Cuando los files repletos de hojas y más hojas estuvieron listos, los acomodaron dentro de unos cajones enormes tapizados con afiches del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos. Creían que les habían puesto punto final a tantas noches de desvelo, a tantas casas y palacetes y haciendas convertidas entonces en trazos de lápiz que, sin intuirlo, iban reedificando también la historia.
“Aquellos mamotretos parecían unos sarcófagos”, recuerda Víctor Echenagusía Peña, por aquel entonces el mismo investigador empedernido de hoy. No era el único. Alicia García Santana, Teresita Angelbello y él habían rehecho a Trinidad hasta el delirio: días y días entrando y saliendo a esta vivienda, a aquel palacio; jornadas y jornadas repasando plano a plano la arquitectura; noches enteras modelando la ciudad en esas charlas larguísimas encima de los barriles de manteca rusa pintados como si fuesen verdaderos asientos.
Era un empeño onírico y secreto: incluir a Trinidad en la lista de Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Pasarían meses de indagación acuciosa, de estudios permanentes, de ir apuntalando desde la ciencia las reliquias que a ojos vista hacían de la ciudad el óleo que aún parece ser.
Treinta años después la condición de Patrimonio de la Humanidad no es un título honorífico, pesa sobre una Trinidad donde las mismas casas decimonónicas hechas a fuerza de embarro y argamasa abren puertas a hostales, galerías, restaurantes, cafeterías… Escambray tropieza hasta con las chinas pelonas de sus calles en el intento de desandar una ciudad antigua que late en pleno siglo XXI.
VISTA HACE FE
“Hay que hacer un expediente, pero en absoluto silencio”, había encomendado telefónicamente Marta Arjona, entonces presidenta del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. En Cuba, solo La Habana —en 1982— había podido incluirse en la lista del Patrimonio Mundial.
Antes también, Carlos Joaquín Zerquera —el segundo historiador de Trinidad— había empezado a restaurar un edificio aquí, otro allá. Luego, en 1979, surgía el Museo de Arquitectura que sería no solo el epicentro de importantes proyectos culturales, sino el encargado de llevar las riendas de la restauración y conservación de la ciudad. Era la fragua de la reescritura misma de Trinidad.
“Conformar el expediente que se presentaría a la Unesco para declarar a Trinidad como Patrimonio Cultural de la Humanidad —rememora Víctor Echenagusía Peña, actualmente especialista principal del departamento de Investigaciones Aplicadas de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios—llevaba un trabajo de mucho rigor técnico en cuanto a levantamientos históricos, de carácter arquitectónico, urbano, del estado de las construcciones…; en fin, todo un cuestionario que incluía aspectos incluso de la vida del trinitario, de sus características socioeconómicas y, además de eso, el compromiso de los estados miembros —en este caso del cubano— de salvaguardar ese patrimonio que se estaba proponiendo”.
Y prevalecía la discreción, tanto que, según dice, ni los técnicos que hacían aquellos diseños por encargo o los que hacían los dibujos a mano alzada o trazaban los planos, sabían la verdadera finalidad de lo que estaban realizando. Aquel trío de muchachos —Alicia, Víctor y Teresita— lo hacían por pura vocación, sin aquilatar tal vez la trascendencia.
“Nosotros lo hacíamos como un divertimento —reconoce Echenagusía Peña—, sin conciencia del legado de lo que estábamos haciendo”.
Cuando los expertos pusieron un pie en Trinidad para constatar de primera mano todos los valores que exponía el expediente, también quedaron embelesados. En una de las jornadas de trabajo, aquel señor le adelantaría por lo bajo a Víctor: “Yo no tengo voto, pero sí tengo voz en esa reunión que se va celebrar en Brasilia; por lo que tú me has mostrado y por lo que los documentos proponen, indudablemente la ciudad lo merece”.
