 96 507 fueron de viandas, 145 885 de hortalizas, 2 711 de frutas y 10 564 de granos. ¿A dónde fue a parar la otra mitad de la producción de cultivos varios que rebasó las 540 000 toneladas, de acuerdo con las estadísticas del sector? ¿Acaso el Turismo, el consumo social y la crianza de cerdos demandan más comida que los 460 000 espirituanos?
Claro que en los polos productivos tiene la provincia un camino más despejado para subir la producción y que no salga del destino estatal. Lugares como Chorrera, en La Sierpe, y Yagüey Abajo, en Yaguajay, son ahora mismo almacenes de comida a cielo abierto. Pero, ¿cómo entender, por ejemplo, que en La Sierpe ha habido momentos de alta producción de frutabomba o guayaba, hay demanda de esos renglones en la capital provincial, y se termina enviando esa producción a provincias vecinas? ¡Qué triste es oír que en los campos se quedan productos, mientras en otros lugares falta!
Me remito a una de las ideas expresadas en el Balance Anual del Ministerio de la Agricultura por el Presidente Miguel Díaz-Canel. A los directivos de la Agricultura, dijo, les tiene que doler cuando una cosecha se está perdiendo, cuando un producto que le podíamos haber dado a nuestro pueblo no le llega o cuando no se hacen las cosas bien.
No es cuestión de carencia de trabajo o conocimientos, que falte el sudor al pie del surco; se trata de mirar más para la tarima y menos para los números, porque es allí, y no en papeles, donde debe situarse el medidor más realista de la campiña; es el espacio al que debe llegar el boniato limpio, donde una malanga chiquita no puede costar igual que la grande; es el lugar en que la Agricultura recibe la evaluación del pueblo.
Si la producción no se pone delante de la demanda, si se convive con los eternos problemas de la red comercial, si se sigue tolerando que los mejores productos casi siempre se oferten a través del particular, si el pago en tiempo no se vuelve ley y se corta el dañino desvío, si las hectáreas y toneladas no se expresan en las tarimas, llevar comida al plato seguirá siendo un gran rompecabezas.
«Sucede que Sancti Spíritus está en deuda con esa orientación que le dejó Salvador Valdés Mesa: “La mayor reserva para que la Agricultura pueda cumplir su encargo estatal es controlar todo lo que se produce, el destino e influir en los precios”.
Eso, y todo el trabajo, está fuerte. Todo es verdad. Y las autoridades ¿Lo leyeron o no? ¿Qué van a hacer luego de estas realidades dichas a la cara? ¿Para qué les resulta útil nuestra prensa? Me pregunto, al menos yo, si la respetan y la honran, como pidió Martí que se hiciera. Y de paso estarían respetando al pueblo.
Mucha razon lleva,periodista,las cifras no se comen y poco ha de importar que se sobrecumplan los planes de cosecha si no veo el producto por ningun lado
Excelete comentario que suscribo punto por punto.
Excelente artículo, lo felicito por ser tan honesto. Periodistas como usted son los que el pueblo necesita.