En el libro se recogen los aspectos fundamentales de la vida y obra de Ricardo Máximo Santana Martínez, de origen campesino, nacido el 9 de junio de 1930 en Fomento, a los tres años se trasladó para el entronque de San Diego de los Baños, provincia de Pinar del Río y a los 18 años pasa para Artemisa donde se incorpora al Movimiento Revolucionario junto a Ramiro Valdés, Ciro Redondo, Julito Díaz y otros compañeros. Formó parte de la Generación del Centenario y participó en el asalto al cuartel Moncada, donde arriesgó su propia vida para rescatar a Fidel Castro una vez ordenada la retirada y lo siguió hasta cerca de la Gran Piedra; posteriormente, ante el acoso del enemigo, marchó al exilio a México y a su regreso se incorporó al Movimiento 26 de Julio y continuó en la lucha clandestina en el territorio de Artemisa, Quivicán, Alquízar y otros lugares en apoyo a la Guerra de Liberación Nacional. Después del triunfo de la Revolución desempeñó diferentes funciones. Por sus excepcionales méritos recibió numerosas condecoraciones y es fundador del Partido Comunista de Cuba e Hijo Ilustre de Fomento. Falleció el día 11 de febrero de 1997. Su sepelio se efectuó en el panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del cementerio de Colón. Desde el 17 de enero del año 2000, sus restos descansan en el Mausoleo de los Mártires de Artemisa. Comparte la ejemplaridad del sacrificio con los integrantes de su otrora Movimiento.
Introducción
Una de las páginas más gloriosas de nuestra historia es la gesta heroica del 26 de julio de 1953, cuando un grupo de jóvenes, liderados por Fidel Castro, asaltó los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. En el discurso pronunciado por el octavo aniversario del 26 de Julio, el entonces ComandanteRaúl Castro, expresó que los participantes en aquellas acciones eran jóvenes humildes, en su mayoría obreros, empleados y algunos campesinos y municipios del interior de la provincia de La Habana así como de Pinar del Río, y que el territorio de Artemisa se había destacado por la cantidad de magníficos combatientes que proporcionó.
Del asalto al cuartel Moncada, específicamente al hablar de la retirada, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro le narró a Ignacio Ramonet: “A mí me rescata un automóvil al final. No sé cómo ni por qué, un carro viene en mi dirección, llega hasta donde estoy y me recoge. Era un muchacho de Artemisa, que manejando un carro con varios compañeros entra donde yo estoy y me rescata… (…).”[1].
El chofer que arriesgó su vida en medio de la balacera para recoger a Fidel Castro fue el artemiseño, nacido en Fomento, Ricardo Máximo Santana Martínez.
Su infancia y juventud
Ricardo Santana nació el 9 de junio de 1930, en Fomento, provincia de Las Villas, actual Sancti Spíritus. Sus padres, de origen campesino, procedían del entronque de San Diego de los Baños, provincia de Pinar del Río y buscando mejorías económicas se habían trasladado para ese territorio en 1925.
Su padre, José Santana comenzó a trabajar como campesino “a partido”, en la finca de un latifundista. Esto significaba que recibía la tierra del arrendador, la trabajaba y al final de la cosecha, debía entregar en concepto de renta un tercio de lo obtenido. José convencido de que por más que trabajara la tierra nunca le pertenecería y que los dos tercios de la cosecha que conservaba no le alcanzaban para vivir, decide regresar en 1933 a Pinar del Río, y se instalan nuevamente en la finca de su padre, el cual le dio una parte de la tierra para que la trabajara. Para esa fecha Ricardo había cumplido tres años de edad.
A los seis años comenzó a estudiar en la escuela pública del Entronque de San Diego, donde estudió hasta sexto grado. Por razones económicas no pudo seguir estudiando y debió trabajar con su padre en la finca.
Con el movimiento revolucionario de Artemisa
Sus padres se mudan en 1948 para Artemisa, en el barrio La Matilde. Ricardo había cumplido 18 años. Vendió su yunta de bueyes y compró a plazo un Ford del 38. Así comenzó a trabajar como chofer de alquiler, cubriendo la ruta Artemisa-Candelaria.
