Cuando la mano se negó a frotar con compás el arco sobre las cuerdas del violín, a Rubén Sánchez el mundo se le vino encima. Tantos años de un matrimonio sin altas y bajas se iban a bolina en un abrir y cerrar de ojos.
“Cuando el doctor me dijo que era artrosis en los dedos y que no tenía cura, me dije: pues me corto la mano. Eso era mi vida”, refiere aún con nostalgia, pero resignado a que fue un mal pensamiento.
La unión entre ambos marcó tiempos de bonanza espiritual con raíces heredadas desde el siglo XIX, cuando en su terruño, Arroyo Blanco, se sucedían las parrandas, unas fiestas que no encontraban fin entre comidas, cantos, bailes y bebidas.
“Mi padre y mi abuelo, Esteban Sánchez, hermano del Mayor General, Serafín, eran muy fiesteros. Empezábamos en su casa, el 3 de agosto, día de su cumpleaños y luego seguíamos para la de nosotros. Se invitaba a parranderos de Sancti Spíritus. Nos pasábamos una semana tocando y comiendo puerco asado”, recuerda con una nitidez sorprendente casi en el umbral de sus 97 años.
Tales componentes del ADN impulsaron a Rubén Sánchez, junto a Carlos Jorge Pelegrín, a sumar a otros amantes del punto cubano más antiguo de la isla, nacido en esa parte de la geografía jatiboniquense, para gestar la Parranda Típica de Arroyo Blanco Los Sánchez, capaz de mantener con vida una tradición musical única en el mundo y aplaudida en diferentes escenarios como México, durante el Primer Encuentro Continental de la Pluralidad; La Habana; Las Tunas…
“Ese punto viene de mis bisabuelos y nosotros lo conservamos. Todos aprendimos de oído. Nadie pudo ir a una escuela. Ha pasado de una generación a otra, así”, expresa el único fundador vivo de la agrupación, mientras en su memoria tocan los acordes que llegaron primero al hacer parir las guitarras, el tres y el violín y, después le incorporaron el bongó, el güiro, las claves y la marimba.
¿Por qué el punto de Arroyo Blanco es diferente?
“Por el aire que le damos. Cada quien toca una nota diferente. El resto de las parrandas nos imita, pero nadie lo llega a hacer igual”, dice con seguridad.
Sin embargo, mucho antes de gestar el autóctono proyecto musical, Rubén Sánchez había demostrado que, aun sin estudios académicos, la música era lo suyo. Para complacer a un viejo amor se propuso tocar el violín, y no poca inflamación se apoderó de sus manos al sacar de raíz cada nota.
“Hice uno de forma rústica porque era carpintero en el entonces central Patria. El problema estaba en el arco. Velé a una yegua mientras comía y le arranqué del rabo unos cuantos pelos y así lo armé. Un mes antes, le prometí a Elsa, la hija de un campesino rico, que le tocaría en su fiesta de cumpleaños y así lo hice. Mi tío Virgilio, quien había estudiado ocho años el instrumento, me dijo que era una locura mía porque eso era imposible. El día que me vio, le dijo a papá que era una eminencia en la música”, narra y lanza al aire una de sus creaciones.
“Arroyo Blanco, te quiero,/ pueblo donde yo nací/ soy nieto de un mambí,/ por cierto que era muy parrandero/ era hermano de un guerrero/ que se ganó mucha fama/ vino al Paso de las Damas/ se llamaba Serafín/ y yo hoy toco el violín porque el pueblo me reclama”… Toma entonces un aire para aclarar que tuvo 23 novias “con permiso”.
¿Qué conoció de su tío, el Paladín de las Tres Guerras?
“Imagínate, que soy su familia por partida doble. Mi padre era hijo de Esteban, su hermano, y mi madre, nació de América, una de sus hermanas. Leí muchos periódicos y libros que contaban sobre las cosas que hizo. En la casa siempre se nos hablaba de aquellos días de la guerra y cómo él jamás entendió que Cuba no fuera libre. Se le quería mucho porque era un ser humano muy especial. Crecimos con sus mismos ideales. Siento mucho que muriera en un combate. Pero también nos contaban que era muy parrandero. Eso también lo heredamos; al punto de que de mis 12 hermanos, solo tres nunca se ligaron a la música. Hicimos en casa un grupo y animamos bastantes fiestas”.
¿Y los San José de Arroyo Blanco?
“Aquello sí eran fiestas, pero ya no queda mucho. Hasta el pueblo llegaban diferentes agrupaciones y competían entre sí. A la Parranda Típica de Arroyo Blanco Los Sánchez no la dejaban concursar porque somos un grupo portador. Éramos los responsables de las galas de inicio y cierre. La gente nos pedía. En los últimos tiempos, los más viejos nos siguen, pero nada es igual”, alega.
Precisamente, por impulsar y acompañar cada una de las presentaciones de ese proyecto, nacido en la pasada década del 70 del pasado siglo, Rubén Sánchez mereció el Reconocimiento Tesoro vivo de la comunidad, otorgado por el Centro Provincial de Casas de Cultura, de Sancti Spíritus. Hasta el Hogar Provincial del Adulto Mayor Ever Riverol, en la ciudad del Yayabo, donde reside desde hace unos meses, llegaron sus amigos y representantes de la institución cultural.
“Nunca me esperé esto. Así me sucedió, cuando hace tiempo, una directiva nacional del Movimiento de Artistas Aficionados me prometió un violín de fábrica al verme tocar con el que había hecho con mis propias manos. Al año me lo dio. Lo que sé se lo enseñé a un muchacho que, pese a que no está en Cuba, lo toca. Aunque extraño mucho a mi Arroyo Blanco, mi Parranda y mi instrumento, me siento bien aquí. Es diferente y lejos de aquello, pero el trato es bueno.
“Cuando oigo sonar mi música, me da mucha tristeza porque no puedo aguantar el desespero que me entra por tocar; ya los años me lo impiden. Me moriré siendo un parrandero”.
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