El ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, en la conferencia de prensa virtual ofrecida el 12 de mayo, sobre el ataque terrorista a la Embajada de Cuba en Estados Unidos, expresó: «Aquí hay un atacante, un fusil AK-47, 32 casquillos de proyectiles, 32 orificios de bala y la declaración –del ejecutor de los hechos- de la intención de agredir y de matar».
Tenemos, además, el silencio del Gobierno de Estados Unidos, un silencio que conocemos, que ha acompañado durante años a las acciones que grupos violentos basificados en territorio de ese país han ejecutado contra Cuba. Cada oleada de terror estuvo precedida por fuertes campañas de odio, de rencor, de amenazas, de intentos de desacreditar la actuación de Cuba en la arena internacional, en medio de escenarios donde el cerco económico aprieta cada vez más fuerte el dogal.
Tres mil 478 muertos y 2 099 incapacitados, además de incontables daños económicos, ha costado a la Mayor de las Antillas el terrorismo, realizado con o sin el apoyo del Gobierno de EE.UU., pero contando siempre con su beneplácito, y obedeciendo directivas de la cia. Cientos de grupos terroristas han sido creados, financiados y entrenados por la CIA, organizaciones que tuvieron en sus filas a connotados asesinos como Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Guillermo e Ignacio Novo Sampol y otros.
El Comando de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), creado en 1976, significó la integración de una red de terrorismo internacional, la primera en la historia. «La guerra por los caminos del mundo», como ellos le llamaron, no respetó fronteras, ni leyes internacionales, y las embajadas cubanas fueron el blanco preferido.
Más de 370 operaciones terroristas se llevaron a cabo en aquellos años, la atroz voladura de un avión civil cubano en pleno vuelo, fue la expresión terrible del odio exacerbado y protegido por el silencio de la Casa Blanca.
El ejecutor del reciente acto contra nuestra Embajada en Washington, Alexander Alazo Baró, se reunió en un centro religioso, llamado Doral Jesus Worship Center, con personas de conocida conducta hostil hacia la Revolución Cubana. Una de sus «amistades» del centro religioso, el pastor Frank López, mantiene estrechas relaciones, nada más y nada menos que con Marco Rubio, el congresista Díaz-Balart y otras personas de reconocida posición extremista.
Su conducta previa a la agresión no pudo ser menos «precavida», no escondió su odio hacia la nación que le vio nacer ni sus delirios reales o ficticios, andaba escaso de dinero, sin empleo fijo, como menciona su esposa a varias fuentes. Días antes chequeó el lugar, planificó cada paso de lo que pensaba hacer, todo eso en medio de Washington, a pocas cuadras de la Casa Blanca, en una zona muy vigilada, armado y peligroso. Dispuesto a todo, el día cero condujo su auto varios kilómetros portando un AK-47 y disparó contra su objetivo.
Le sobran las razones a Cuba para reclamar una investigación exhaustiva de los hechos al Gobierno de EE.UU. y requerir que se tomen las medidas necesarias para impedir que regresen aquellos tiempos de sangre inocente derramada, que cese la política de hostilidad manifiesta, de ataques verbales, de acciones que estimulan estas conductas.
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