Nadie puede recoger en sus solas impresiones la magnitud de los acontecimientos vividos a un ritmo arrebatador en aquellos fríos días de diciembre de 1958 cuando llovían noticias de todo género y la fábula se mezclaba con la realidad, acompañando el avance de las columnas rebeldes en su campaña liberadora en el centro-sur y el norte de la antigua provincia de Las Villas.
El primero consciente de la parcialidad e individualidad de cualquier relato, es Norberto Rives Díaz, quien a la altura de sus 80 años reconoce y enfatiza que sus vivencias son totalmente personales y que forman parte de la historia de la liberación de pueblos y ciudades durante la contraofensiva final en el territorio que hoy conforma la provincia de Sancti Spíritus.
Preciso es subrayar que Norberto apenas recuerda lo sucedido entre el 5 de aquel último mes de la dictadura en el poder, cuando fracasa de manera rotunda la ofensiva de los soldados contra la Jefatura del Che en El Pedrero, y el 15 de diciembre, cuando avanza hacia Fomento formando parte del pelotón del primer teniente Orlando “Olo” Pantoja, para penetrar, ya en la madrugada del 16, en el perímetro de la localidad y dirigirse hacia el cuartel, objetivo asignado a su grupo.
Ninguno, entre sus compañeros del pelotón, soportaba una pena como la que lo embargaba, pues apenas el 19 de noviembre había perdido a su hermano Francisco Rives Díaz, quien cayó junto a Ramón Ponciano Romano en una acción junto a la pista aérea del central Santa Isabel. Otros dos hermanos suyos y su padre integraban también la tropa rebelde y el Che, para protegerlos, nunca los situaba juntos.
Lo que más le dolía era que un soldado batistiano de los que recogieron los cadáveres, los paseó por el pueblo y le dio ostensiblemente 23 patadas a Francisco en la cabeza y la cara en repudiable muestra de salvajismo y ensañamiento.
Pero volvamos a los combates. Mientras en otras partes del pueblo sus compañeros al mando del Che iban tomando otros puntos guarnecidos como el Centro Telefónico, el hotel Florida y el teatro Baroja, el argentino fue reforzando el asedio contra el cuartel, consciente de que ese era el objetivo principal, y para evitar todo intento de fuga o contrataque por parte de los sitiados.
“Yo tenía un fusil Garand y me ubiqué en un lugar poco visible para resguardarme, pues había momentos de gran volumen de fuego de los guardias hacia nuestras posiciones. Ellos estaban entrenados para tirar cuando veían el blanco; nosotros disparábamos menos para ahorrar municiones, que siempre las tuvimos escasas.
¿Y la liberación?, ¿cómo fue aquello?
“El 18 por la tarde el cuartel se rindió. Lo que pasó allí no hay cómo describirlo. Por ahí leí en una revista que fue apoteósico. Eso querrá decir que fue tremendo, porque otra cosa no cabe a la alegría que sintió la gente, que sentíamos todos, sin saber lo que podía pasar. Vivimos días increíbles, disfrutando cada minuto”.
LA OLA LIBERTARIA EN GUAYOS
El júbilo infinito y el jolgorio de los rebeldes y el pueblo en Fomento por la liberación dio paso, ya el 18 de diciembre por la noche, a las primeras medidas adoptadas por el Che, quien mientras dejaba establecida la administración civil en esa localidad —que devino primer municipio del país territorio libre de Cuba—, empezó los aprestos para la toma de Guayos y Cabaiguán.
Con vehículos requisados en Fomento y sus alrededores y marchando principalmente de noche y a campo traviesa por el peligro aéreo, la noche del 20 de diciembre de 1958 las fuerzas rebeldes llegaron a Cuatro Esquinas, junto a la carretera de Santa Lucía, donde el Che hizo la distribución de las tropas por objetivos a conquistar y dio las últimas instrucciones a los suyos.
Casi de inmediato el grupo se dividió en dos columnas; una al mando del Comandante Víctor Bordón con la misión de tomar Guayos, y la otra, encabezada por el Che Guevara, que con igual propósito se dirigió a Cabaiguán.
Sobre las 3:30 a.m. del 21 de diciembre llegaron los rebeldes a las inmediaciones de Guayos. Un grupo marchó hacia el puente de La Trinchera, sobre la Carretera Central, con la misión de cortarlo con oxiacetileno, y el otro se aproximó al cuartel desde varias direcciones. Bordón habló a los sitiados exigiéndoles deponer las armas, pero la respuesta la dieron los fusiles y el combate se generalizó. El fuego duró un gran rato y en medio del combate cayó en el edificio de Varela el cienfueguero Ramón Balboa.