Aunque no estaba afiliado a ningún partido, sentía cierta simpatía por los ortodoxos de Eduardo Chibás, del cual oía sus discursos dominicales por radio y los comentaba con sus familiares y amigos. El pueblo de Cuba tenía cifradas las esperanzas en la victoria del líder de la ortodoxia. Entonces se produce el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. De un tirón se borraron los anhelos y las esperanzas de un cambio. Se desató un régimen de terror con una violencia generalizada en todo el país y fueron aplastados los derechos democráticos.
Santana había comprendido quién era Batista y estaba decidido a hacer algo para ayudar a cambiar el régimen. Eran frecuentes las reuniones en las que participaban Pepe Suárez, Ramiro Valdés, Severino Rosell, Julito Díaz, Ciro Redondo, Ramón Pez Ferro y otros compañeros que, como él, sentían una inmensa alegría por poder hacer lo que consideraban justo para defender a la Patria. Puso su carro a disposición del movimiento. Trasladaba a los compañeros a los lugares de las prácticas y con Pepe Suárez viajaba con frecuencia a La Habana; a través de él tuvo la oportunidad de conocer a Fidel Castro y juntos visitaron su casa.
El espíritu de trabajo, unido a la necesidad, lo llevó a montar una ponchera en la calle República y calle 9, en Artemisa. Para ello contó con la ayuda de sus compañeros. Allí se realizaron varias reuniones del movimiento. Este local sirvió, además, para esconder armamentos, municiones, documentos…
En Artemisa, los jóvenes ortodoxos constituyeron las primeras células, bajo la dirección de José Suárez y Ramiro Valdés. Posteriormente, el primero fue designado responsable provincial y el segundo ocupó la jefatura de la célula central en el municipio. Santana estuvo vinculado a este grupo inicial y dirigía a cinco compañeros; pero, por cuestiones de discreción, solo mantenía contacto con Rosell y Pepe Suárez, y después con Ramiro Valdés. Con ellos participaría en varias acciones y en la preparación para futuras misiones.
El incremento de la preparación incluyó, además, la intensificación de los entrenamientos y las prácticas de tiro en diversos lugares dentro y fuera del territorio, entre ellos la finca Sánchez, perteneciente a Francisco Chirino, padre de la novia de Santana y otros lugares.
En la primavera de 1953, un domingo, asistió Fidel Castro y la dirección del Movimiento a una práctica de tiro que se realizó en la finca Sánchez para comprobar la calidad de la preparación realizada por los artemiseños y se marchó satisfecho por la organización y disciplina existentes. Esta fue la última que se realizó antes de recibir el aviso para partir a cumplir la misión de asaltar los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Estos preparativos se hacían con la mayor discreción y tomando todas las precauciones. Duras y difíciles fueron las condiciones que debieron enfrentar los revolucionarios artemiseños en medio de tales circunstancias. Se adoptaron las precauciones propias de la lucha clandestina.
En el Moncada
El día 24 de julio de 1953, Ricardo Santana amaneció con fiebre y fuertes cólicos. Así salió para el trabajo y antes del mediodía Ramiro Valdés lo visitó y le comunicó la orden de trasladarse con los integrantes de su grupo para La Habana. Analizó en detalles la misión recibida y salió del trabajo a trasmitirle el aviso a sus compañeros como le habían indicado; a despedirse de sus familiares más allegados y a prepararse para la partida. Se trasladó de Artemisa a La Habana en ómnibus.
Encabezados por Pepe Suárez, subieron a un Chevrolet del 48, propiedad del trabajador ferroviario Mario Dalmau, que lo conducía, y en la madrugada partieron hacia un destino desconocido. Después de un largo y agotador viaje, poco antes de las ocho de la noche del sábado 25 de julio, llegaron a la ciudad de Santiago de Cuba. Se alojaron en una casa de huéspedes llamada La Mejor; se bañaron y comieron.
