Dicen que primero aquellos salones larguísimos fueron almacenes de bastos, monturas y caballos y hasta de no pocas municiones del ejército español. Dicen que, primero, la caballeriza que dio cobija a las bestias de los soldados siempre tuvo los techos de madera —como persisten hoy en su fachada— y que luego fue acomodando dentro camas, camillas, porta-sueros, jeringuillas, máquinas de anestesia…
Dicen que fue en tiempos del capitalismo que aquella especie de cuartel se convirtió en hospital; tanto que todavía cuentan que hay balones de oxígeno rondando por ahí con la rúbrica de Marta Fernández Miranda de Batista, la esposa de Fulgencio Batista.
Pero lo que comenzó siendo una incipiente instalación hospitalaria ha mutado: más de un centenar de camas disponibles, servicios diversos, salones de operaciones, medios diagnósticos, laboratorios.
Y en todos estos años le han hecho también no pocas intervenciones para aliviar males como la reconstrucción de las salas, la reapertura de los laboratorios, la impermeabilización de la cubierta; mas, aún persisten síntomas que lastran la pretensión de brindar a toda hora un servicio de calidad.
SANAR EN TRINIDAD
Concebido como un hospital general, el centro trinitario no solo se restringe a la atención de adultos también asiste a niños. Según el doctor José Patricio Herrera González, especialista de Medicina General Integral y de Otorrinolaringología y director de la institución, allí se brindan servicios de Urgencia y Emergencia, Terapia Intensiva, Medicina Interna, Cirugía, Anestesia, Anatomía Patológica, Ortopedia, Ginecobstetricia, Neonatología y Pediatría.
“En el hospital laboran más de 450 trabajadores —casi la mitad son médicos y enfermeras— y se dispone de ocho salas de hospitalización con 102 camas. Solo el año pasado ingresamos más de 4 600 pacientes”, refiere Herrera González.
Entre los servicios que descuellan en el centro hospitalario se halla, al decir del galeno, las intervenciones quirúrgicas —más de 1 600 cirugías se realizaron en el pasado año—, aun cuando se pudiesen explotar otras potencialidades si se dispusiera de un nuevo equipamiento.
“En la reciente visita gubernamental —apunta el director— el vicepresidente Roberto Morales Ojeda se interesó por la introducción de la cirugía de mínimo acceso en el hospital, lo cual, además de equipos, conllevaría la capacitación del personal”.
Se trata de dotar la institución de mayor autonomía; de lograr que, a la postre, los casos tengan solución en la propia localidad. Es aún una quimera, pues aunque, por ejemplo, una cifra superior a los 300 partos se realizaron en la instalación al cierre del 2018, Ginecobstetricia continúa siendo la especialidad que más pacientes envía al Hospital General Provincial.
La causa se halla, quizás, en la falta de especialistas para cubrir totalmente la plantilla o en la precariedad de condiciones para asumir partos complejos.
Según el doctor Alfredo Morales Rodríguez, especialista de segundo grado en Ginecosbtetricia y jefe de ese servicio allí, “tenemos la plantilla cubierta en papeles, pero hoy el servicio lo asumimos cuatro obstetras —la parte asistencial, la docente, la quirúrgica, la investigativa, la educación de pregrado y posgrado—. Hoy las condiciones no están seguras para asumir partos de más riesgo, ni desde el punto de vista estructural ni de equipamiento: faltan oxímetros de pulso, bombas de infusión, cunas térmicas, aspiradoras… Además, otra dificultad es que hay un solo salón de parto”.
Al decir de Herrera González, se trabaja para materializar la pretensión de solucionar los problemas de salud en la propia institución. “Estamos tratando de que el hospital sea lo más resolutivo posible, aunque en el 2018 se remitieron 1 194 casos al Hospital Provincial, 135 menos que en el 2017”.
Sin embargo, no solo se trata de potenciarlo como un espacio asistencial, se intenta, también, servir de escenario docente para la formación de más de un centenar de estudiantes —entre Medicina y Enfermería— y un cuarteto de residentes.
Se ha necesitado también para ello la renovación de esta edificación vetusta que hasta el 2012 no recibió un impulso notorio en su reparación y mantenimiento.
¿MÁS CONFORT, MEJOR ATENCIÓN?
Siete años atrás las carretillas comenzaron a serpentear el hospital con la misma pericia de las acostumbradas camillas y al Tomás Carrero le fueron renovando ventanas, cambiando redes eléctricas e hidrosanitarias, pintando locales y reabriendo otros.
Era una intromisión constructiva casi obligatoria. Afirma el doctor Herrera González que, aunque el empuje fue significativo a partir del 2012, el año antepasado se avanzó considerablemente: “Se repararon la unidad quirúrgica, la central de esterilización, el laboratorio clínico; la sala de cirugía se climatizó”.
El pasado año se pretendía mudar las salas del edificio del frente —una indicación del entonces ministro de salud Morales Ojeda, según recordó en su reciente visita gubernamental a Trinidad— e iniciar las labores en la cocina comedor, un proyecto quizás ambicioso que se vio frenado.
