Nunca imaginó el joven líder cubano Fidel Castro que su cumpleaños número 33 lo sorprendería en Trinidad como actor principal del hecho histórico que marcaría el principio del fin de la peor dictadura que han sufrido los pueblos latinoamericanos y caribeños en toda su historia.
Lo que ocurrió aquel jueves 13 de agosto de 1959 en la sureña villa espirituana vino a ser como el último acto del duelo entre los ideales de redención y justicia encarnados por la Revolución cubana y el más siniestro y execrable poder tiránico ejercido durante 29 años en República Dominicana por Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien estaría casi dos años más en el poder.
Trujillo, también conocido por Chapitas dada su megalomanía y su afición desmedida por insignias y condecoraciones, tenía una larga hoja de cuentas pendientes con la Revolución y Fidel, quien a fines de los años 40 participó en un intento de expedición a Quisqueya desde el cubano islote de Cayo Confites.
Al régimen trujillista se le atribuyen más de 50 000 muertos, entre ellos los crímenes de líderes obreros y políticos que lo combatían, como Mauricio Báez, apresado y desaparecido en La Habana en diciembre de 1950, y “Pipí” Hernández, muerto a puñaladas en esa ciudad en agosto de 1955.
SE “COCINA” LA CONJURA
La conspiración batistiano-trujillista tuvo en sus inicios parte de generación espontánea y parte inducida. En Santo Domingo, elementos como el exgeneral Eleuterio Pedraza y el gángster Policarpo Soler contaron con todo el apoyo del sátrapa en sus proyectos contra Cuba. Entretanto, en el verde caimán, iba tomando forma una oposición organizada, compuesta por remanentes de los politiqueros, ricos siquitrillados y militares del antiguo régimen, retirados y en activo, quienes crean la organización La Rosa Blanca.
En Nueva York, un personaje cercano a Batista, de nombre Rafael Díaz-Balart —padre de los conocidos políticos anticubanos Lincoln y Mario Díaz-Balart—, mueve los hilos de la conspiración, mientras en Venezuela se crean también células de La Rosa Blanca. El clan directivo de esta organización lo encabeza Lorenzo Ibarra, quien comienza a reclutar a elementos marginales.
Se plantea que uno de los confabulados, alentado por la defección de Pedro Luis Díaz Lanz, hasta entonces jefe de la Fuerza Aérea Revolucionaria, y apoyado por el coronel Augusto Ferrando, cónsul trujillista en Miami, se atrevió a proponerle al comandante William Morgan, un norteamericano integrante de la jefatura del II Frente Nacional del Escambray, participar en la conjura para derrocar a Fidel.
Morgan informó a su jefe, Eloy Gutiérrez Menoyo, acerca de la proposición, y este, quizá temiendo las consecuencias en caso de que la Seguridad del Estado estuviese al tanto, decidió comunicárselo al Comandante en Jefe. A partir de ese momento, los preparativos se aceleran. El “americano” —viejo agente CIA— viaja a Miami y allí se entrevista con Ferrando y con otros personajes. Por su intermedio se establecen contactos directos con Trujillo.
¿EL JUEGO DEL GATO Y EL RATÓN?
Entretanto, en Cuba, por orden de Fidel, Ramiro Valdés, entonces jefe del Departamento de Inteligencia del Ejército Rebelde, infiltra hombres en la conspiración. Otros dos oficiales —estos del II Frente— dieron varios viajes a Miami para contactar con el cónsul de Chapitas y traer armas, plantas de radio y dinero. En algunos de estos viajes los acompaña Morgan.
El plan urdido de acuerdo con Trujillo incluía iniciar las operaciones el 7 de agosto. Ese día, aprovechando la supuesta estancia de Fidel en Chile, en ocasión de un evento panamericano, se desataría en la isla una ola de sabotajes; Raúl Castro y otros jefes serían eliminados mediante atentados y confabulados del II Frente tomarían los mayores reductos militares del país.
Todo marchaba según lo planeado, pero existía el peligro de que el sátrapa dominicano enviara las tropas de su Legión Caribe —compuesta por 3 000 mercenarios— por Trinidad y otros puntos de la isla, apoyada por aviones y barcos, lo que podía derivar en gran pérdida de vidas y destrucciones que la joven Revolución cubana no se podía permitir.
Por tanto, llegado el momento, Fidel decidió cerrar el juego con broche de oro y en una primera fase ordenó detener a los conspiradores presentes en La Habana, lo que se hizo con suma discreción. Acto seguido, oficiales rebeldes se trasladaron a Las Villas para capturar a los conjurados en esa provincia.
Luego se empezó a radiar a Santo Domingo para dar la impresión de que había comenzado la guerra. Se les informó a los representantes de Trujillo acerca de supuestos avances de los sublevados, los que “ya tenían sitiado a Topes de Collantes y se disponían a atacar Trinidad”.