Esperaron hasta que llegó la orden de partida para la granjita Siboney. Al llegar allí Ricardo recibió una pistola española que resultó de su agrado y el uniforme del ejército de la tiranía planchado por Melba y Haydée. Fue designado para actuar en el grupo de Fidel y marchó en un vehículo ocupado por Severino Rosell, Mario Collazo, Marcos Martí y los hermanos Roberto y Orlando Galán. Fidel quiso que estuvieran juntos, pues él confiaba en la puntería de los artemiseños. Iban armados con pistolas, fusiles o escopetas calibre 16.
Poco antes de llegar al lugar del ataque, observaron que repentinamente se detiene el vehículo que va delante de ellos y comenzó el tiroteo. En varios conversatorios y encuentros con familiares y amistades, Santana ampliaría su testimonio de aquel combate:
“A mí me tocó combatir en la misma área de la entrada. El grupo que iba delante quitó la cadena […] logra entrar, después de eliminar la posta. El factor sorpresa falló […] Entonces nosotros […] toca la coincidencia que el grupo nuestro se sitúa en el mismo lugar donde estaba Fidel, ahí empezó Fidel a decirnos ataquen por aquí, ataquen por allí […]
“No pudimos avanzar hacia dentro del cuartel, a mí me tocó combatir en el área de las cuatro esquinas: la entrada del Regimiento, la calle por donde nosotros entramos que sale a Garzón por una parte y la otra que atraviesa a lo largo del Regimiento […] y en esa área Fidel estaba en el centro.
“En el combate yo miraba a Fidel; lo veía peleando en medio de la calle, tan alto, yendo de un lado para otro, dando órdenes, cuidando a los compañeros, sin preocuparse de sí mismo. Ahí me convencí más de la clase de jefe que teníamos. Me sentí seguro en medio de la pelea, por la confianza que me inspiraba.
“Fidel detecta una antiaérea (ametralladora) que nosotros no vimos y sin embargo él la descubrió arriba del techo y cuando se disponían a tirarnos, Fidel neutralizó al que iba a disparar y entonces se quedó dirigiendo y atendiendo a la antiaérea. Ahí nos movíamos, nos alejábamos, tirábamos por una banda y de ahí para la otra… así fue el combate, hasta que Fidel da la orden de retirada”.
Santana siempre se caracterizó por su franqueza, por lo que no es de extrañar que en más de una ocasión confesara públicamente:
“Sentí miedo por unos instantes, cuando comenzó el combate; cuando se cruzaron los primeros disparos, ahí sentí miedo, si digo otra cosa…
“Cuando sonaron los primeros disparos me dieron ganas de correr, pero cuando vi a Fidel, su seguridad, el riesgo que corría, cómo estaba en plena calle sin resguardarse… pues bueno, les digo que el miedo y la bobería se fueron al diablo. Ahí estaba el Jefe, dando el ejemplo”.
Al fracasar el factor sorpresa y ante la imposibilidad de continuar el desigual combate, Fidel ordena la retirada. Estaba convencido de que todos los esfuerzos eran ya inútiles para cumplir los objetivos que se habían propuesto.
En el libro Cien horas con Fidel, del periodista Ignacio Ramonet, el Comandante en Jefe, rememora su retirada del Moncada al responder preguntas relacionadas con aquel episodio:
“El tiroteo continuaba con intensidad. Ya expliqué, con bastante detalle, lo ocurrido. Pero recordándolo todo francamente y con absoluta objetividad, pienso que no habían transcurrido 30 minutos o tal vez mucho menos cuando me resigné a la realidad de que el objetivo era ya imposible. Yo conocía más que nadie todos los detalles y elementos de juicio. Había concebido y elaborado con todos sus detalles el plan.
“Llega un momento en que comienzo a dar órdenes de retirada. ¿Qué hago? Estaba en medio de la calle, no lejos de la posta de entrada; tengo mi escopeta calibre 12, y en el techo de uno de los edificios principales del cuartel está emplazada una ametralladora pesada calibre 50 que podía barrer la calle, porque apuntaba directamente a ese punto. Un hombre trataba de manipularla, estaba al parecer solo, parecía un monito dando rápidos saltos y moviéndose para manipular el arma y disparar. Tuve que encargarme de él, mientras los hombres tomaban los carros y se retiraban. Cada vez que intentaba posesionarse del arma, le disparaba. Bueno, también yo estaba en un estado de ánimo que usted podrá imaginarse.