Entre el 5 y el 9 de diciembre de 1988 el resto de los especialistas, reunidos en Brasilia, refrendaban aquella misma observación: Trinidad y su Valle de los Ingenios eran declarados Patrimonio de la Humanidad. La Unesco los distinguía esencialmente por dos condiciones: la tipología típica tradicional y el hábitat humano tradicional.
“Yo creo que se hizo un acto de justicia, porque Trinidad merecía esa condición —sostiene Echenagusía Peña—,pues indudablemente no existe en América Latina otra ciudad como ella. Es también la magia que se mueve en estas ciudades históricas lo que nosotros tratamos de mostrar y la Unesco lo reconoció y entonces todo fue una gran fiesta. Yo creo que fue una batalla política ganada por la Revolución, un triunfo de la cultura sobre los que tratan de mediatizarla, banalizarla. Todas las miradas giraron entonces hacia Trinidad”.
UN TESORO MUNDIAL
Se endilgaba tamaño título a un Centro Histórico que abarca 48.5 hectáreas distribuidas en 93 manzanas, lo cual representa el 16 por ciento de la ciudad. Sin disonancias conviven allí más de un centenar de inmuebles del siglo XVIII, una cifra superior a los 500 pertenece al siglo XIX y más de 400, al XX.
“Están delimitadas tres zonas de conservación: la A, la B y la C, y también existe una zona perimetral que es la llamada de amortiguamiento —apunta Arianna Domínguez, especialista principal de Arquitectura de la Oficina—. Hay determinados edificios de alto valor histórico que están incluidos en la declaratoria y se encuentran fuera de esas zonas como es el caso del Cementerio Católico, el Fortín Vizcaya, el Cuartel de Dragones y la Iglesia de La Popa”.
Basta recorrer el sureño municipio para apreciar los mismos valores que los expertos ponderaron tres décadas atrás: el empedrado original en las calles, la clásica vivienda de patio, las comadritas y las mecedoras de antaño meciéndose sin recato en las salas de las casas, la forja de los herreros al doblar la esquina, las puntadas que van hilvanando también las esencias.
“Esta es una ciudad que se mueve en la magia —asegura Echenagusía Peña—. No es la simple propuesta de voy a hacer esta casita aquí y esta allá, es una ciudad que nació desde el espíritu de los que aquí viven y eso es lo que le da un valor más particular”.
Una ciudad que levantó no solo un entramado urbano perdurable hasta los días de hoy, sino que colonizó también un Valle de los Ingenios, que más allá de la opulencia de sus casas haciendas, es la huella viva de un conjunto que reúne valores incomparables: naturaleza, arquitectura, arqueología y modo de vida.
De ahí que en 1988 se incluyera también en la lista del Patrimonio Mundial. Más de 270 km² han sido declarados zona priorizada para la conservación, en la que se incluyen sitios arqueológicos, casas haciendas, torres campanarios, caseríos de esclavos…
Conservar ambos escenarios —tanto el Centro Histórico como el Valle— no puede ser únicamente una labor de especialistas. La Oficina del Conservador, surgida 22 años atrás, pone en práctica políticas de conservación dirigidas también a concienciar a los moradores de estos dos lugares.
A juicio de la arquitecta Arianna Domínguez Camacho la habitabilidad del Centro Histórico complejiza aún más las labores de conservación. “Mantener la salvaguarda del patrimonio que tenemos —señala— es un poco complicado porque Trinidad es una ciudad en la que casi todo su centro histórico son viviendas; es decir, que se trabaja con una población que quiere desarrollarse económicamente y que encuentra como única manera el desarrollo del turismo.
“No obstante, la Oficina todos los años tiene un desarrollo en cuanto a diferentes acciones que abarcan las edificaciones de carácter social y las de valor histórico; las intervenciones urbanas —incluye plazas y plazuelas—; la imagen de ciudad, es decir la fachada, las aceras, los empedrados, la iluminación; los trabajos comunitarios y los planes emergentes. Además, se potencia el desarrollo de proyectos culturales”.