CHAPITAS CAE EN LA TRAMPA
La noche del 11 de agosto un avión trujillista lanzó en Playa Inglés, junto al Circuito Sur, 25 paracaídas con cajas de balas calibre 50 y otros pertrechos. En la tarde del miércoles 12 de agosto arribaron a Trinidad en un helicóptero Fidel, Camilo, Celia Sánchez y otros oficiales del Ejército Rebelde. La radio de los complotados informó a Santo Domingo que ya Trinidad estaba en su poder y por lo tanto podían enviar los aviones con armas y suministros directamente al aeropuerto de esa ciudad.
Desde Santo Domingo comunican que esa noche llegaría un enviado personal de Trujillo, el cura falangista Ricardo Velazco Ordóñez. Fidel, Camilo, Celia y otros compañeros se ocultan en una casita a medio construir aledaña al aeropuerto. Soldados rebeldes ocupan posiciones en los matorrales próximos. En la azotea del cuartel y sus alrededores se emplazan ametralladoras.
Sobre las 8:00 p.m. del miércoles 12 de agosto aterriza el C-46 y descienden el piloto Soto, el copiloto Betancourt y el sacerdote Velazco. El cura abraza a los oficiales que van a su encuentro, mientras los presentes gritan: ¡Viva Trujillo! y ¡Abajo Fidel! El ambiente de guerra se torna creíble por el eco del fuego de fusilería en los cerros vecinos. Se les dice a los recién llegados que aún quedan francotiradores castristas en la zona. Del aparato se descargan 10 bazucas, radios portátiles, balas calibre 50 y 3 000 pistolas.
Al día siguiente es 13 de agosto, fecha de su cumpleaños, pero Fidel apenas tiene tiempo de pensar en ello. Visita distintos lugares de la villa trinitaria, juega pelota e, incluso, hace prácticas de tiro. A la una del día informan desde Ciudad Trujillo que “a la hora convenida llegará un camión con técnicos y armas” y que luego arribarían otros con 300 hombres y más armamento.
De nuevo se monta la escenografía con despliegues defensivos y tiroteos en las lomas cercanas. Fidel ha recorrido la ciudad explicándole al pueblo desde un carro con altoparlante las medidas de precaución adoptadas y la conducta a seguir por los vecinos de la localidad. Luego, en unión de Celia y Camilo, se dirige al lugar donde se ubicó la planta de radio en el cuartel.
Ya en tierra el aparato, el primero en descender es el copiloto Betancourt; después, Luisito Pozo, hijo del exalcalde de La Habana Justo Luis del Pozo; a continuación, el hijo del exesbirro policial Lutgardo Martín Pérez, y por último, el mercenario español Alfredo Malibrán.
Soldados rebeldes suben a la aeronave y empiezan con celeridad la descarga del pequeño arsenal, compuesto por granadas, ametralladoras, fusiles y pistolas, y, casi de inmediato, se inicia el traslado hacia el cuartel. También van hacia allá, Pozo, Pérez, Malibrán y Pedro Rivero, exteniente de la tiranía reclamado por haber matado a hachazos a un joven revolucionario en 1958.
El copiloto Betancourt sube de nuevo al avión, y a poco detrás de él, un grupo de combatientes rebeldes, quienes intentan capturar a sus ocupantes, pero Betancourt y otros se resisten. El fuego dura unos 10 minutos. Resultan muertos Betancourt y el teniente Valls. El teniente Soto —el hombre que trasladó a Batista hacia Santo Domingo en la madrugada del Primero de Enero de ese propio año— queda herido de gravedad.
Por parte de los revolucionarios se pierden las valiosas vidas de Elio P. Paz y Frank Hidalgo Gato, así como la de Héctor Reitor Fajardo, quien resulta herido, pero fallece 42 días más tarde. También son baleados otros seis oficiales rebeldes, entre ellos Fidel Salas, quien sobrevive como por milagro.
Mientras, en el cuartel, la sorpresa de los recién llegados ha sido mayúscula. Momentos antes de desatarse el tiroteo en el avión, a la habitación donde son conducidos los cuatro enviados rosablanqueros entran Fidel, Camilo, Celia y otros altos dirigentes de la Revolución. Los rostros muestran expresiones de estupor y pánico. Luisito del Pozo hasta se desmayó. Sin pérdida de tiempo, el máximo líder de la Revolución inicia el interrogatorio.
Esa propia noche el Comandante en Jefe comparece por la televisión para explicar al pueblo lo sucedido y desenmascara a Trujillo, para quien aquel fracaso constituyó —además del ridículo— un golpe político aniquilante. Fue la prueba mejor de que su estrella se había eclipsado definitivamente, en tanto Fidel Castro emergía con prestigio redoblado ante sus compatriotas y los pueblos de América.
El primero de junio de 1961, seis semanas después de la derrota mercenaria de Playa Girón, la CIA le pasó la cuenta a Chapitas en atentado ejecutado en la autopista George Washington, 10 kilómetros al oeste de Santo Domingo de Guzmán. Hacía tiempo que el fatídico personaje era un estorbo para el imperio.
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