“Ya no se ve a nadie, ni un solo combatiente a pie. Me monto en el último carro, y después de estar dentro, a la derecha del asiento trasero, aparece un hombre de los nuestros, que ha llegado hasta el carro repleto y que se va a quedar a pie. Me bajo y le doy mi puesto. Le ordeno al carro que se retire.
“Y me quedé allí, en el medio de la calle, solo, solo, solo. Ocurren cosas inverosímiles en tales circunstancias. Allí estaba frente a la entrada del cuartel; es de suponer que en ese momento era absolutamente indiferente ante la muerte. A mí me rescata en ese momento un auto de los nuestros. No sé cómo ni por qué, un carro viene en dirección a mí, llega hasta donde estoy, y me recoge. Era un muchacho de Artemisa que, manejando un carro con varios compañeros dentro, entra donde estoy y me rescata. No pude después, no me dio tiempo, preguntarle todos los detalles. Yo quise siempre conversar con ese hombre para saber cómo se metió en el infierno de la balacera que había allí. Pero como en otras muchas cosas, usted cree que tiene cien años para hacerlo. Y ese hombre desgraciadamente murió hace más de diez años”.
“… Santana se llamaba. Parece que él se percata de que yo me he quedado atrás y se acerca a buscarme. Era uno de los que ya había salido y parece que en un momento determinado se percató y viró para buscarme. Por ahí debe haber cosas escritas o testimonios sobre aquel episodio.
“Yo estaba solo allí, lo que tenía era mi escopeta calibre 12, no sé qué habría hecho, o cuál sería el fin. Bueno, tal vez yo habría tratado de retirarme por alguna callejuela”.
“En esas circunstancias la gente actúa casi por iniciativa propia. Este Santana, que después me viene a buscar, lo ha hecho con seguridad por iniciativa propia. No había nadie que pudiera darle esa orden. Entra, viene y me recoge. Él me monta…”.[2]
Ricardo Santana durante más de 30 años no habló acerca de su participación en la retirada de Fidel. Su testimonio sobre este momento crucial, en que derrochando valor a toda prueba arriesgó la vida para rescatar a su jefe, es emocionante:
“Yo salí a rastras y entré al cuartel, cogí el carro que yo había metido adentro y lo saqué… Me sorprendieron unos soldados. Les hice varios disparos y me fui… Cuando voy saliendo oigo a uno que me llama por mi nombre y me dice: ¡No me dejes! Cuando miro, era Rosendo (Rosendo Menéndez García), de Artemisa, lo recogí y… ¡a correr se ha dicho! El carro salió volando. Yo veo un oficial caminando de espaldas, disparando, pero ya estoy pasando junto a él y paso tan rápido que después es cuando reacciono y digo: ¡Ese es Fidel! A esa velocidad frené el carro, lejísimo… y entré de marcha atrás y lo recogí”.
Efectivamente, como supuso Fidel, Santana actuó por iniciativa propia, nadie le ordenó que regresara. Años después, en una charla, dijo que desde que conoció a Fidel en 1952, siempre había estado de acuerdo y apoyado sus órdenes, menos en una ocasión. Entonces relató, con toda sinceridad, lo sucedido después que Fidel subió al auto:
“Salgo por la calle Garzón. Yo recordaba por donde tenía que doblar, pero si me llegan a dejar solo, no hubiera sabido por donde seguir cuando llegara a la salida para Siboney, porque yo no conocía aquello. Entonces Fidel me dice: ¡Dobla! Y me manda a dirigirme hacia El Caney. Yo entré confiado pensando que íbamos para la casa de Siboney. Entonces dice: ‘Vamos ahora a asaltar el cuartel de El Caney’. Los tres solos… y le digo: Fidel, ¿no se da cuenta que no vamos a llegar ni a una cuadra de distancia? Allí nos van a barrer. Esa gente, con lo que ha pasado aquí, tienen que estar enterados… y él me explica: ¡es que no podemos dejar… No sabemos si ha quedado algún compañero… Tenemos que seguir. Tenemos a otros compañeros combatiendo!
