Buro y los aplausos

Una singularidad del barrio sintetiza lo que ocurre cada noche en Sancti Spíritus y en toda Cuba

Covid-19
Ernestina Gerabelt, Buro para todo el que la conoce, es la primera en aplaudir cada noche. (Foto: Vicente Brito / Escambray)
Ernestina Gerabelt, Buro para todo el que la conoce, es la primera en aplaudir cada noche. (Foto: Vicente Brito / Escambray)
Ernestina Gerabelt, Buro para todo el que la conoce, es la primera en aplaudir cada noche. (Foto: Vicente Brito / Escambray)

Empiezo por despejar dudas: Buro es mujer. Ya había escuchado su nombre, pero supe esa especificidad una vez instalada en el nuevo barrio, cuando me advirtió sobre la conveniencia de no dejar innecesariamente la puerta abierta. Su casa y la mía se ubican exactamente una enfrente de la otra, solo que aquella en bajos y la mía, en altos.

Buro se llama, en realidad, Ernestina Gerabelt y nunca fue a la escuela; lo supe hará dos días, cuando indagué al respecto para escribir esta crónica. Ya hasta mi nieto de algo más de dos años la llama desde el balcón, porque es sociable y comunicativa, aunque la mayoría de las veces no se entiendan bien las frases que articula. Ella, podría decirse, comprende mejor de lo que se expresa y posee una inteligencia natural.

Fue a Buro y a su padre Iderico, un anciano de 92 años con inusual vitalidad, a quienes vi primero aquella noche inicial de la cita nocturna. Velaba el reloj, pero me sorprendieron los aplausos. Solté el plato tan pronto escuché la resonancia de las manos y la vi, batiendo palmas vehementemente, mientras el viejo lo hacía asomado a la ventana.

La siguiente noche, también tomada por sorpresa, puse pausa al diálogo con mi hermana para cumplir el compromiso que voluntariamente asumimos. Mi hermana aplaudió allá en Bayamo y yo aquí, en Sancti Spíritus. Después nos hicimos los cuentos respectivos y yo le hablé de Buro, de su hermana Luisa, de Violeta y su esposo, de Mirta, Mireida, Yamila, Mercedes, Elianet. Y de los que no vi, porque es escasa la iluminación.

Es Buro quien da cada noche la orden de comenzar las muestras de solidaridad y agradecimiento en nuestra calle, que se compone de solo una cuadra. Siempre antes de las nueve empieza a invitar con sus aplausos, más sonoros que los demás, y pronto se suman también los vecinos de calles adyacentes. Pasado un tiempo prudente, es también ella quien intenta poner punto final a la demostración, como si se tratase de la directora de un coro.

Desde esta parte de la ciudad de Sancti Spíritus no escuchamos ni vemos lo que sucede en otras. Luego una se va enterando en el camino desde o hacia el trabajo: aplauden todos, incluida Lidia Perurena, la anciana que nunca sale de su casa, pero traspasa el umbral de la puerta a la hora del cañonazo. Lo hace también la abuela centenaria que lee, después de Lidia, nuestro periódico Escambray. Y así, cuando toda Cuba y muchos otros países del mundo se unen en una iniciativa nunca antes tan globalizada — convengamos en que tampoco se vio antes emergencia sanitaria mundial como esta—, mi vecina Buro pone rostro a los agradecidos. Sé que es tan solo una entre millones, pero yo, en la semioscuridad de cada noche, a quien más cerca tengo de mi balcón es a ella. Su cara radiante, sus exclamaciones y sus aplausos eufóricos, repletos de cariño, hablan más que sus palabras de siempre.  

Delia Proenza y y Adriana Alfonso

Texto de Delia Proenza y y Adriana Alfonso
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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