Luego de unas dos horas se les volvió a exigir la rendición a los sitiados y se envió al cuartel a un soldado rebelde para parlamentar con el sargento Cuevas, jefe de la guarnición. Sobre las 6:00 a.m. el rebelde regresó con la noticia de la capitulación, pero el combate prosiguió, pues en los altos de la Casa Viña había soldados que continuaron la resistencia hasta las tres o las cuatro de la tarde de ese 21 de diciembre de 1958.
Guayos, un pueblo pequeño con una larga historia de bregas sindicales y revolucionarias, famoso por sus fiestas, disfrutó esta vez la alegría incomparable de su pueblo echado a la calle celebrando la victoria.
LA LUCHA POR CABAIGUÁN
La parte de la columna destinada a la toma de Cabaiguán entró por la calle Santa Lucía (Natividad) y se distribuyó en pelotones en lo que llamaban de Pepe Cacho, comerciante ya entonces fallecido. La Microonda era uno de los puntos fuertes del enemigo y facilitaba sus comunicaciones. Estaba situada en la Loma de La Campana, a unos 2 kilómetros hacia el norte de la localidad. El pelotón encargado de tomarlo llegó a sus inmediaciones a eso de las 5:30 a.m. del 21 de diciembre.
A una exigencia de rendición de los asaltantes, los guardias abrieron fuego, que los rebeldes contestaron de inmediato y no se sintió más que el ruido de las armas y esporádicas voces de mando. De gran ayuda resultó el pelotón de Roberto Rodríguez, “el Vaquerito”, que reforzó la acción en el momento crucial.
A las 10:00 a.m. llegó la aviación que los de La Microonda llamaron en su auxilio. Dos cazabombarderos B-26 y una avioneta iniciaron el ataque contra las posiciones guerrilleras, pero sin causar bajas. Según Arístides Corrales, quien participó en la acción, ya en horas de la tarde los 10 soldados que defendían el lugar se rindieron. En ese combate mueren el primer teniente Silverio Blanco Núñez —ascendido póstumamente a capitán— y el guerrillero Carlos Simón.
Entretanto, los enfrentamientos se sucedían en el pueblo. En la madrugada del 21, cuando la Columna No. 8 se fraccionó en pelotones, el Che con el grueso de las fuerzas se dirigió a la calle Natividad, y fijó su Comandancia en una escogida de tabaco. El Vaquerito y sus hombres llegaron a la calle Valle y de allí se dirigieron a la escogida de Alejandro Cuervo, en cuyos altos se hallaban parapetados seis guardias y dos policías que se rindieron cuando se vieron rodeados.
A poco el Che se dirigió también a la calle Valle y se subió al techo de una casa, pero desde el cuartel le tiraron con ametralladora. Solo la rapidez y su buena fortuna lo salvaron, pero al caer a tierra se fracturó el brazo izquierdo. Allí el Comandante se percató de que el ataque no debía ser frontal y que solo la audacia y una táctica inteligente podrían aportar la victoria sobre un enemigo numeroso y bien armado, protegido por los muros del cuartel y otros edificios.
Según Rogelio Concepción (*), en la madrugada del 22 de diciembre, a las tropas de la dictadura les quedaba el cuartel como último reducto y los guardias, acorralados en su madriguera, aceptaron las exhortaciones para parlamentar que por los altoparlantes les hacían los rebeldes y otras personas que representaban a las llamadas fuerzas vivas de la ciudad.
Un golpe psicológico maestro fue buscar a familiares de los guardias cercados para que los instaran por los altavoces a deponer las armas. Una vez hecho esto, el Che se dirigió al recinto militar para discutir las condiciones de la capitulación —que debía ser incondicional—, acompañado por personas influyentes de la localidad. Momentos después, el jefe de la plaza enemiga decidió rendirla. En gesto inusitado, el brillante guerrillero argentino permitió que, una vez entregadas las armas, la guarnición rendida partiera en camiones hacia Placetas.
El gesto magnánimo del genial revolucionario argentino respondía a un principio ético y a un fin determinados: Primero, porque fue práctica inviolable en las filas guerrilleras el trato humanitario al enemigo vencido. Segundo, porque aquellos guardias recién derrotados iban a reunirse a sus congéneres del próximo objetivo castrense que el Che se proponía atacar, llevando consigo su enorme carga de desmoralización.
Se habían perdido valiosas vidas; es cierto, pero en Cabaiguán jamás se había visto una explosión de júbilo colectivo tan desbordante como aquella del 22 de diciembre y días sucesivos, celebrando el triunfo. Vendrían entonces nueve jornadas extraordinarias, cada una con nuevas y promisorias noticias, hasta el triunfo refulgente del Primero de Enero de 1959.
(*) Combatiente clandestino, luego historiador de Cabaiguán, ya fallecido.
Acto por la liberación de Fomento
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