“Le digo: pero es que nosotros solos lo que vamos es a morirnos por gusto, va a ser inútil… Entonces me tira unas frases durísimas. Le digo: ¡No es eso! Él se lo piensa, pero le digo: ¡Si usted quiere, vamos! Es en ese momento que contesta: Bueno, dobla a la derecha. De ese modo salimos a la carretera de Siboney… Fue la única vez que estuve en desacuerdo con el Jefe.”
En las montañas orientales
De acuerdo con los planes previstos para el caso de que fracasara el ataque al Moncada, un grupo de 36 asaltantes logró regresar a la granjita Siboney. Fidel se reúne con ellos y analiza la nueva situación. Planteó las siguientes alternativas: continuar la lucha en la Sierra Maestra o tratar de regresar a sus respectivos pueblos. Aclaró que él iría para las montañas y dejó que sus compañeros eligieran qué hacer.
Diecinueve moncadistas dieron el paso al frente para seguirlo, uno de ellos era Santana Martínez. Fidel y sus compañeros aquel histórico 26 de julio de 1953 salieron de la granjita Siboney en dirección a las montañas, como lo tenían planificado.
Luego se dividieron en grupos y subgrupos para poder evadir al enemigo. Cada grupo tomó el rumbo indicado. Al amanecer del 1ro de agosto, Fidel y su grupo fueron detenidos por una patrulla al mando del teniente Pedro M. Sarría Tartabull, en un varaentierra ubicado en el cuartón Mamprivá, en la finca El Cilindro. Como diría Fidel, estaban totalmente extenuados y los sorprendieron por haberse dormidos debido al cansancio.
El teniente Sarría protegió a Fidel y al resto de su grupo de la furia salvaje de la soldadesca. Es histórica la frase: “Las ideas se combaten, no se matan.”
Ricardo Santana y los hermanos Galán deambularon trabajosamente y fueron a parar a las fincas Casa Azul y Aguadores, al sur de Santiago de Cuba, después de haber roto el cerco de enemigo en varias ocasiones. Allí los campesinos los protegieron. Además de los lugares mencionados, Ricardo Santana recibió protección en otras localidades de Bayamo, Holguín, Cacocum, Guamá…
En el exilio
Ricardo Santana, después de estar casi año y medio protegido en la zona de Casa Azul y Aguadores y otros lugares de la provincia de Oriente, ayudado por la familia de Renato Guitart, logró regresar a La Habana.
La situación para los revolucionarios era difícil en La Habana, más aún para Santana que tenía allí pocas relaciones. En más de una ocasión estuvo a punto de caer preso. Por ello comenzó a realizar gestiones para abandonar el país.
El 28 de enero de 1955 partió hacia Ciudad México. A los tres días le robaron lo poco que tenía en la casa de huéspedes donde se alojaba. Se quedó sin nada. Para sobrevivir trabajó limpiando pisos y hasta de masajista del equipo de pelota Los Diablos Rojos.
En México Santana se puso en contacto con María Antonia González. Allí se encontró a Ángel Sánchez Pérez, un guanajayense asaltante del cuartel Moncada.
Regresó el 4 de junio de ese año, después de la amnistía de mayo de 1955. Con sus ahorritos, sacó el pasaje de regreso. Por su parte a Ángel Sánchez todavía el dinero no le alcanzaba y María Antonia, que era más que una hermana para los cubanos, empeñó sus joyas y le sacó el pasaje.
Al llegar al aeropuerto se llevaron a Ricardo y a su amigo para el Buró de Investigaciones. Cuando los soltaron regresaron juntos, Ángel Sánchez se quedó en Guanajay y Ricardo con su familia siguió para Artemisa.
En la clandestinidad
Al regresar de México, deseoso por volver a la lucha, se pone en contacto con los demás revolucionarios y se incorpora al Movimiento 26 de Julio, pero se le hace difícil su permanencia en Artemisa por la persecución a que es sometido y pasa a trabajar en la clandestinidad.
