Ser viejo alguna ventaja tendrá, dicen algunos, pues en compensación por arrugas, canas y achaques propios de la edad, poseemos el don del recuerdo de los años y experiencias vividos y, aunque dolorosas, hay evocaciones que, como la desaparición de Camilo Cienfuegos, nos marcan para siempre como la pena por la pérdida de un ser querido.
Así, la noticia que empezó a difundirse el 29 de octubre de 1959 de que el pequeño avión Cessna bimotor modelo 310 en que el Comandante de la eterna sonrisa había viajado a Camagüey para resolver problemas relacionados con el cambio de mando político-militar en esa provincia a raíz de la asonada sediciosa de Hubert Matos, no había vuelto a su destino habanero en su viaje de regreso desde aquella villa, caló en las mentes de toda una generación de cubanos.
Pocos dieron crédito entonces a esa terrible mala nueva, pues percances parecidos sufridos antes por el entonces Comandante Raúl Castro y otros dirigentes de la Revolución se habían saldado de forma satisfactoria. Lo más posible —creíamos muchos— era que Camilo hubiese cambiado planes y aterrizado en alguna de las pistas aéreas del trayecto o, en última instancia, que se vieran obligados a realizar un aterrizaje forzoso en uno de los numerosos cayos que existen en la costa norte de Cuba.
Lo cierto es que el país en pleno se volcó a la búsqueda del Héroe del sombrero alón, por tierra, mar y aire para registrar cada posible punto de la geografía antillana, incluyendo las aguas marinas próximas a nuestro verde caimán. Por aquellos días llovieron informes de todo tipo para notificar a las autoridades acerca de indicios que pudieran arrojar alguna luz sobre el paradero de Camilo y de sus compañeros, el piloto Luciano Fariñas y el escolta Félix Rodríguez; pero, a pesar de comprobar todas y cada una de las posibles huellas que llevaran a localizarlos, ninguna arrojó el resultado deseado por millones de sus compatriotas.
En el contexto de aquella pesquisa tan minuciosa como desesperada, se recibió una noticia falsa difundida tal vez por personas malintencionadas. Aquella fake news hablaba acerca de la aparición de la avioneta perdida en un promontorio de tierra en la costa norte, con lo que se desató un pandemónium al estallar sin medida la euforia desbordada del pueblo.
Este redactor, entonces con 11 años, recuerda que en la calle Sobral, hoy Comandante Fajardo, al llegar a la Carretera Central, en Sancti Spíritus, se encontró con un grupo de soldados rebeldes que, motivados por los civiles allí reunidos, empezaron a disparar al aire sus armas y, en medio del nutrido tiroteo, uno de ellos, armado con una carabina San Cristóbal, vació allí varios cargadores.
Pasados algunos días y ante la evidencia lacerante de que la pérdida del Señor de la Vanguardia era definitiva, el Comandante en Jefe Fidel Castro compareció ante los medios para informar al pueblo acerca de la triste realidad y todo lo que se conocía acerca del hecho.
Fidel fue explícito y no ocultó ninguna información del aciago suceso que tuvo como testigos directos o indirectos a incontables personas, en una progresión de hechos a partir de la detención en la tierra de los tinajones del hasta entonces jefe militar de ese territorio, Comandante Matos. Sobre el fatídico desenlace del 28 de octubre de 1959, la exposición aportada por Fidel fue comprobable y coherente.
Pese a lo anterior, no tardaron en desatarse versiones tendenciosas acerca de lo acontecido con Camilo, desde las que sembraban dudas acerca de la versión oficial, hasta las que representan verdaderas tergiversaciones malintencionadas, caracterizadas todas por estar reñidas con la lógica y el sentido común del público lector, y, por tanto, constituir una crasa subestimación y afrenta a su inteligencia.
Esas aseveraciones festinadas ignoran a sabiendas la circunstancia de que Camilo estableció una relación de hermanos con el Che durante la lucha común en la Sierra Maestra, consciente de su ideal comunista, y cuando viene al frente de su Columna Invasora No. 2 Antonio Maceo al norte espirituano, con quien primero hace contacto es con el Destacamento Máximo Gómez del Partido Socialista Popular, y su jefe, Félix Torres, llegando a tener con ellos una gran empatía.
¿Reviste la menor lógica acaso que fuera precisamente a Camilo Cienfuegos a quien encomendara Fidel la tarea de restablecer la situación creada en el Camagüey por el grupo sedicioso, de haber dudado lo más mínimo de su integridad revolucionaria? ¿Cómo entender que, una vez cumplida en lo fundamental su trascendental misión en el Camagüey y hacer profesión de fe en la obra común al pronunciar el 26 de octubre su histórico y postrer discurso desde el antiguo Palacio Presidencial, pleno de contenido patriótico, Camilo estuviese involucrado en algún acto de traición contra su patria?
El solo hecho de insinuarlo es un insulto a su memoria y más cuando conocemos con que placer ese Hombre de las mil anécdotas expulsó de Cuba a las tres misiones militares norteamericanas presentes en La Habana para, de consuno con su embajada, mantener el dominio de los Estados Unidos sobre nuestra patria. Ese hombre que escribió con el corazón al Comandante en Jefe: “Más fácil me será dejar de respirar que dejar de serle fiel”, y que además había afirmado: “Contra Fidel, ni en la pelota”.
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