Para llevar a cabo tales propósitos la Oficina dispone de más de 3 millones de pesos, en ambas monedas, destinados a las obras de reparación y mantenimiento y para emprender las inversiones, 472 000 pesos. Muchos trabajos también se asumen con la cooperación de organizaciones internacionales como la Junta de Arquitectos sin fronteras, de Andalucía, que permite rehabilitar barrios como Tres Cruces o la calle Independencia en la que se beneficiarán más de 130 familias.
No se limitan únicamente a la céntrica Plaza Mayor o a los museos, las labores en pos del patrimonio también se han extendido, con más o menos furor, hasta el mismísimo Valle. Es por eso que en otros tiempos —cuando se laceró su integridad— se repoblaron los terrenos con la caña de azúcar de siempre, se sustituyeron las inusuales cubiertas de zinc por otras que se asemejaran a las originales, se levantaron las viviendas de lo que antes fueran barracones de esclavos, se restauraron las casas haciendas…
“En estos momentos se quiere fortalecer el trabajo que se hace en el Valle, ya existe un plan de ordenamiento especial por parte de Planificación Física. Se pretende crear próximamente un proyecto de senderos para que se pueda ver completamente el proceso azucarero del siglo XVIII y XIX en Trinidad, que existe allí como en ninguna otra parte de Cuba —revela Domínguez Camacho—. También hay un proyecto fuerte en San Pedro, una de las comunidades más desfavorecidas del Valle, donde existe una forma de construcción típica tradicional que es el trabajo del fango y la tierra con la paja y la Oficina, utilizando esa misma técnica de embarro, hará cada año 10 viviendas nuevas con mayor durabilidad, lo cual permitirá mejorar las condiciones de vida y rescatar esas tradiciones”.
Se trata de preservar el patrimonio desde una intervención que asume la ciudad y el Valle no solo como la singularidad arquitectónica que son, sino que salvaguarda también los rasgos más autóctonos del trinitario.
En tal sentido asegura Duznel Zerquera Amador, director de la Oficina, es que se trabaja. “Se tiene en cuenta el patrimonio construido y el patrimonio inmaterial. No se puede hablar de conservación solo a la arquitectura, nosotros tenemos la declaratoria por dos principios básicos: el tipo de construcción representativa de un momento histórico significativo y el hábitat humano tradicional, o sea, las costumbres, la forma de vida, las tradiciones… y sobre ello se ha trabajado, en el rescate y conservación de esas tradiciones de la ciudad de Trinidad; el colofón de ese reconocimiento ha sido la declaratoria de Ciudad artesanal del mundo, expresión de cómo ha venido progresando la conservación de un patrimonio en función de lo inmaterial”.
Sin duda, rescatar desde la procesión del Cristo de Veracruz hasta los templos yorubas; impulsar lo mismo el bordado que la aprehensión de oficios tradicionales; reanimar la torre de Manaca Iznaga que redescubrir el tren jamaiquino… ha sido también una apuesta por preservar la identidad.
¿PATRIMONIO VS. TURISMO?
Por más que lo asemeje Trinidad no es una postal. A no ser por las tejas rojizas en las cubiertas, por las piedras sembradas en las calles, por la tonada que irrumpe espontánea en plena calle…, podría decirse que la Trinidad de reliquia solo existe en los cuadros. A ratos se sienten las pisadas de miles de chancletas foráneas, el murmullo de idiomas distintos o los flashes de las intrusas cámaras que pretenden también inmortalizarla.
Si bien la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad supuso una distinción a su casta, también fue la llave que abrió de par en par sus puertas al mundo. Y tal celebridad puede ser una espada de Damocles.
Lo advertía Domínguez Camacho: “Una de las cosas que acarrea el turismo es que se transforme en cuanto a funciones la casa: la sala pasa a ser galería o la vivienda se convierte en un restaurante y va perdiendo la habitabilidad. O también se construyen terrazas con vistas al mar y a la montaña y eso afecta la volumetría y, por ende, la tipología tradicional. Todo ello puede poner en riesgo la declaratoria”.