“Hubo morosidad —admite el director— y dificultad con la fuerza de trabajo. Además, como el techo del local para donde se trasladarán las salas es de madera se cambió el proyecto y se decidió hacerlo con viguetas y tabletas. En el 2018 solo se logró terminar la morgue y se hizo una facilidad temporal para la cocina”.
Con un exiguo presupuesto de 348 000 pesos se aspira a asumir la construcción de una sala de adultos y del internado médico en el segundo nivel del hospital. No obstante, por indicación de la visita gubernamental, se hacen gestiones para intentar respaldar de otros modos tales inversiones.
“Es un hospital muy viejo que se le han tenido que ir haciendo muchas modificaciones”, señala Herrera González.
Pero hasta donde han llegado los toques de la reconstrucción se han transformado los locales. Tanto que el laboratorio, dicen, dejó de ser el laberinto que era y que los salones de operaciones se han ampliado.
“Antes el laboratorio central y el de urgencias estaban juntos —revela Bárbara Rusindo Zúñiga, licenciada en Laboratorio Clínico y jefa de ese servicio— y ahora se logró separarlos. Además, se dispone de nuevo equipamiento que hace que el laboratorio tenga mejores condiciones”.
Lo mismo sucedió en la unidad quirúrgica, donde no se cumplían los flujogramas, pues —según la licenciada en Enfermería Yolaidy Medina Rodríguez, responsable de dicha unidad— por donde entraban y salían los pacientes lo hacían también los trabajadores y la ropa sucia.
“Ya hay tres salones con trampas independientes —sostiene la enfermera—, banco de oxígeno que no había, pantry, lavamanos, pase de camillas, vestíbulo y cuatro baños, mientras que antes solo existía uno”.
Todo ha costado, más que los millones invertidos, sacrificios, pues varias veces también han tenido que repasar no pocos lugares —como asegura el propio director— para rehacer chapucerías constructivas o para saldar destrozos de las personas.
CALIDAD, LO PRIMERO
Pascual Escalante León lleva una vida entera trabajando en ese hospital. Luego de casi dos décadas de laborar allí pudiera describirlo con los ojos cerrados y no solo por las dos veces que lo dirigió, sino porque llegó en 1971 cuando apenas era estudiante.
Vio cambiar las tejas por placa, multiplicarse los médicos, nacer servicios; mas, lo que ha permanecido inmutable es la entrega a los pacientes. Lo asegura él y las licenciadas en Enfermería Rita María Castillo y Yolanda Molina Rodríguez, quienes llevan casi 30 años en aquella instalación.
Lo sostienen igualmente algunos enfermos para quienes la estancia resulta más llevadera si se cura con profesionalidad. Lo atestiguaba Lisbet Jiménez, aquella embarazada ingresada en una de las salas: “Hasta ahora la atención es buena, los médicos y las enfermeras son muy preocupados”.
Mas, cuando Escambray auscultaba a otros se vertían disímiles criterios: que si la higiene no es buena, que si se demoran demasiado en atener a los pacientes, que si hay que cargar el agua, que si los médicos no alcanzan para atender ágilmente a todos…
“Hay una buena atención de los médicos y las enfermeras, pero no hay condiciones para los ingresos —afirmaba Aracelis González Castellano, madre de un niño internado en Pediatría—. No hay agua, por la noche hay que salir a buscarla afuera de la sala”.
Es un problema reconocido también por las autoridades. “Existen problemas con la estabilidad de entrada de agua al hospital y no en todos los lugares hay agua las 24 horas; además, hay salideros, tupiciones y las redes hidrosanitarias y eléctricas están muy deterioradas”, afirma el director.
Conspira también la fluctuación de las auxiliares de limpieza hacia hostales u otras fuentes de empleo vinculadas al Turismo, el trasiego de pacientes, el poco cuidado de la higiene por enfermos y acompañantes…
Ubicado a más de 70 kilómetros de la cabecera provincial, el Tomás Carrero no puede ser un centro asistencial a salvo de curitas. Ni puede darse el lujo de enviar constantemente casos al Hospital Provincial o de no poder resolver tan siquiera la terminación de los embarazos por vía medicamentosa, como sucede hoy, y que las pacientes tengan que viajar hasta Sancti Spíritus para realizarse un proceder no tan complejo.
Cierto, para esto último al menos ya se crean las condiciones; para el resto se necesitará más que aquel llamado del propio director cuando decía: “Es necesario que la población cuide el hospital, de lo contrario, por mucho que se le haga, no se podrá mantener y, también, que las personas entiendan que este centro es para atender la urgencia y la emergencia”.
No es el mismo hospital de antes. Se ha renovado tanto materialmente como humanamente. Pero —y menos en un polo turístico como lo es Trinidad— no puede seguir siendo una especie de policlínico más amplio; pues de este modo difícilmente lo que se ha hecho podrá utilizarse verdaderamente para brindar una atención con calidad.
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