En la pista de Ciudad Libertad, casi con el pie en el estribo del Cesna rojiblanco que lo llevaría a su último viaje, Camilo le aseguró aquella mañana al Comandante Félix Torres, un guerrero del Partido Socialista Popular (PSP) a quien había conocido un año atrás en los montes de Jobo Rosado, que tres días después —el 31 de octubre— estaría sin falta en Yaguajay.
—El sábado nos vemos, le dijo.
Félix había ido a encontrarse con el Señor de la Vanguardia para tramitar un asunto que le venía pinchando su conciencia de luchador comunista desde hacía algún tiempo: los prejuicios y los desencuentros surgidos, o más bien acentuados, entre algunos representantes del Movimiento 26 de Julio y el PSP, dos de las fuerzas que el propio Camilo había ayudado a unificar en los difíciles días de la lucha contra la dictadura, tras su llegada a la zona norte de Las Villas, en octubre de 1959.
Camilo lo tranquilizó con la promesa de su segura visita y con una de sus ocurrencias clásicas: le quitó el sombrero a Félix y con el argumento de que “luce mucho mejor en mi cabeza” le dio a cambio el suyo, un gesto que traduce por sí solo la relación de camaradería que existía entre el antiguo jefe de la Columna No. 2 y el viejo guerrillero villareño, creador del único destacamento comunista que se levantó en armas contra Fulgencio Batista.
En la pista del antiguo cuartel de Columbia quedaron Félix Torres y Manuel Espinosa, Manolo Cabeza en la guerra, jefe de la escolta de Camilo tras la muerte de Nené López, y sobre el Cesna 310 C, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde, quien viajaría hasta Camagüey a ventilar asuntos vinculados a su rango militar.
Que Camilo Cienfuegos no aterrizara esa propia noche de regreso en Columbia, tal y como prometió, aun cuando se supo que, efectivamente, había despegado del aeropuerto camagüeyano a las seis y un minuto de la tarde, no resultó sospechoso ni para Manolo Cabeza, que se quedó esperándolo; ni para Félix Torres, quien regresó a lo suyo; ni para el resto de los colaboradores, acostumbrados a la febril actividad del Comandante por todo el país.
“Búsquenlo por Mayajigua”, fue una de las primeras sugerencias de su hermano Osmani Cienfuegos, quien conocía de la existencia en ese poblado del norte villareño, hoy de la provincia espirituana, de un aeropuerto que Camilo usaba con frecuencia para sus viajes al interior del país y consciente de lo que ya el héroe había convertido en rutina: “tirarse en Yaguajay” cada vez que hubiera alguna oportunidad.
“Después de la guerra regresó a Yaguajay en tantas ocasiones, hasta dos veces en un mismo día, que todavía los historiadores tenemos pendiente la misión de precisar exactamente cuántas fueron”, le reveló a Escambray Gerónimo Besánguiz Legarreta, director del Complejo Histórico Comandante Camilo Cienfuegos y uno de los estudiosos más fervientes del héroe nacido en la barriada de Lawton, en La Habana, el 6 de febrero de 1932.
UN PAÍS BUSCANDO A UN HOMBRE
La ya confirmada desaparición de Camilo en horas de la tarde del jueves 29 de octubre no solo motivó que Fidel suspendiera una reunión del Consejo de Ministros, prevista para la tarde noche de ese día, sino que asumiera personalmente una búsqueda que ya el 30 se hizo “desesperada e intensa”, según cuentan Luis M. Buch y Reinaldo Suárez en su libro Gobierno Revolucionario Cubano, primeros pasos.
A partir de las pesquisas realizadas, un piloto que atravesó la isla en recorrido y horario similares a los de Camilo, pero en sentido contrario, confirmó la existencia a esa hora de una zona de turbonadas y vientos peligrosos para la aviación a partir de Ciego de Ávila, lo que hizo suponer que el teniente Luciano Fariñas, tripulante del Cesna, que solo tenía combustible para tres horas de vuelo, había optado por desviarse en dirección al norte para evadir el mal tiempo.
Dividido en cuadrículas, el territorio que media entre La Habana y Camagüey fue literalmente peinado por decenas de miles de hombres y mujeres que llegaron por aire, mar y tierra hasta los más insospechados cayos, islotes, ciénagas, bosques y montañas en un peregrinar en el que muchas veces se cruzaron esperanzas y tristezas, alegría y dolor, sobre todo cuando el perverso proceder del enemigo echó a rodar falsas informaciones —fake news diríamos hoy— sobre la aparición con vida de uno de los hombres más queridos de la Revolución.