Durante un tiempo se hizo pasar por carbonero en la loma de La Güira, en la finca Cortina, de San Diego. En esta zona hizo un bohío con otros revolucionarios de Alquízar. Hacían carbón para enmascarar su identidad ante los pobladores.
Estaba dispuesto a continuar la lucha y no descansaba un momento. Su actividad cada día se multiplicaba. Fue seleccionado para participar en los preparativos de lo que luego sería la expedición del Granma.
Así él narró lo sucedido:
“Recibí la visita de Ramiro Valdés, Julito Díaz y Ciro Redondo, me dijeron que yo estaba seleccionado, para junto con ellos, ir para México; pero ya ellos se iban al otro día y me dejaron todas las conexiones…, cómo debía preparar las condiciones, cómo tenía que salir… tenía que ver a la gente que me iba a sacar. Lo hice todo así, me dejaron conectado con la doctora Laura Fernández Ruedas, una pinareña… Saqué mi pasaporte y cuando ella me fue a avisar la detuvieron con mi pasaporte.”
Esta fue la primera versión que al respecto recibió el combatiente moncadista. Durante muchos años él no creyó lo que le dijeron y cada vez que tenía una oportunidad averiguaba, preguntaba… hasta que un día supo la verdad.
Con tristeza Santana lo recordaría:
“Al cabo del tiempo, después del triunfo de la Revolución, en la Casa del Combatiente de Diez de Octubre, se me ocurrió darle una encerrona a Pepe Suárez y me confesó que el pasaporte no había caído en manos de la tiranía, sino que habían sacado a otro con mucha urgencia con él y entonces me tuve que quedar yo…”
Lo detienen y lo llevan a Guanajay y lo torturan. Lo acusaban de ser el jefe, el cacique… porque había sido el único que se había quedado por la zona.
Luego es detenido nuevamente por la Guardia Rural a principios de enero de 1957 y llevado para el cuartel de Artemisa. De allí lo trasladaron a la Capitanía de Guanajay, donde es torturado salvajemente por órdenes del capitán Pantoja, hasta dejarlo casi sin sentidos. Tenía afectaciones en la columna, los riñones y otros lugares.
Conociendo la vigilancia a que está sometido, se traslada para el barrio El Tumbadero, entre Alquízar y San Antonio de los Baños, con el objetivo de recuperarse, luego va para una finca en Quivicán y posteriormente para Alquízar. En ese territorio, el Movimiento 26 de Julio era liderado por Antonio Ortega y él fue designado segundo jefe, realizando un destacado trabajo, poniendo de manifiesto su experiencia, su capacidad de organización y su valentía a toda prueba. En ese territorio los revolucionarios desarrollaron diversas actividades, especialmente durante la huelga del 9 de abril de 1958.
Después del triunfo de la Revolución
Al triunfar la Revolución, el día 1ro. de enero de 1959, Ricardo Santana se encontraba trabajando de lleno en la clandestinidad en la zona de Alquízar, Güira de Melena, Quivicán…
El día 5 de enero se incorpora a trabajar en el cuartel de Artemisa. Días después conoció al teniente del Ejército Rebelde Pastor Valente Hernández Rojas, que había sido designado jefe de esa instalación y también era espirituano. Al finalizar enero, Santana comenzó a trabajar con Melba Hernández, quien dirigía la cárcel de mujeres de Guanajay. Fue designado jefe de la guardia.
Realizó otras labores en Pinar del Río y otros lugares, hasta que Jesús Montané Oropesa, que entonces era el ministro de Comunicaciones, llamó a Santana para que trabajara con él a finales de 1963 y lo nombró jefe de transporte de la Empresa de Correos y Telégrafos Nacionales. Posteriormente desempeñó igual cargo en la provincia de La Habana.
En noviembre de 1981 pasó a desempeñar el cargo de jefe de Transporte del Banco Popular de Ahorro y en octubre de 1982 se trasladó al Banco Nacional de Cuba y ocupó igual responsabilidad. Santana tenía conocimientos de mecánica y contaba con experiencia como chofer. Los trabajos administrativos los aprendió de forma autodidacta. En 1984 se jubila.
