Con su silueta inconfundible y su porte más que modesto, el yate Granma, una de tantas embarcaciones de recreo que existían en el mundo, iniciaba el 25 de noviembre de 1956 desde el puerto veracruzano de Tuxpan, en México, la travesía que lo consagraría para la historia.
Construido en la Florida en 1946, el Granma empezó su camino a la gloria 20 años después, exactamente en septiembre de 1956, cuando Fidel, en unión de sus amigos mexicanos Jesús Reyes “Chuchú”, y Antonio del Conde “El Cuate”, fue a verlo en el varadero donde se encontraba en reparaciones y decidió adquirirlo junto con una residencia que le vendían, a un costo de 25 000 dólares.
El constante acoso por parte de la policía mexicana, la persecución de agentes del FBI yanqui y del Servicio de Inteligencia Militar, y las frecuentes capturas de armas y de futuros expedicionarios ponían en serio riesgo de fracaso el compromiso anunciado públicamente por el Jefe de la Revolución: “En 1956 seremos libres o seremos mártires”. De ahí la decisión del joven líder de precipitar la salida hacia Cuba.
El desembarco debía coincidir con el levantamiento organizado por Frank País y sus compañeros en Santiago de Cuba para distraer la atención del ejército. Existe una unión dialéctica entre las distintas fases de la última etapa. El asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953 se hizo ante el convencimiento de Fidel de que la vía armada constituía la única salida a la situación del país en medio de los fallidos intentos de conspiraciones y componendas de los sectores políticos tradicionales.
Las acciones de la Mañana de la Santa Ana y su secuela de asesinatos, represiones y torturas tuvieron honda repercusión en la opinión pública nacional y Fidel Castro emergió a la palestra como la figura revolucionaria capaz de luchar hasta las últimas consecuencias por su ideal de libertad e independencia.
En una continuidad dialéctica, el juicio por los sucesos del Moncada amplió en la conciencia de las masas el conocimiento del movimiento y su líder, pese a los esfuerzos desesperados de la dictadura por silenciar y tergiversar los hechos. La prisión durante casi 22 meses de los procesados en la Causa No. 37 de 1953 fue una etapa de consolidación ideológica, estudio, preparación y fortalecimiento de la organización, que a partir de entonces ya tuvo un nombre: Movimiento 26 de Julio; un líder: Fidel Castro, y un programa de lucha: La historia me absolverá.
El fracaso de todos los intentos de brega política realizados a raíz de la amnistía del 15 de mayo de 1955, cuando el tirano se vio obligado a liberar a los revolucionarios presos en el llamado Presidio Modelo de Isla de Pinos, convenció a Fidel de que ahora, como antes, no quedaba otra vía para la conquista de la libertad que la lucha armada.
Cuando Fidel llegó a Ciudad de México, el 7 de julio de 1955, ya estaban allí siguiendo sus instrucciones muchos de sus correligionarios. Había dejado estructurada en Cuba la dirección nacional del nuevo Movimiento, cuya membresía y organización crecían por día.
Con la voluntad y energía que lo caracterizaron siempre, el líder máximo del 26 de Julio se dio febrilmente a reunir recursos, para lo cual hizo giras de proselitismo y recaudación de fondos a los Estados Unidos, al tiempo que disponía la ubicación de los futuros expedicionarios en casas alquiladas en el Distrito Federal y en otras ciudades de México.
En ranchos y fincas arrendadas comenzó el entrenamiento de los hombres, a cargo del General Alberto Bayo, combatiente de la Guerra Civil Española. Allí pasaron la escuela del hambre, de las interminables caminatas nocturnas, del escalamiento de montañas y la vida en campaña.
Por fin, el 25 de noviembre de 1956 a la una de la madrugada puso el Granma proa a la historia, con sus 82 expedicionarios. Venían hacinados, en medio del temporal y la mar gruesa, revueltos con bultos de armas, enseres, municiones y algunos alimentos, mareados la mayoría de ellos, atormentados por los vómitos y el peligro inminente de zozobrar, pero decididos y estoicos.
Había llegado la hora de poner en práctica los dos puntos finales del juramento que había hecho Fidel poco antes de la salida de la expedición: “Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo”. Parecía increíble que aquel frágil barquito de madera pudiera lograr la hazaña, pero, aunque con dos días cruciales de retardo que provocaron un desfasaje de 48 horas en relación con las acciones de apoyo previstas en Santiago de Cuba y otros puntos para el 30 de noviembre, el desembarco, que alguien equiparó a un naufragio, se efectuó.
Nadie podía prever entonces la enorme repercusión de una expedición que, más que incierta aventura, parecía una locura y que en la realidad costó muy caro, pues de los 82 expedicionarios, una cuarta parte fueron capturados y asesinados por el Ejército y la Marina del régimen; otro 25 por ciento resultó apresado e internado en prisión; una fracción igual logró escapar a duras penas y tomó distintos derroteros, mientras la cuarta parte restante, bajo el liderazgo de Fidel, consiguió llegar a la Sierra Maestra y hacer la Revolución.
Veinticinco meses después de aquel azaroso desembarco, la Revolución cubana alcanzaba el poder. Con el tiempo, la región donde tomó tierra aquel puñado de valientes se llamó Granma y el país adoptó la fecha del 2 de diciembre como Día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.Pocas veces barco alguno fue vehículo de una Revolución triunfante con tanta repercusión en una nación, en un continente y en el mundo.
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