Ninguna enfermedad ni consejo médico ha podido sentar a Orestes Venegas Pita en el portal de su casa, aunque sea una persona que ha derrochado disciplina, responsabilidad y sentido del deber durante 70 años de vida laboral.
Lo asombroso no es siquiera ese largo recorrido de trabajo, sino oír en su propia voz que a los 84 años camina todos los días varios kilómetros, hace el trayecto desde su casa, a la salida de Jatibonico para Arroyo Blanco, hasta el central Uruguay; “pero voy a pie también, por dentro, a la CPA José Antonio Echeverría, a la UBPC El Meso. No sé si es una travesura a mi edad, siento que no me perjudica y lo puedo hacer”.
Este cañero de ciclo largo nunca ha podido desprenderse de la tierra, mucho menos de la humildad que lo acompaña desde que conoció, más que el mundo, la miseria que debió vivir su familia en la zona de Los Coyujises, a orillas del batey Santa Ana, en las cercanías de la actual presa Lebrije.
“Si alguien quería ver atraso, pobreza, tenía que ir allí. Casa de piso de tierra, tabla de palma y guano, lo más lujoso a lo que podía aspirar la población rural en aquella época; hoy hay casas de tabaco que son palacios al lado de aquel rancho; vivíamos sin ningún tipo de comodidad”.
“Fueron tiempos muy difíciles”, rememora y con sus ojos busca aquel pasado que los años no borran. “Donde nací no había escuela, apenas pude adelantar en los estudios y llegué a un quinto grado con una mujer a la que mi padre le pagaba y venía a la casa a enseñarnos; no había camino, se vivía en total aislamiento. En 1944 hubo un tornado muy fuerte que nos tumbó el rancho, quedó como un varaentierra en el piso; así estuvimos siete meses y allí no fue nadie a ver si necesitábamos algo, a ver si estábamos vivos, era una vida de sálvese el que pueda”.
Como era el mayor entre los hermanos, tuvo que arrimarse temprano a la tierra y al filo de los 14 años agarrar la mocha y salir a tumbar caña. “Lo único que se podía hacer por allí para ganarse unos quilos, porque por alzarla no pagaban nada”, recuerda.
Arrinconado por una vida rural preñada de pobreza, trabajo mal pagado y sin porvenir, Orestes Venegas ni se enteró de que se le fueron sus años mozos. “Viví ese período, pero no tuve juventud, ni supimos entonces que era esa etapa tan linda de la vida”.
¿Qué rumbos siguió su vida?
Como dos años antes de triunfar la Revolución mi papá me consiguió empleo en el central Jatibonico —hoy Uruguay—; él trabajó ahí muchos años. Estuve en el piso de azúcar, también en el basculador, en un área que llaman el hueco, había que recoger todo lo que caía de las esteras: caña, tierra, paja; para irme tenía que dejar aquello más limpio que un piso de cemento.
Por esa época me vinculé a la lucha clandestina, en una célula que tenía Armando Acosta por esa zona; intervine en distintas operaciones, recogiendo armamento, participé en el corte de la línea eléctrica, también de la línea férrea por el paradero de El Rubio. Una noche pusimos en una palma cerca del batey Santa Ana la bandera del Movimiento 26 de Julio. Eso molestó mucho a la Guardia Rural y hasta obligaron al otro día a gente de allí a tumbar la palma con un hacha.
Ya al final participé en la toma de Jatibonico y seguí luego junto a la tropa Rebelde hasta La Cabaña, en La Habana; allá estuve hasta finales de 1959. Pero no me gustaba la vida militar, entonces hablé eso con los jefes que tenía allí y regresé a Jatibonico.
¿Cuándo comienzan las responsabilidades?
De las primeras cosas que hice fue fundar una especie de cooperativa en la zona de El Meso, empezamos a sembrar tomate, maíz, cebolla, boniato y a mandar comida para el pueblo. Por aquel tiempo me seleccionan para ir a estudiar a la Unión Soviética y estaba en una preparación para ese viaje cuando empezó el problema de los alzados en el Escambray y en otras regiones, entonces me fueron a ver, me plantearon que hacía falta aquí para ayudar a enfrentar esa situación y que no podía ir a ese curso.
La verdad es que nunca me pude zafar de la tierra. Luego de la Ley de Reforma Agraria se fueron interviniendo las colonias cañeras y a partir de ahí empecé en puestos de dirección, porque vinculado al cultivo había estado casi desde que nací.
¿Como pudo pasar la mayor parte de su vida en funciones de dirección teniendo bajo grado de escolaridad?
Siempre tuve un sentido de la obligación y del deber, la vida que me tocó, la forma en que me crié, me exigieron temprano responsabilidad. Nunca olvido la preparación de la zafra del 69-70, tuve que comandar en mi zona la siembra de más de 300 caballerías de caña; para dirigir aquella tarea de campamento en campamento y controlar la siembra yo andaba en una mula, nada de yip o camioneta como es común hoy. Eran tiempos de sacrificio puro, de trabajo día y noche.