A bordo del avión Sierra Maestra y acompañado por Osmani Cienfuegos, Celia Sánchez, Sergio del Valle, William Gálvez y otros combatientes y conocedores de las zonas inspeccionadas, Fidel dirigió personalmente la operación a la que también se sumaron el Che, Raúl, Almeida y los más importantes jefes del país.
“Había que verle los ojos a Fidel, cómo buscaba queriendo encontrar. De momento me decía: ¡Tírate ahí mismo! ¿Cómo, si no hay pista?… Pero él insistía…”, contó Lázaro Moriña, piloto del Sierra Maestra, la misma nave que jorobó con la cola un poste de la cerca en una pequeña pista de aviación en la Isla de Turiguanó.
Encontrar a Camilo se convirtió durante más de diez días en una suerte de obsesión nacional al punto de que en el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias se creó un sistema para atender los supuestos indicios que pudieran ofrecer todas las personas que decían haber soñado, visto o presentido cualquier circunstancia que pudiera arrojar luz sobre el asunto.
“Registradas cien mil millas”, decía uno de los titulares del periódico Revolución, aludiendo a la meticulosa exploración que se extendió también a zonas del centro e incluso del sur del país, donde una vecina del Escambray trinitario avisó a las autoridades locales sobre la caída de un objeto al mar, lo cual, si bien en un inicio resultó sospechoso, luego de las investigaciones más exhaustivas terminó siendo desestimado.
El punto final de aquella empresa, en la que un país se entregó a la noble misión de encontrar a un hombre, de buscarlo palmo a palmo, noche y día, lo puso el propio Fidel el 11 de noviembre al anunciar ante los medios de comunicación una de las noticias más tristes que se haya trasmitido a la nación en todos los tiempos: a pesar de que se había hecho “lo humano y lo no humano” por hallar a Camilo, todo había resultado infructuoso.
COMO SI EMERGIERA DEL MAR
La esperanza o la premonición de que los restos de Camilo Cienfuegos puedan descansar algún día en Yaguajay se respira en los hogares, en las escuelas, en las calles, en las pinturas de los niños, en los poemas y en las canciones y sobre todo en el mausoleo del Frente Norte de Las Villas, donde sus diseñadores reservaron un nicho para el hombre que unió a las fuerzas revolucionarias de la región y con una tropa de muchachos mal armados liberó, uno por uno, todos los poblados de la zona y luego de 11 días de combate rindió el Escuadrón 37, en lo que se reconoce como la batalla más larga de la campaña villareña.
“Si apareció el Che, que murió mucho más lejos, y sus restos están en Santa Clara, ¿por qué no vamos a soñar con tener los de Camilo en Yaguajay?”, le comentó a Escambray la escultora Thelvia Marín Mederos, que ya en el ocaso de su carrera, con 86 años cumplidos, todavía quería subir hasta lo más alto de los andamios en los días en que se daban los toques finales al mausoleo del Frente Norte de Las Villas
Tanto el panteón (2009) como el museo y la plaza contigua (1989) son obras del arquitecto Pedro Pérez Argudín, pero en ese mismo entorno, frente al antiguo cuartel de la dictadura, hoy hospital Joaquín Paneca, Thelvia sembró también la escultura del héroe, parte imprescindible de su ciclo De la montaña al mar, una obra inspirada en una de las fotos que Perfecto Romero le hiciera a Camilo en los días finales de la batalla.
En la recreación artística, el Comandante de bronce aparece frente al antiguo cuartel, como si emergiera del mar, vestido de campaña, con su habitual sombrero alón, sujetando el fusil M-2 con la mano izquierda y con la derecha sobre la cartuchera, una imagen que para muchos también evoca el regreso del héroe por el que Yaguajay ha estado esperando tanto tiempo.
A CAMILO
Estas presentes en la brisa
que viene de allá, del mar
y no dejas de alumbrar
con la luz de tu sonrisa,
te nos marchaste de prisa
en circunstancias fatales
y hoy tus huesos inmortales
florecen echan raíces
y crecen, crecen felices
en el mar como corales