El segundo aviso corrió como hielo desde la cabeza hasta la punta de los pies. Sabía que llegaría de un momento a otro, pero para lo desconocido nunca se está preparado.
“Me preguntaron si aún estaba dispuesta a laborar como voluntaria en la escuela especial Protesta de Jarao, uno de los centros habilitados para atender a sospechosos de la COVID-19. Dije que sí, pero fue un momento difícil”, cuenta Lil Laura Castillo Rodríguez, una de las jóvenes integrantes del movimiento artístico espirituano que se ha sumado a esa digna labor.
Entonces acomodó en casa los atuendos de su popular personaje Lily Alelí y cargó con dos o tres mudas de ropa junto a mucha disposición.
“No te negaré que lloré porque el miedo es inevitable, además de que dejaba atrás a mis hijos, padres y esposo. No sabía lo que realmente haría y estamos expuestos a un virus, aunque trabajamos con mucha precaución”, cuenta la también vicepresidenta de la filial espirituana de la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
Desde su llegada a la institución las horas han perdido su ritmo. Sube y baja hasta los albergues para cambiar las ropas, llevarles seis veces al día alimentos y desinfectar los locales y objetos.
“Es muy agotador y el trabajo con el hipoclorito, que es imprescindible, le da un añadido al esfuerzo”, agrega.
Tanto esta instructora de arte, integrante de Teatro Garabato, como su colega Yadira Castillo Rodríguez comparten sus vivencias en las redes sociales. Apenas se conocen, detrás de los gorros, dos nasobucos, máscara, camisa, sobrebata, guantes y botas. Mas, la alegría sobresale en los instantes captados en cada imagen.
“Extraño mucho a mi hijo y el resto de mi familia. Es justo ahora la primera vez que me separo tantos días de ellos, pero esta es una de las grandes necesidades de nuestra provincia. No podía decir que no y volvería a aceptar el reto cada vez que me llamaran”, expresa Castillo Rodríguez, presidenta de la Brigada Provincial de Instructores de Arte José Martí.
En estos días acompañando al equipo especializado en atención médica y a quienes esperan por el resultado de sus PCR, ambas jóvenes han tejido nuevas anécdotas que engrosan sus historias de vida.
“La ropa usada debemos bajarla en un tanque grande y adentro se coloca mojada. De esa forma pesa bastante y el primer día resbalamos porque el tanque nos llevaba a nosotros. Nos asustamos bastante, pero al no caer y hacer prácticamente malabares nos reímos cantidad”, narra Lil y quizá sea ese uno de los pasajes a compartir próximamente por su payasita Lily Alelí.
“Lo que más hemos aprendido es a valorar todo el esfuerzo de nuestro país por cortar la transmisión del mortal virus. Estamos de frente a valores humanos, voluntad, entrega de recursos sin medir sus costos y eso no puede pasar inadvertido”, alega Yadira Castillo.
Como estas dos jóvenes, Karla Geyla Diéguez Bourricaudy, flautista profesional e integrante del catálogo de la Empresa Comercializadora de la Música y los Espectáculos Rafael Gómez Mayea, de Sancti Spíritus, también se sumó a la aventura de ser voluntaria en una zona, donde se siente de cerca la COVID-19.
“Hablaba con uno de los muchachos que entraron en el primer grupo de voluntarios en el centro habilitado en la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez y me comentó que había una vacante. Le pregunté si podía participar y me dijeron que sí. Me sentía inútil en la casa y quería aportar”, recuerda.
Tras pasar la soga que corta el paso y hasta el aliento, experimentó en carne propia la satisfacción de disfrutar con quienes permanecen la mayor parte del tiempo acostados. Confirmó que las palabras alivian. Sonrió ante cada “gracias”, aunque solo los ojos al hacerse pequeños delataron su felicidad.
Y como el arte le corre por la sangre y es su eterna brújula, no dudó en apoyar la idea de montar una coreografía, luego de terminar las extensas jornadas de trabajo. Al ritmo de la pegajosa melodía Vida de rico, del colombiano Camilo, lograron armonizar pasos que han provocado un gran movimiento en la red social Facebook. Cientos de comentarios le han dado la vuelta al mundo.
Y es que tanto Lil Laura y Yadira como Karla Geyla, jóvenes artistas espirituanas, han demostrado que la solidaridad no tiene nombres. Comodidades hogareñas y el cariño de familiares, dejadas atrás, preocupaciones guardadas en las mochilas y mucha responsabilidad sobre las espaldas trazan de forma firme un escenario que es menos tenso gracias al apoyo de quienes sin buscar nada a cambio escriben las nuevas historias de solidaridad del siglo XXI.
“Aunque vuelva a llorar por los temores, regresaría”, responde Lil.
“Estoy segura de que mi hijo estará orgulloso de mí porque acepté ayudar donde más se me necesita”, añade Yadira.
“Ha sido una de las experiencias más lindas de mi vida —alega con una firmeza que estremece Diéguez Bourricaudy—. A donde quiera que vaya, la compartiré. Ya tengo algo que legar a mis hijos y nietos…, sin importar la tensión de estos días”.
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