El conocimiento siempre hace falta, pero apelé a mi experiencia, a lo que viví y realicé en la caña, a la estancia en aquellas colonias en las que trabajé y aprendí buenas practicas de labranza, porque había que hacer cada labor bien, no se admitían chapucerías; si era surcar a la profundidad que llevaba, pues era esa y no otra; si no sembrabas con calidad, muy sencillo, te despedían.
Siempre he sido exigente para el trabajo, he dirigido obreros cabezones para hacer las cosas con calidad, pero nunca abochorné a nadie delante de la gente; le decía: Fulano, me ves a las diez de la noche en mi oficina; allí sí le metía el regaño, le explicaba y lo iba domando, hasta lo educaba. Si de algo me siento orgulloso es de que eduqué a obreros que tenían grandes problemas de disciplina, hoy me lo agradecen.
Para tener resultados me costó trabajar muchas horas todos los días, dedicar tiempo a hablar con los obreros; el jefe que no da ejemplo es difícil que tenga éxito, que tenga autoridad. Nunca me dio ni el instinto de hacer cosas por encima de mis derechos, hacía lo mismo que podían hacer mis trabajadores.
¿Por qué la mayor huella laboral está en la UBPC El Majá?
Ahí tuve el mejor resultado de mi vida de cañero. Hicimos una fuerza de trabajo que había que reconocerla, ver los valores que tenía, cómo enfrentaban sus deberes y con qué sentido de pertenencia trabajaban.
Cuando llega el período especial teníamos dos yuntas de bueyes, no había otra manera de atender las plantaciones. Le dije a la gente: ‘Vamos a incrementar la tracción animal’ y empezamos a trabajar en esa línea, en poco tiempo montamos 42 yuntas. Mira, aquello había que verlo, cuando había luna la gente enyugaba a las diez de la noche y no salían del campo hasta las nueve o las diez de la mañana, apolcando, cultivando, lo que le hiciera falta al cultivo.
Los problemas no te pueden pasar por arriba, aplastarte, hay que encarar esas situaciones difíciles; eso lo hicimos en El Majá. Cuando veo por ahí a alguno de aquellos que fueron mis trabajadores es como si viera a un familiar muy allegado, me siento muy satisfecho con los resultados cañeros y productivos que conseguimos allí gracias al gran colectivo laboral que se logró agrupar; cada empeño lo asumimos en conjunto como la tarea de todos, no de nadie en particular.
¿Ve utilidad a esa vida consagrada al trabajo y al deber?
He vivido para el trabajo y la caña, me jubilé en el 2002 cuando aún era jefe de la UBPC El Majá porque estaba enfermo, fue un momento difícil. Mi organismo tenía la huella de una vida dedicada al trabajo y a pensar poco en mí; pero no demoré ni un año y me incorporé a la unidad de atención a los productores vinculado a los frutales, la forestal y la agricultura urbana. Ahí llevo ya 17 años, las fuerzas y la mente me dirán cuándo será el retiro definitivo.
Tengo muchas razones para estar agradecido a la Revolución que cambió mi vida y la de aquel campo donde nací. En aquellos bateyes de Santa Ana, Ojo de Agua o Mercedes existían en cada uno más de 100 casas, no había ni una con piso de cemento, ni servicio sanitario, ni siquiera un fogón de petróleo.
Me hubiese gustado haber podido estudiar más, haberme preparado mejor porque mi aporte hubiese sido mayor. Las oportunidades las tuve delante, la Revolución me las ofreció, pero me dejé llevar por el trabajo, la ocupación, la exigencia que siempre tenía alrededor de mis responsabilidades; si no me superé más, no fue por vagancia, sino porque siempre estuve apareado al sentido del deber y el trabajo me gobernó la vida.
Lo conocí desde niña, me crié en las oficinas de la UBPC El Majá frente a mi casa, realmente un hombre muy querido y admirado por todos los miembros de la comunidad, ejemplo de ser humano.
Felicidades a este sextagenario y al Periodistas por hacer trabajos como estos: Historias de Vida, precisamos personas así
He tenio la oportunidad de trabajar cerca de este gran hombre y es una experiencia realmente hermosar siempre esta dispuesto a brindar su sabiduría para que las cosas salgan mejor, me ha enseñado mucho sobre reforestacion y agricultura urbana, poder verlo con esa voluntad de seguir adelante de trabajar todos los días es un gran privilegio que tenemos los jatiboniquences y compromiso con el futuro
A Oreste lo conoci en la UBPC El Maja, y siempre a los hijos de sus trabajadores los saludaba con un beso, mi papa lo aprecia como si fuera su padre, esta es una linda historia de un hombre sencillo que se ha hecho gigante mucha salud y un beso como cuando era un chamaco.
Mis saludos a Orestico, cuando niña lo conocí en su ajetreo diario por El Maja. Un ejemplo de vida.
venegas querido por todos los que lo conocen. Siempre esta dispuesto a ayudar al mas joven y vvrindarle su conocimiento junto a sus experiencias. Trabaje junto a el y me fue de mucha ayuda.
Esta historia se parece a la de mi padre .me trae muchos recuerdos .