El pasado año una lupa del Instituto de Planificación Física ponía al descubierto ciertas violaciones: consolas casi en las puertas de las casas, cambios de colores a los establecidos por los estudios de la ciudad, transformaciones en las fachadas, carteles…
Según Yamilka Álvarez Martínez, directora técnica de la Oficina, tales indisciplinas no quedan impunes. “El trabajo con las ilegalidades es continuo y diario. La población entendió, por ejemplo, el tema de los carteles, de los aires en las fachadas… y se ha ido concientizando a las personas; nos queda el tema de la volumetría que es lo más complicado. No es una tarea solo de la Oficina, existen, por ejemplo, restricciones del Consejo de la Administración Municipal a cumplir en las zonas de conservación”.
Dinamizar el patrimonio también ha implicado, a la par, catalizar a Trinidad como un destino turístico y se sabe. Intentar que el turismo sea un componente más en ese amasijo de tradiciones y no un depredador es, acaso, un desvelo constante.
“El mérito está en conservar una ciudad histórica prácticamente intacta y dinamizar su economía a partir de un uso turístico —afirma Echenagusía Peña—. La propuesta nuestra y la apuesta nuestra es por un turismo sostenible y sustentable, pero con el mayor respeto hacia la ciudad histórica, que es lo primero que hay que salvar”.
Hasta hoy, los expertos que han venido de vez en vez para comprobar in situ tantos valores y para reevaluar aquella declaración treintañera, han validado que el patrimonio trinitario está sano y salvo.
Lo confirma Zerquera Amador: “Yo creo que la ciudad sufrió impactos profundos en los últimos tiempos, pero hoy excepcionalmente podemos decir que sigue siendo una de las ciudades más conservadas del Caribe hispano y goza de ese prestigio de conservación de Ciudad Museo del Caribe.
“Somos ejemplo a nivel de la nación cubana y hemos sido estudiados en el mundo de cómo estas economías locales pueden incentivar la conservación de un patrimonio tanto inmaterial como material en función del servicio turístico. Si algo ha logrado la Oficina es proyectarse hacia cómo mantener ese equilibrio de desarrollo de una ciudad de éxito, pero que no pierda la esencia desde el punto de vista patrimonial”.
Tres décadas atrás los expertos aquellos no podían vaticinar la irrupción de un turismo que mueve cientos y cientos de personas diariamente por las sempiternas calles o la explosión de mesas arcaicas dispuestas en las salas para cenar. Lo que sí validaban los especialistas para la posteridad era la exclusividad de una pequeña villa en el centro sur de esta isla que haría voltear todas las miradas.
Trinidad sigue siendo esa postal de época tan contemporánea donde lo mismo hallas un trovador que un mantel deshilado, donde igual deslumbra Guáimaro que la casa doméstica en cuya puerta se lee: Hostal donde puedes tomar canchánchara o bailar sin pudor. Quien la desanda lo siente: es un museo a cielo abierto, una especie de lienzo que se retoca día a día.
yo naci en la Habana, pero me siento trinitario ya que por parte de madre, ella era trinitaria, obstante aún tengo familia que residen en esa bella ciiudad, cuando voy a Topes de Collantes, siempre saco excursión para esa, además alfabetice en el Escambaray, cada vez que llego a ella, me recuerda las estancias en las vacaciones escolares en casa de mis abuelos maternos, ahora hago la visita a casa de mi prima que tiene un negocio de alquiler en el mismo Casco Historico fente a la iglesia pasando el parque, deseo que siga bella y acogedora, gracias al Historiador, continue su labor, mientras la salud lo acompañe, gracias de un habanero-trinitario
carlos joaquín zerquera sería el tercer historiador de Trinidad: el primero Francisco Marín Villafuerte, pero el segundo fue Manuel de Jesús Bequer Medina, cuya papelería está depositada para que los investigadores hagan uso de ella en el Museo Romántico, donde antes radicó la Asociación Pro Trinidad que Bequer fundó con otro grupo de trinitarios preocupados….