Mucho, muchísimo tiempo tardará el Parque Nacional Caguanes (PNC) en volver a ser el mismo, pero casi un año y medio después de recibir el impacto tremendo del huracán Irma, todos sus ecosistemas dan claras señales de vida y restablecimiento; despacio, como la naturaleza manda, asoman el pico las grullas, reaparecen bandadas numerosas de garzas, se enamoran otra vez los flamencos y el bosque comienza a reverdecer costa adentro.
Con una extensión total de alrededor de 20 500 hectáreas, el PNC ocupa áreas terrestres de la llanura costera Corralillo-Yaguajay, espacios marinos y costaneros de la bahía de Buena Vista, incluidos los Cayos de Piedra, pertenecientes al Archipiélago Sabana-Camagüey. Escambray regresa a ese escenario de la mano de los especialistas del área para conocer pormenores y perspectivas de la recuperación.
LOS DESTINOS DEL MANGLAR
Como en pueblos y ciudades, aquí también la casa —el bosque, hogar insustituible de tantos animales— salió muy mal parada: “Los ecosistemas, sobre todo los forestales, que sustentan la mayor diversidad de fauna, se afectaron indistintamente entre el 50 y el 80 por cientos. Las formaciones vegetales más impactadas fueron los manglares”, detalla Armando Falcón, máster en Ciencias encargado de atender la flora en el parque.
En esos territorios —otrora representativos por su vitalidad y hermosura en toda Cuba y en el Caribe, con ejemplares de entre 12 y 16 metros—, se encontraban mixturadas las cuatro especies de mangle existentes en el país (patabán, yana, rojo y prieto), con predominio de este último, extendido en bosques maduros de excelente cobertura, pero con escasa regeneración natural.
“Estas formaciones vegetales habían recibido los efectos de una sequía extrema durante dos años que las debilitó. Luego, el impacto de este poderoso huracán. Los vientos fuertes provocaron la caída del 40 por ciento de los árboles y defoliación casi total en el mangle prieto, que perdió las hojas por donde expulsa las sales. Subió la marea y el agua salada lo inundó. Cuando el mar se retiró, entonces vino la inundación con agua dulce por las lluvias que siguieron, las raíces quedaron bajo agua, el mangle no podía respirar y vino la muerte por asfixia”, pormenoriza el especialista.
Pero, con el decurso, este ecosistema ha comenzado a responder por regeneración natural con evidencias de una sucesión, donde el mangle rojo ha empezado a desplazar el prieto, a recolonizar esas áreas y ocupar una mejor posición, con un cambio evidente en la composición del bosque.
“Para que los manglares vuelvan a ser los de antes tienen que pasar muchos años, nosotros no lo vamos a ver. Queremos traer semillas del rojo de la costa sur, que es más fácil de sembrar y se afecta menos con el traslado, para hacer pequeñas islas. Este es el que debe ocupar la primera línea de costa, se había afectado por la tala indiscriminada y queremos que recupere su lugar”, comenta Armando Falcón.
La segunda formación más importante en el PNC, los bosques semideciduos, que crecen sobre los suelos de roca caliza en los Cayos de Piedra, sufrieron menos los embates de Irma, que solo derribó entre un 10 y un 20 por cientos de ellos. Aunque tuvieron total pérdida del follaje, no padecieron las inundaciones por su ubicación más alta, en la actualidad ya se encuentran reverdecidos y con funcionamiento normal como ecosistema.
REGRESO DE LAS AVES
La Bahía de Buenavista, Reserva de la Biosfera y Sitio Ramsar desde el año 2000, con una profundidad de apenas entre 1 y 4 metros, se encontraba cubierta por grandes extensiones de pastos marinos, refugio de infinidad de especies. Los fuertes vientos y las corrientes de gran magnitud removieron esos fondos con grandes afectaciones para su pradera marina y hasta los días de hoy el agua permanece revuelta y turbia, imposibilitando incluso la evaluación de ese hábitat que padece una grave afectación.
Otro valor innegable del parque, sus aves, apenas soportaron el fenómeno atmosférico, pues se calcula que entre un 30 y un 40 por cientos de todas las poblaciones murieron, en particular las marino-costeras.
“Las más afectadas fueron los flamencos, cocos y garzas, que son de patas zancudas, muy vulnerables a los vientos. Pero ya se aprecia su recuperación, hemos observado las bandadas de flamencos y de garzas, muy exitosas en la reproducción. Como el bosque se encuentra más restablecido, las aves migratorias ya están volviendo”, precisa Neolia Pujol, especialista que atiende la fauna.
Mientras, la grulla cubana —subespecie endémica en peligro de extinción y uno de los tesoros del humedal que sobrevivía en la Ciénaga de la Guayabera— dejó de verse unos meses, pero ya se han aparecido en grupitos de hasta siete ejemplares.
“Adaptamos nuestros planes de manejo a esta contingencia porque cambió el escenario y los elaboramos en función de la recuperación, que es paulatina, lleva tiempo, pero vamos regresando a la normalidad”, valora la experta. Importante allí resulta la labor de educación ambiental, desplegada fundamentalmente en seis comunidades cercanas y en el núcleo urbano de Yaguajay: “Trabajamos con las escuelas, pero también con los decisores, adultos mayores, con toda la comunidad en fechas vinculadas con el medio ambiente —detalla Clotilde Fernández, especialista en este tema. Nos vinculamos mucho con la Emisora de Yaguajay, nos apoya en todo; realizamos campañas contra la pesca ilícita, contra el uso de los productos químicos en el arroz, los perros jíbaros. Aquí todos aportamos a la salud del parque”.
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