No existía ningún elemento en concreto para acusarlos, pero algo tenía que hacer el Cuerpo de Voluntarios de La Habana para apuntarles con el dedo del odio y conducir a más de 40 estudiantes de Medicina a dos consejos de guerra.
En el segundo de estos juicios, donde la traición abyecta de los voluntarios se combinó macabramente con la indecisión y la bajeza de las autoridades coloniales españolas, ocho de los universitarios fueron condenados a muerte, lamentable suceso que constituyó uno de los hechos más atroces e injustificados de la historia de la Cuba colonial.
Más que acto jurídico, en verdad fraude con todas las de la ley y circunstancia bochornosa movida por resentimiento e intimidación, aquel juicio condujo al patíbulo a un puñado de muchachos, casi niños, sin responsabilidad penal alguna e inconscientes casi, por consiguiente, de cuanto se les avecinaba.
Alonso Álvarez de la Campa, a sus 16 años, moriría blanco de los disparos del pelotón de fusilamiento, junto a sus compañeros José de Marcos y Medina, Juan Pascual Rodríguez Pérez, Anacleto Bermúdez y Piñera, Ángel Laborde y Perera, Eladio González y Toledo, Carlos Verdugo y Martínez y Carlos Augusto de la Torre y Madrigal: los siete entre los 17 y los 21 años de edad.
Ellos no profanaron la tumba de Gonzalo Castañón, como falsamente se les imputaba. Ellos solo participaban de la alegría de vivir de sus tempranas edades. Nadie podía creer aquel crimen, salvo los gestores.
Daga artera en el corazón de la inocencia, el asesinato de los ocho estudiantes de Medicina el 27 de noviembre de 1871 –como, con tino, denominó al suceso la prensa internacional–, provocó repulsa mundial y atizó el sentimiento independentista en los cubanos.
El fusilamiento tenía como objetivo escarmentar a la población para frenar el sentimiento libertario; si bien en la práctica el resultado fue justo lo contrario. Tanto el crimen como los juicios sumarísimos que le antecedieron propulsaron tales ideales de libertad en la Isla, presa del yugo español.
Los pueblos tienen memoria
y hay hechos trascendentales
que quedan en los anales
más sagrados de la historia.
Flotando llena de gloria
mi bandera me fascina,
hoy llego a cualquier esquina
y al ver los nuevos semblantes
…pienso en los ocho estudiantes
cubanos de medicina.
Cuanto talento truncado
en pos de un vil escarmiento,
el triste acontecimiento
Cuba entera lo ha llorado,
pero su ejemplo ha brotado
y en el cielo azul se empina
como símbolo y doctrina,
para que muestre orgullosa
Cuba la más generosa
escuela de medicina.