Su esposa Nelia Chirino fue testigo de una conversación histórica entre el Comandante en Jefe Fidel Castro y su esposo Ricardo Santana. Ella evoca aquel encuentro:
“Fue durante una recepción en el Palacio de la Revolución, si mal no recuerdo se efectuó el 20 de julio de 1983, con los asaltantes al Moncada. Se conmemoraba el XXX aniversario del asalto. Nuestro Comandante tiene una memoria prodigiosa, se acuerda de todo. Ese día Fidel hablaba con los compañeros, uno a uno le preguntaba qué había hecho después de la acción”.
Dice que cuando le correspondió a Ricardo hablar con Fidel, se produjo el siguiente diálogo:
“-Comandante, si usted me autoriza, puedo explicarle cómo se produjo su retirada del Moncada” —le dijo Ricardo.
“-¿Tú puedes hacerlo?” —le preguntó Fidel con mucho interés.
“-¡Sí, Comandante!”
“-Pues hazlo…”
Seguidamente Ricardo le dijo: “Cuando usted iba caminando de espaldas por la calle…, tirando hacia el cuartel, un carro se dirigió hacia usted, de marcha atrás, en medio de la balacera y usted subió a él, ¿lo recuerda, Comandante?”
“-Sí, lo recuerdo, continúa.”
“-¿… y recuerda que usted quería atacar el cuartel de El Caney y el chofer le dijo que eso era una locura, que allí sabían lo sucedido en el Moncada y de seguro nos iban a estar esperando y entonces usted le dijo unas cuantas palabras bien duras…?”
“-Verdad que sí… ¿y cómo tú sabes eso?”
Ricardo, señala Nelia, pensó un poquito antes de contestar y mirando fijamente al Comandante en Jefe, le respondió:
“-… Comandante, aquel chofer…, era yo…”
“-Yo sabía que el chofer era un artemiseño, pero no recordaba su nombre, ¿por qué tú no habías dicho eso antes?”
“-Porque como usted no había hablado de eso antes, creí Comandante, que a mí no me correspondía hacerlo…”
“-Pero Santana…, eso es un exceso de modestia de tu parte, eso merece que se conozca.”
Con anterioridad a este diálogo, Santana jamás había dicho nada al respecto, solo lo sabían él y Fidel.
A finales de abril de 1989, Ricardo fue ingresado en el hospital para ser operado de una hernia inguinal, y al hacerle el chequeo, le detectaron una alteración hematológica por lo cual no pudo ser operado en esos momentos. Es remitido para el hospital Hermanos Ameijeiras. Entre las pruebas, le hacen un medulograma y le detectan que tiene un mieloma múltiple.
Él día 11 de diciembre de 1996, es ingresado en el hospital Acción Médica (hoy Raúl Gómez García) ubicado en calle Coco y Rabí, en Ciudad de La Habana. Allí lo visitaron el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, Melba Hernández y otros compañeros.
Falleció el día 11 de febrero de 1997. Su sepelio se efectuó en el panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del cementerio de Colón. Desde el 17 de enero del año 2000, sus restos descansan en el Mausoleo de los Mártires de Artemisa.
*Coronel de la
reserva. Doctor en Ciencias Militares. Profesor Titular e Investigador Titular.
Universidad de Artemisa.
[1] Ignacio Ramonet: Cien horas con Fidel. Segunda edición cubana. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado 2006, Ciudad de La Habana, pág, 174
[2] Ignacio Ramonet: Cien horas con Fidel. Segunda edición cubana. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado 2006, pp. 173, 174 y 175.
he ahi se demuestra la modestia que nos caracteriza a los cubanos, por eso siempre esttoy orgulloso de ser cubano de Cuba, ejemplos como ese, se ven a diarios, como aquellos que estan en la linea roja, a esos que van a otras tierras no tirar bombas sino combatir enfermedades que causan silenciosamente muertes Cuba Salva el Amor adelante VALIENTES